Su voz era estable, contundente y tenía un tono amenazante. La cara de Sheng Qingyi palideció por completo y sus labios temblaban.
—Yo...
Después de todo lo que había hecho, no podía encontrar ningún pretexto.
Era verdad que había intentado matarla una vez y había hecho todo lo posible por separar a la joven pareja.
—Sigo siendo el abuelo de los bebés. Ni siquiera un tigre le haría daño a sus crías. ¿Cómo podría hacer algo para herirlos? —dijo servilmente, totalmente diferente a la arrogancia que demostraba antes.
Sheng Yize estaba tan enojado que estalló de la risa. Luego dijo tranquilamente:
—Eso no fue lo que dijiste cuando me rompiste la pierna en ese entonces.
—Eso ya pasó... —parecía avergonzado cuando le recordaron su indignante comportamiento del pasado. Sus piernas casi cedieron.