La lluvia caía. Las gotas de cristal se precipitaban hacia abajo hasta llegar al suelo, donde se reunían con las demás, formando charcos a su alrededor. Era una lluvia ligera y suave, pero abundante, tanto que en escasos segundos podría empapar hasta el más seco desierto. El cielo gris lloraba como si no hubiese un mañana, estaba triste; sin embargo, a ella no le preocupaba el hecho de que aquel chubasco que caía sobre ella pudiera perjudicarle lo más mínimo.
Se había hecho daño en las rodillas cuando éstas le fallaron, arrastrándola hacia la tierra, y seguramente sangraba al haberse abierto las heridas que se había hecho durante la clase de educación física, mezclando el agua con aquel líquido carmesí por encima de su sombra. Su paraguas descansaba a su lado, había caído con ella, y ahora los dos eran presa fácil para la lluvia. A pesar de que la joven había notado el impacto de sus piernas contra el suelo, no le importaba, es más, ni siquiera notaba el dolor.
Muchos sentimientos se agolpaban en su corazón: irritación, calvario, temor, incertidumbre... Pero sobre todo, desesperación. Una daga había sido clavada en su corazón y lo había roto en miles y miles de fragmentos que se iban con la lluvia, era como si le hubiesen tirado un cubo de agua helada sobre la cabeza. El cielo no era el único sitio por el que llovía. Por sus ojos, los cuales miraban al vacío, también caían gotas, formando riadas sobre sus mejillas, donde se unían las lágrimas y la precipitación.
Zhou Yuan la miraba desde arriba, inmóvil, indiferente, insensiblemente. Su rostro no mostraba ninguna expresión, simplemente un gesto gélido. Él todavía sostenía su paraguas sobre su cabeza, y no se molestaba en compartirlo con Wang Bao, le daba totalmente igual que se mojara. Después de todo, nunca le había importado.
—¿Por qué...? —musitó ella, sollozando, angustiada, afligida; su voz era tan frágil que se quebraba al pronunciar una sola sílaba—. ¿Por qué, Yuan...?
—No tengo que darte explicaciones —replicó él sin tacto, no tenía filtro a la hora de decir la verdad, por muy dura que fuera, no intentaba hacer que sonara menos desagradable—. Simplemente se ha terminado porque yo no quiero seguir.
Ella se levantó lentamente, fue entonces cuando se percató del dolor de sus rodillas, pero lo ignoró. No hizo el amago de recuperar su paraguas o su cartera escolar, sólo alzó la mirada para que se encontrara con la de Yuan.
—¿Por qué me haces esto? —preguntó, empezando a perder los papeles—. ¿Qué hice mal?
—Nada. No tiene que haber pasado nada —contestó él, girándose—. Estas cosas pasan, no tiene que ser culpa de nadie por haber hecho o dejado de hacer algo.
Empezó a caminar en sentido opuesto a Bao, ella se sentía aún más desolada y desesperada que antes, pero sabía que era inútil. Conocía a Yuan lo suficiente como para admitir que, por mucho que le preguntara, él nunca le contestará.
Cuando iba a perderlo de vista, la muchacha corrió hacia él y le tomó de la manga de la chaqueta del uniforme escolar, tirando de él para que estuvieran cara a cara. Ahora las lágrimas de Bao no eran de tristeza. Mostraban su ira, su desprecio, su odio hacia el muchacho que acababa de romperle el corazón. Yuan no se inmutó ni hizo nada por apartarse, simplemente esperó a que ella dijera lo que tuviese que decir.
—Me las pagarás, Zhou Yuan —le dijo, sus ojos desprendían fuego de la ira que se había acumulado en su interior en décimas de segundo.
Se dio la vuelta y volvió a por sus cosas para luego irse en dirección a su casa. Yuan la vio alejarse, y cuando Bao se perdió entre la multitud de Beijing, emprendió de nuevo su camino de rumbo a casa.
Todo va bien, como la seda; y de pronto, estás bajo la lluvia viendo como se te destroza la vida
—Autor desconocido