Era imposible dejar de ver al rededor, examinar el interior del bunker una vez que nos adentramos y empezamos a seguir al hombre canoso, cuyo nombre era Jerry: un nombre pequeño para alguien que tenía la apariencia de un ex general duro y malo, en fin.
El lugar era mucho más espacioso que el bunker en el que estábamos antes, grande y enorme, con más pasillos de los que pudiera contar, y más habitaciones de las que imaginar. Incluso el techo era mucho más alto.
Y por las muchas personas que se hallaban caminando entre los pasillos cuyas paredes blancas se hallaban manchada, y el sonido de las voces tanto de niños como de adultos llenando los corredizos, imaginé que los sobrevivientes debían ser un gran número. Aunque nada comparable con la perdida y los infectados.
Sacudí esos pensamientos y me concentré en unos largos tubos de metal resistentes que se encontraban clavados desde el suelo, alargándose hasta el techo donde también se clavaban a un enorme trozo de metal que ocultaba la ventilación. Solo ver esos tubos formando un triángulo desde el suelo al techo, me hizo pensar que a ellos les había sucedido lo mismo que a nosotros. Debía de ser, si no, ¿por qué otra razón estaría cubiertas las ventilaciones? No había otra más que esa. Experimentos que también entraron por las ventilaciones en busca de carne humana. Me pregunté cuántas personas habían sido atacadas.
Pensar en ello, en lo que probablemente sucedió aquí, era terrible.
—Los tubos de las ventilaciones...
—Algo que también les sucedió a ustedes por lo visto—interrumpió Jerry, antes de que Adam terminara su comentario—. Aunque ya arreglamos ese problema, los malditos monstruos están intentando salir a la superficie, las ventilaciones o el drenaje eran su objetivo, así que seguramente ya habrá salido uno que otro.
Me tambaleé, instantáneamente mis gelatinosas piernas dejaron de moverse, se me clavaron los pies al suelo, sintiendo como un escalofrió subió desde la planta de los pies hasta todo mi cuerpo, rasgando de horror mis nervios. Lo primero que pensé fue un rotundo no en el que mi cabeza negó en movimientos.
No, no, no... Eso no podía ser verdad, no podía suceder, ¿cierto? Estaba mintiendo... ¿O escuché mal?
Levanté la mirada del suelo, donde la había dejado clavada del shock, y vi que no fui a la única a la que le afectó sus palabras, Rossi y Adam habían dejado de caminar también, haciendo que el silencio de sus pasos lo detuvieran a Jerry también y se girara para que, al vernos, estirara media sonrisa, como si nuestras reacciones le divirtieran.
— ¿Están intentando salir de aquí? — Yo también quería saberlo. No. Tenía que saberlo.
—Intentando no, lo están haciendo— replicó y solo me dejó más perturbada.
— ¿Cómo sabes eso? —aventé de mi boca la pregunta con rapidez, con esa misma sorpresa—. ¿Cómo sabes que están saliendo? ¿Lo han visto?
Entornó la mirada en mi dirección, dio un repaso de toda mi estructura y arqueó la ceja, finalmente cuando llegó a mi rostro. No entendí por qué me miraba el cuerpo entero, si ya antes lo había hecho.
—La única salida es el comedor— esta vez fue Adam quien se apresuró a hablar cuando Jerry no dijo nada por unos segundos —. No se puede salir de otra forma.
No sabía con exactitud si lo que decía Adam era cierto, porque no recordaba nada, pero esperaba que tuviera razón. Entonces me sentiría más tranquila, pero no fue así, no cuando él ladeó su rostro y marcó esa perturbadora sonrisa torcida, alzando más sus arrugas.
—No estés tan seguro—escupió, sus palabras me estremecieron los huesos, secaron mi garganta. ¿Qué quería decir con eso?, ¿había otra salida a parte de los elevadores? —. Hasta hace poco existía la salida por la oficina del director y creador de este laboratorio, Chenovy.
