Desperté, y lo primero que vi fueron dos ojos rojos mirándome fijamente. Salté del pánico, una vez estuve a una distancia prudente, vi que aquello que me había estado observando era una pequeña niña, de más o menos mi edad, sus ojos y cabello escarlata resaltaban en comparación con su exageradamente pálida piel.
Miré a mi alrededor, me encontraba en lo que parecía ser una especie de cueva, el viento helado de la tormenta se hacía sentir desde la entrada. Luego de varios minutos de silencio, hice la pregunta que tanta necesidad tenía de hacer:
- ¿cómo es que llegué aquí? - pregunté con voz temblorosa. La chica guardó silencio unos segundos, luego respondió:
- Te encontré tirado en la nieve y cuando te toqué estabas frío, así que te traje aquí - dijo, con voz seria, no parecía una niña en verdad.
- ¿Solo a mí, y el resto de mi familia? - dije, con voz entrecortada.
- No sé de quienes hablas, pero tu fuiste el único a quién encontré - El corazón me dio un vuelco al escuchar aquellas palabras, pues significaban que mi familia seguía fuera. Probablemente sin vida.
Me levanté, dispuesto a ir a buscarlos, si existía la posibilidad de que siguieran vivos, estaba dispuesto a tomarla, pero antes de que pudiese dar un paso fuera de la cueva, la chica me detuvo, cogiéndome por el brazo.
-No deberías ir, si tus seres queridos estuvieron en esa avalancha, de seguro ahora mismo están enterrados en la nieve - dijo.
- Lo sé - respondí - pero aún así, no puedo dejarlos allí mientras yo soy salvado, además luego de esto no me queda nada, tu volverás con los tuyos y yo me quedaré aquí a esperar la muerte - le dije mirándola a los ojos, aquellos incandescentes ojos rojos.
- Entonces te llevaré conmigo, pediré que puedas unirte a la caravana hasta que logres encontrar un pueblo común en donde seas acogido.
- ¡Me niego! - grité - te agradezco por salvarme la vida, pero eso no quita el hecho de que una de las estúpidas peleas entre los de tu especie me han arrebatado todo lo que amaba, mi padre, mi madre, mis hermanos, todos están... - antes de decir aquello volteé la vista y procuré no mostrar señales de llanto, pero fue inútil, las lágrimas no paraban de brotar de mis ojos.
- Entiendo tu frustración, y sé que no perdonarás a mi raza por lo que te ocurrió, por eso lo mínimo que puedo hacer por ti es ayudarte a sobrevivir. - replicó, sin cambiar la expresión de su rostro.
- ¿Y por qué debería confiar en tí? - Contesté, completamente segado por las lágrimas
- Mentir es sinónimo de ensuciar mi honor como miembro de los escarlatas, por tanto ten por sentado que alguien de mi especie no te traicionará - y dejando de lado las palabras, me tomó del brazo y comenzamos a caminar a través de la tormenta.
El frío congelaba cada una de las partes de mi cuerpo hasta el punto de no poder sentir siquiera las piernas, entonces me percaté de algo:
Aquella chica no estaba utilizando ninguna prenda mas que una túnica, caminaba sin pestañear descalza sobre la nieve helada. Me quedé perplejo, no podía creerlo, el hecho de que aquellos gozaran de tantas ventajas a la edad de una pequeña niña.
- Disculpa, tengo una pregunta - Dije, con curiosidad.
- ¿Cual es?
- Dime ¿Como funciona esto de las bendiciones de los grandes maestros? Me refiero a si naces con ellos o te son otorgados - ella guardó silencio un momento, luego hablo:
- Las bendiciones las adquirimos a medida que nosotros los escarlatas nos desarrollamos, aunque no hay una edad fija.
- ¿Osea que a ti te faltan algunas bendiciones?
- Solo dos, las fundamentales para la batalla, fuerza de los dioses y piel de hierro.
Suspiré aliviado, al menos me aseguraba de que aquella chica no podría estrangularme aunque quisiera. Pero dicho alivio no duró mucho más, antes de haber podido recorrer siquiera un kilómetro, otra explosión resonó por el valle y desde lo bajo pude divisar la inmensa cantidad de nieve desprendiéndose de la montaña. Los ojos se me pusieron en blanco, y las piernas me comenzaron a temblar, todo estaba perdido, solo restaba...
-¡Corre! - me gritó la chica y tomándome del brazo comenzamos a huir de la avalancha, pero no tenía caso, esta se acercaba cada vez más, a su vez, para empeorar las cosas, luego de correr por unos segundos, nos encontramos con un precipicio.
Volteé la vista y pensé: "Bueno, supongo que esto es todo..."