—Jo, jo... ¡Solo fue un malentendido, un gran malentendido! ¡Mira, es muy tarde! Vete a casa y duerme bien... —se rió torpemente, pero He Jiayu no pareció escucharla y solo siguió acercándose.
Su Xiaomo tropezó, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás. Un par de manos grandes le impidieron caer y la atrajeron hacia un par de brazos.
La cara de Su Xiaomo estaba presionada contra un cálido pecho. Escuchando los latidos del corazón de He Jiayu, no pudo evitar sonrojarse.
—Ey… ¿Qué estás haciendo…?
He Jiayu dijo con un tono serio:
—¡Su Xiaomo! ¡Mírame!
¿Mirarlo? Levantó la vista y parpadeó hacia él. No estaba sonriendo como de costumbre, sino que parecía bastante serio.
—¡No puedes tomarte tu seguridad tan a la ligera! ¿Por qué finges ser una chica dura cuando ni siquiera puedes cuidarte a ti misma? —la regañó, lo que molestó a Su Xiaomo—. ¡Te dije que era solo un malentendido! Y atraparon a ese ladrón de la última vez, ¿no?