—¿Yo soy el granuja? —Sheng Yize se apoyó en el marco de la puerta, presumiendo sus anchos hombros y largas piernas, y habló con un tono desenfadado—. Mira, echa un vistazo. ¡Ve lo que me hiciste! No me podía quitar tus manos de encima... ¿Por qué te ruborizas? ¿No te satisfaze mi tamaño?
—¡Deja de hablar! —An Xiaxia se cubrió, sonrosándose.
—¿Entonces te gustan los hombres de acción? —sus negros ojos se estrecharon de inmediato, centelleando una luz indescifrable. Se le acercó hasta presionarla contra el lavamanos—. ¿Qué tal... si retomamos desde donde quedamos?
—No, no... —se tapó y sacudió la cabeza reiteradas veces—. ¡Eso no será necesario!
—Buena chica —él sonrió—. Retomaremos cuando nos casemos.
«... ¡Retomar, ni qué ocho cuartos!»
Corrió de regreso a la cama y se acurrucó bajo el edredón, intentando hacerse la muerta.
—¿No estás muy vieja para ser tan tímida? —dio una palmadita en el edredón—. Enderézate y toma algo de sopa.