—Tú eres la tonta... —dijo Sheng Yize, torpemente.
—¡Ya ríndete! —An Xiaxia le hizo caras—. ¿Tan difícil es admitir que te gusto?
—¡Vete a la cama! ¿Sabes la hora que es? ¡Si no te duermes ahora, te daré una nalgada! —con el ceño fruncido, la agarró de la parte de atrás del cuello y la arrastró hacia su habitación. Ella sacudió las cuatro extremidades, gritando.
—Te amo y todos lo saben… Lalala… Cielos, es una frase tan pegajosa. ¡La puedo usar en mi novela!
Pum.
—¡Si la usas, te rompo una pierna! —gritó, tirándola a la cama.
—... Eres tan salvaje —se estremeció. Rodó por la cama y sacó la cabeza—. ¡Mañana comprémosle leche en polvo a la pequeña Esperanza!
—¿Mm? Claro —no tenía objeciones.
Había mandado a la pequeña Esperanza a la casa antigua de la familia Sheng y la pareja de ancianos la consentía. Ambos habían dicho que, pese a que no era la hija real de Sheng Yize, ¡la criarían como su nieta de verdad!