Cuando abrió la puerta, lo primero que Sheng Yize pensó fue: ¿ahora tenía permitido hacer pedazos a Qi Yanxi?
Ni siquiera con la gruesa capa de gasa que envolvía su cabeza se quedaba quieto. Tenía tomada la mano de An Xiaxia y se quejaba.
—Duele... mucho... Me está matando...
—Hum... —ella estaba impresionada de que todavía pudiera ejercer tanta fuerza aun después de recibir una lesión tan grave—, ¿podrías soltarme la mano primero?
—¡No! —lloró, exasperado—. ¡No, no quiero! Si hago eso, ¡escaparás con el bastardo de Sheng Yize!
—Hum, no hables así de él —dijo ella, con inquietud. Al ver que ella estaba del lado de Sheng Yize, Qi Yanxi comenzó a chillar de nuevo.
—¡Auch! ¡Me duele tanto! ¡Rompiste mi pobre corazón!
—Qi Yanxi, córtala... —lo empujó hacia abajo con mucha dificultad. Aprovechando la oportunidad, él estiró la boca—. Duele. ¡Necesito un beso cariñoso para recuperarme!