Sheng Yize se detuvo un poco, luego golpeó su cabeza con sus nudillos.
—No seas tonta.
—Eres lo único que tengo. ¿Puedes prometer que no me dejarás? —murmuró con un tono monótono. El corazón de él se hundió y entró en pánico.
—No, ¡jamás! —tomó las manos de An Xiaxia—. Xiaxia, mucha gente se preocupa por ti. Solo está en tu cabeza... Avísame si no te sientes bien. Estoy justo aquí contigo. No tengas miedo...
—¿Tú me quieres?
—Sí.
—Entonces no me abandones...
—Está bien.
—Promesa de meñique... —sacó su meñique. Él lo enganchó con el suyo, juró y la arropó—. Ahora duerme.
—Está bien.
Cerró los ojos, pero sus dedos se enterraron en las sábanas sin querer, como si fuera la única forma de luchar contra ese miedo eterno.
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El día siguiente.