An Xiaxia se congeló de inmediato. Si no hubiera sido porque Sheng Yize estaba a su lado, se habría desplomado.
—El último terrorista tenía bombas encima... —le dijo Zhou Shiqiao, a quien llamó de inmediato, con un tono apenado—. Kang Jian se sacrificó para salvar a los otros y murió junto con ese hombre... La explosión arrasó con prácticamente toda el área... Ni siquiera pudieron recuperar su cuerpo...
Se mordió la mano con fuerza, conteniendo sus lágrimas.
—¿Qué ocurre? —preguntó Sheng Yize, frunciendo el ceño.
—Kang Jian está muerto... —murmuró, con los ojos inyectados de sangre.
Él no esperaba eso. Todavía podía recordar con cuanta tristeza An Xiaxia había llorado cuando Kang Jian se fue para unirse al ejército. En ese entonces, solo había sido otra despedida, pero ahora esa persona se había ido para siempre. No había nada que él pudiera hacer al respecto. Solo era otro ser humano sin poder sobre la vida o muerte.