—¿Eh? —An Xiaxia volteó y una figura pequeña se lanzó a sus brazos como una bala de cañón, que después pellizcó su pecho—. ¡Bien! Guapa, ¡ven a mi cama esta noche!
Movimientos tan salvajes... solo podían provenir de Su Xiaomo.
—Momo...
—¿Qué ocurre? —al ver la expresión decaída en su rostro, dejó de bromear y preguntó con nerviosismo—. Te ves pésima... ¿Por qué tienes los ojos tan rojos?
Cuando la gente estaba triste, era su momento de mayor fragilidad y también era cuando las palabras de preocupación eran más efectivas.
—Momo... —An Xiaxia lloriqueó y enterró la cara en el cuello de Su Xiaomo.
Lloró silenciosamente, lo que la asustó. Hizo todo lo que pudo para consolarla, pero cuando le preguntaba qué había pasado, ella no le decía nada.
—¿Viniste a verme? —preguntó An Xiaxia.
Ella asintió con impaciencia, sacando dos entradas de su bolsillo.