—Está bien, lo que digas —Sheng Yize frunció el ceño.
Ninguna orden era tan imprescindible como la de su esposa. Haría lo que le dijera incondicionalmente.
—¿Qué me ibas a decir? —recordó lo que había dicho y le pellizcó la mejilla.
¿Acaso no está subiendo de peso un poco rápido estos días? Se estaba hinchando como un globo.
—Mm... déjame pensar cómo decírtelo —An Xiaxia estaba dudando de nuevo.
—Tómate tu tiempo. No estoy apurado —le dio un trozo de manzana. Ella se lo comió, pero seguía sin encontrar las palabras adecuadas. Él le dio otro trozo pacientemente.
—Estoy muy llena... —después de que todo el plato de fruta se vaciara, se frotó el vientre.
—Xiaxia —dijo él con naturalidad—, veo que tu apetito ha estado aumentando. No haces ejercicio y dormir y comer es casi lo único que haces a diario. Si sigues viviendo así, creo que tendremos a un cerdito en la casa.
Ella reconoció el tono de burla en su voz de inmediato.