Esa misma noche.
Lan Yu esperó afuera del hospital, enferma de nervios. Ahora el hospital era una zona de cuarentena y el acceso estaba prohibido. Estaba abrumada por la desesperación, al igual que esa vez con el accidente de tráfico. La muerte era un destino del que nadie podía escapar.
Se dijo que los teléfonos de todo el personal médico iban a ser confiscados, pero los pacientes aún tenían los suyos, lo que les permitía contactar a sus familias. Lan Yu bajó la vista hacia su teléfono, que estaba húmedo por el sudor en su palma. Se mantuvo en silencio. Ni siquiera había un mensaje.
—Es tan aterrador... —los transeúntes se escabullían con grandes máscaras—. ¡Escuché que todavía no han creado una vacuna y que la tasa de mortalidad es muy alta!
—¡Cielos! Solo vuelve a casa. Durante los próximos días, mantente alejado de lugares abarrotados. ¡Nunca se sabe cuándo te puedes contagiar!
—...