Su Xiaomo nunca había visto este lado feroz de él. Encogiéndose en un rincón, sintió que sus ojos se ponían borrosos de las lágrimas. Luego tiró de su manga cautelosamente.
—Guapo, no te enojes. No te ves muy lindo así.
He Jiayu la alejó, sintiendo que había hecho algo de lo más ilógico. ¡Debió haber perdido la cabeza para llevarla a ver a su madre!
—¿Por qué estás tan enojado? —husmeó—. ¿Te cansó darles una golpiza a esos hombres? La próxima vez, ¡t-te ayudaré! ¡Yo también sé cómo golpear! —agitó sus puños y le sonrió alegremente.
Él le tapó los ojos. No quería ver esa expresión inmaculada en ellos, pues solo resaltaría lo sucia que era su vida.
—No necesito tu ayuda. Solo deja de quererme. Prométemelo, Su Xiaomo. Eres una chica muy buena y mereces a alguien mejor. Olvidaré todo acerca de tu confesión de amor y, si te gusta Qi Yanxi, te ayudaré a conseguirlo.