He Jiayu lo pensó por unos segundos. Antes de poder responder, Su Xiaomo lo fulminó con la mirada.
—¡El primero que hable es un imbécil! ¡No me hables!
—... —él quería decir algo, pero no pudo, lo que hizo que sus pálidas mejillas se sonrosaran.
—¡Silencio! ¡Una palabra y te haré polvo! —levantó su puño.
Eso solo hizo más urgentes las ganas de hablar de él.
—En palabras simples, ¡no me dirijas la palabra! —ella resopló.
—Pero... —venas azules sobresalieron de su frente—, pero tú ya me estás hablando.
Su Xiaomo: «... ¡Mierda! ¿Admitiré que soy una imbécil?»
—¡Yo puedo hablar! ¡Tú no! —lucía como un animalito feroz. Él suspiró de la forma en que una esposa molesta lo hacía.
—Seguro. Lo que digas.