Todos comenzaron a correr hacia la puerta. Sin embargo, el terremoto era tan intenso que el edificio se desplomó en menos de un minuto. Si no hubiese sido por He Dongyang, que empujó a An Xiaxia, también habría quedado enterrada bajo las ruinas.
—Dios... —Emperador Zhou fue el más rápido. Al mirar a su alrededor, murmuró—. ¡Wen Qing y He Dongyang siguen adentro!
La cara de An Xiaxia cambió. Los dos observaron el restaurante en silencio, que prácticamente se había convertido en una pila de ladrillos.
—Tenemos que salvarlos... —le brotaron lágrimas de los ojos y comenzó a correr hacia las ruinas. No obstante, Emperador Zhou la detuvo.
—¡Detente!
Lo miro, confundida, y él habló con una expresión seria.
—No olvides lo que eres: ¡una periodista!
—¿¡Y eso qué tiene que ver!? —gritó.