—An Xiaxia, te estás poniendo más inteligente, ¿cierto? ¿Ahora te harás la muerta? —le rugió Sheng Yize, luciendo serio. An Xiaxia apenas podía mantenerse en pie y casi se desplomó en el suelo.
Entonces, él se dio cuenta de que algo andaba mal y la tomó en sus brazos. Sus labios no tenían color y su cabello negro pronto estaba empapado de sudor. Seguía apretándose el vientre y no lo soltaba.
Él la llevó a su cama de inmediato y ella tomó el edredón y se acurrucó adentro.
—¿Qué pasa? ¿Estás herida? —él sonaba nervioso mientras todo tipo de posibilidades cruzaban su cabeza. ¿Era apendicitis? ¿Neumonía? ¿Gastritis?
—No... —sollozó ella.
—¡Entonces por qué estás llorando! —gritóél, ante lo que ella sollozó más fuerte.
—No llores. Llamaré al 120 y los doctores llegarán pronto. —Él acarició su cabello para consolarla.
Un par de manos pequeñas se aferró a su gran mano.