—T-tú... —An Xiaxia tartamudeó y no sabía qué decir. Al final, no pudo decir nada más que los usuales "granuja" y "cerdo".
Sheng Yize se había acostumbrado hace mucho tiempo a esas quejas. En lugar de dejar de molestarla, fue aún más allá hasta que le dijo "maridito" a regañadientes. Se recostó sobre su almohada y miró por la ventana, sintiendo que el mundo nunca le había parecido tan agradable como ahora. El cielo estaba oscuro, qué hermoso. Las estrellas brillaban, qué agradable. Y la luna estaba tan redonda, qué bonita... Lo más maravilloso de todo era que su primer amor ahora yacía a su lado. Se había convertido en su esposa e iban a pasar el resto de sus vidas juntos.
—Cuando Abuela Sheng se mejore, me divorciaré de ti si no me tratas lo suficientemente bien —le pinchó el pecho.
—No hay problema —dijo riendo.
Su respuesta fue tan rápida que lo único que ella pudo pensar fue: ¡me engañó!