El día siguiente.
Al ver el mensaje que su asistente le había mandado, Sheng Yize soltó un suspiro inaudible. Jamás imaginó que llegara a esto.
—¿Qué pasó? —An Xiaxia seguía medio dormida cuando preguntó.
—Nada —guardó su teléfono, sin revelar nada—. Regresa a dormir.
Tal vez era mejor ocultárselo.
En casa.
Los golpes de su padre despertaron a Qi Yanxi. Después de una enfermedad grave de hace unos años, su padre rara vez se alteraba tanto.
—¿Qué...? —se frotó el desarreglado pelo.
—¡Mocoso inútil! —se golpeó el pecho de la angustia—. Tu esposa se suicidó y tú sigues durmiendo...
—¿Se suicidó? —murmuró esas palabras y se puso de pie de golpe—. ¿¡Mu Li se suicidó!?
Con los ojos rojos, su padre le tiró una foto. Era la foto que la policía había tomado de la evidencia en la playa: el teléfono con el mensaje.
—¿Dónde... dónde está? —se tambaleó.