Song Qingchen se paralizó. Sin embargo, siguió haciéndose la chica inocente y habló con una voz empalagosa.
—Hermano Ah Ze, ¿de qué estás hablando? Solo estoy arreglando tu corbata...
Sheng Yize sonrió y la fuerza con la que agarraba sus muñecas aumentó. Bajó la vista, vio sus diez delgados dedos y las decoraciones brillantes de sus uñas.
—Esta es la misma droga que usaste en mí la última vez, ¿o no? —dio vuelta su mano y vio el rastro de polvo bajo sus uñas.
El corazón de Song Qingchen se cayó. ¿La había descubierto? No...
—Hermano Ah Ze, ¿qué droga? Lo que dices no tiene sentido —tragó y la sonrisa en su rostro se puso rígida.
—Cuando alguien miente —él acarició su cabello con delicadeza—, evitan hacer contacto visual, tragan y actúan con nerviosismo. Song Qingchen, has hecho todo eso.
Ella se puso roja de rabia. Él tomó un poco del polvo bajo sus uñas y la miró con desdén.
—Si adivino bien, esta droga causa alucinaciones.