Después de estar cerca de él por tanto tiempo, era la primera vez que An Xiaxia lo veía ser tan humilde. Sentía como si le hubieran metido una bola de algodón en la garganta, incapaz de decir algo. Sheng Yize frotó su cabeza contra su hombro, y su tono era una combinación de suplicas y un encanto coqueto.
—Por favor no me dejes... Xiaxia, prefiero que me des una golpiza o que te descargues conmigo. Dame cualquier orden. Solo no me dejes...
Ella podía sentir el calor de su cuerpo en su hombro y se dio cuenta de que puso todo su peso sobre su codo para no aplastarla. Pequeños detalles como esos siempre derretían su corazón. Además, se había dañado la mano porque intentó salvarla. Lágrimas brotaron de sus ojos, completamente contra su voluntad y dijo entre dientes:
—¿Qué tal una estrella del cielo? ¿Me darías una si te lo pido?