An Xiaxia se sintió un poco herida con su rechazo tan directo.
—Ah... ya veo... —jugueteó con sus dedos, fingiendo que no le importaba.
El auto volvió a encenderse y pronto estaban de vuelta en la casa de la familia Sheng.
Esa tarde.
Probablemente porque se iba a ir, Sheng Yize parecía no poder tener suficiente de ella. Lo volvieron a hacer cuando ella se estaba duchando.
—¡Bastardo! —An Xiaxia lo pateó.
Cada vez que lo hicieron, se aseguró de usar protección. Como había dicho, no quería tener hijos.
—¿Por qué soy un bastardo? —dijo riendo—. Yo estaba haciendo todo el trabajo. Tú eres demasiado débil. Asegúrate de hacer ejercicio allá.
—Te acostaste conmigo y no me dejas tener un hijo. Si eso no es ser un bastarde, ¿qué es? —rodó hacia su almohada, demasiado cansada como para mover hasta un dedo.
—¿No podemos seguir siendo solo los dos? —suspiró y la aduló dócilmente.
—Mm... —cerró los ojos y pronto se quedó dormida.