—Jojo... —An Xiaxia fingió una sonrisa. Volteó y vio que Sheng Yize se había vuelto a poner la gorra y la máscara, y el aire a su alrededor decía que mataría a cualquiera que se atreviera a acercarse.
Ella se puso la gorra de su sudadera en silencio y lo siguió cabizbaja.
Él estaba pensando en mil formas de hacerla sufrir. Dos pequeñas figuras aparecieron en su mente, una a la que se le ocurrían solo ideas malvadas, y que se regocijaba al pensar en llevarlas a cabo, y otra que condenaba a la primera figura, pidiéndole que tratara bien a An Xiaxia. Mientras los dos hombrecitos discutían, él también se alteró. De pronto, dejó de caminar. Ella se detuvo también.
—No te gusto, ¿¡así que por qué me sigues!? —rugió el joven al voltear.
—Estoy... estoy perdida... —ella sonaba lamentable.