Cada palabra estaba escrita con pulcritud, pero los trazos eran tan vigorosos que el papel estaba casi roto. Se notaba lo atormentado que debió haber estado cuando lo escribió.
—He Jiayu... eres hilarante. Un testamento... jajaja... —Su Xiaomo fingió una risa, luego las lágrimas brotaron de sus ojos nuevamente.
Sollozó y dijo con voz intimidante:
—Ahora estás tan vivo como es posible. ¡Así que cumple tu promesa y ámame!
He Jiayu sonrió como una brisa primaveral.
—Por supuesto.
—Y una cosa más —Su Xiaomo lo miró—. Si mueres, no hay nadie mejor.
Había vertido todo su amor en esta relación y no quedaba nada para una nueva. He Jiayu tragó.
—Siento lo mismo.
—Muy bien, suficiente sobre ese tema. ¿Cuánto dinero de regalo crees que deberíamos dar para la boda de Xiaxia? —cambió de tema.
—Decide tú —dijo él.
—¿En todo?
—En todo.
—¡Dame los números PIN de todas tus tarjetas bancarias! —sonrió.
