Después de tantos años, Mu Li seguía rechinando los dientes al pensar en ese viejo rencor.
—An Xiaxia —en ese entonces, no pudo animarse a decírselos, pero ya no le importaba—, siempre le has gustado a Qi Yanxi, ¿o no? ¿Por qué no me dijiste? Me lo ocultaste a propósito, ¿cierto? Sabes perfectamente bien que me gusta... ¿¡Cómo pudiste guardártelo!?
—¡Para! —An Xiaxia la interrumpió, perpleja—. ¿Te gusta Qi Yanxi? ¿Cómo se suponía que supiera eso? No me dijiste nada.
—Exacto. Antiguamente, apenas hablabas. No te podíamos leer la mente. ¿Cómo se suponía que supiéramos quién te gustaba o no? —Su Xiaomo le puso los ojos en blanco.
—¿Entonces por qué no me dijiste que tú le gustabas? —preguntó, con una expresión espantosa.
—¿Por qué debería haberlo hecho? ¿Para alardear? No veo por qué eso habría sido necesario —An Xiaxia solo pensó que sus acusaciones eran absurdas.