—¿Qué ocurre? —Sheng Yize frunció el ceño, pensando que no se sentía bien.
—No es nada... —An Xiaxia sacudió la cabeza y fingió un sonrisa—. ¿Dónde nos quedaremos?
—Está justo a la vuelta de la esquina —él frotó su cabello—. Caminemos hasta allá.
Era un lugar tan diminuto que solo les tomó menos de veinte minutos llegar a su destino. Una pequeña villa blanca estaba cerrada con una cerca. El patio estaba lleno de plantas y parras verdes llegaban hasta la ventana del segundo piso. Lucía acogedor y tranquilo.
Ella se mordió el labio, conteniendo su estupefacción. No podía ser... Debía ser su enfermedad. Sus recuerdos seguían siendo confusos. ¿Si no cómo podría reconocer este pueblito a miles de kilómetros de su hogar? Hasta recordaba este edificio...