Bum. Algo estalló en su mente. Sheng Yize podía escuchar su propia voz temblando.
—¿Qué recuerdas?
An Xiaxia seguía llorando. Lo recordaba todo. Todo. Lo bueno, lo mano, los trozos alegres y los oscuros. Sin embargo, no se atrevía a creer en ellos, ni tampoco quería.
Lo abrazó por el cuello con toda su fuerza. Grandes lágrimas humedecieron la camisa de él. Sheng Yize le dio palmaditas en la espalda. A pesar del dolor punzante en su pecho, no la presionó, sino que solo la consoló en voz baja.
Después de lo que pareció una eternidad, An Xiaxia se agotó llorando y se quedó dormida en sus brazos. Luego la llevó en brazos a la sala de espera.
—Lo siento... —Abuela Sheng se le acercó y dijo arrepentida—. De verdad no sabía que Xiaxia le temía a los gatos... ¿Está bien?