He Jiayu solo volvió en sí mismo en ese momento y se precipitó a la habitación a grandes zancadas. Su primera reacción no fue ver a la bebé, sino que acercarse a Su Xiaomo y tomar sus manos con fuerza. Pese a que no había sufrido mucho, seguía un poco cansada. Al verlo acercarse, preguntó con una voz débil:
—¿Dónde está la bebe?
—La enfermera se la llevó para limpiarla —ya no estaba tan tranquilo como era usual—. Momo, ¡ahora tenemos una hija!
Una niña que les pertenecía a ambos.
—Cálmate, ¿sí? —resopló—. ¡Estás exagerando!
El Sr. He le dedicó una sonrisa atontada en lugar de sentirse indignado con su desdén, lo que la hizo poner los ojos en blanco. No obstante, no pudo evitar reír con él. Resultó ser que dar a luz no era lo más doloroso del mundo: en lugar de eso, en realidad, daba una sensación de felicidad y satisfacción.
—¿Cómo te sientes? —He Jiayu la miró, preocupado.