Los ojos del hombre estaban inyectados de sangre cuando la atrajo a sus brazos.
—Mientras viva, jamás tendré otra esposa.
El latido de su corazón y su cálido y firme abrazo hicieron que todo fuera real de nuevo. An Xiaxia sentía que acababa de despertar de un sueño. Estiró un dedo y le pinchó la cara. Una, dos... continuó. Él esperó pacientemente. Al ver sus grandes ojos inocentes, su lúgubre corazón se sentía lleno de nuevo.
—¿Estás disfrutando?
—¿¡De verdad eres tú!? —eso la trajo de vuelta a la realidad y gritó a todo pulmón—. Sheng Yize... por fin viniste a salvarme... ¡T-te esperé por tanto tiempo! Pensé que nunca te volvería a ver y que los tiburones se comerían mi cadáver...
—Tenía que encontrarte viva o muerta. ¿Cómo no iba a venir? —no sabía si reír o llorar. Acariciando sus mejillas visiblemente macilentas, le preguntó—: ¿Cómo te sientes ahora?
—Tengo tanta hambre y sed... —sollozó pesarosamente.