An Xiaxia se alejó de su tacto. El An Yibei frente a ella era alarmantemente extraño. Ese tipo incontrolable había sido totalmente derrotado.
—Hermano... Yo... —se atragantó con sus sollozos y la mano de él se congeló en el aire mientras la miraba a los ojos.
Afuera, la luna brillaba y no había muchas estrellas. La luz de la luna entró con un color tan suave como el agua de una laguna.
Él alejó su mano y se sentó en el suelo, apoyándose en la pared. Emanaba un aire descorazonado. Su respiración era superficial e irregular. Hizo lo que pudo por volver a la normalidad, lo que le tomó un largo rato. Su voz seguía temblorosa cuando volvió a hablar.
—Lo siento.