—¡Xiaxia! —Sheng Yize frunció el ceño y quería arrebatarle el cuchillo. Ella gimoteó.
—Quédate quieto...
Él se paralizó. De pronto se dio cuenta de que no se atrevía a hacer nada impulsivo. Siempre había confiado en sus movimientos hábiles, pero, cuando se trataba de An Xiaxia, no podía arriesgarse.
—Está bien. No me moveré. Haré lo que digas. ¡Baja el cuchillo! —la lisonjeó.
—¡No te creo! —parecía molesta.
—Lo digo en serio —levantó ambas manos, rindiéndose—. No te estoy mintiendo.
Ella soltó un suspiro y decidió confiar en él. Bajó el cuchillo. Había escogido la estrategia indicada. Gracias a lo tolerante que él era con ella, era mucho más fácil cortarse que intentar apuñalarlo.
Sin embargo, Sheng Yize se movió increíblemente rápido. Apenas dejó el cuchillo, se apresuró a su lado a la velocidad de la luz, agarró su delgada muñeca y la acorraló en el sofá con ambas manos por encima de su cabeza. Su voz era alarmantemente profunda.