«Pero explotó y ocultó todo bajo un derrumbe y una inundación, aun así, existe una puerta que lleva a la superficie y cualquier monstruosidad es capaz de llegar a ella con el tipo de garras que tienen. Pero eso no es lo mejor. Están haciendo agujeros en los techos... Hay cientos de ellos, sobre todo en los túneles donde el techo no está brindado de acero, seguramente también han intentado salir por la escalerilla de los ascensores.»
No, no, no. No podía estar pasando eso. ¿En verdad estaban saliendo? ¿O algún monstruo ya logró salir? Pero nunca vi un agujero... Sin embargo, siempre me pregunté por qué los experimentos empezaron a salir de las ventilaciones. ¿Era por qué buscaban una salida del laboratorio?
Se me heló la sangre con el simple pensamiento. Si salían de aquí todos esos monstruos, ¿qué sucedería entonces? ¿Qué pasaría en el exterior?
Se volvería un caos. La respuesta llegó a mí en forma de púas escañándose en mi cráneo llenándolo de dolor. Si los experimentos contaminaban a otros, nada terminaría. Sería el infierno otra vez... O peor.
Mucho peor...
Sus caras son una mierda entera— Su comentario no tuvo nada de gracia.
—Debe ser imposible, los agujeros tal vez sean...— Adam ni siquiera pudo terminar sus palabras, cuando fue interrumpido por el hombre.
—Ya tuve suficiente de explicaciones absurdas— Y comenzó a caminar, apartarse más de nosotros, obligándonos a seguirle por detrás, para escuchar el resto de sus palabras—. Sino fuera porque nos encontramos a esos animales escarbando su agujero, también me verían explicando que topos gigantes hicieron de nuestro techo, su hogar.
En esa situación tan delicada, ¿se ponía a hacer bromas? Deteste que tuviera el valor de soltar palabras con sarcasmo. Cualquiera en su lugar estaría igual de sobresaltado como nosotros, entenebrecidos de saber que esas criaturas aterradoras estaban —sino es que ya— saliendo del laboratorio.
Unos dedos largos deslizándose alrededor de mi mano, me sacaron de mis pensamientos, miré aun con los párpados muy abiertos, en esa dirección, sintiendo cono la mano de Rojo se entrelazaba con la mía, la apretaba, se aferra a ella. No tardé en subir la mirada para saber que había estado observándome todo este tiempo.
Ver la forma en que me contemplaba, con preocupación, oprimió mi pecho. ¿Cómo habíamos llegado hasta este desastre y nadie aún venía a rescatarnos? ¿Alguien allá fuera se daría cuenta de las monstruosidades antes de que estas llegaran a atacar la ciudad?
Era extraño incluso pensarlo tantas veces y darme cuenta de que había muchas cosas fuera de lugar. De un orden, de la lógica. Si el laboratorio estaba oculto, y ni el gobierno sabía de su existencia, ¿aun así no debería alguien saber de este laboratorio? Quiero decir, era casi imposible que todo el mundo que conociera de este laboratorio se encontrará atrapado en este lugar, para ser secreto debería de haber alguien allá afuera que tuviera relación con el laboratorio para mantenerlo oculto, que estuviera de alguna forma vigilándolo o contactándose con él, ¿no?
A pesar de que todas las señales de radio, telefónica y Tablet, estuvieran bloqueadas para conectarnos con el exterior, debía de existir esa fuente de conexión con esa persona del exterior, ¿cierto? Si encontrábamos esa conexión, podríamos contactarnos e informar de lo sucedido, y advertir lo que ocurría, y pedir ayuda...
— ¿Sabes lo que sucedería si salen de aquí? ¿Sabes la catástrofe que acontecería? — Las preguntas exclamadas por Adam me hicieron pestañar.
Lo vi apresurar sus pasos para colocarse frente a él y detenerlo. Su rostro estaba contraído, varias emociones añadidas en él sin saber cuál colocar antes que todas.
— El laboratorio no está ni lejos del pueblo más cercano a la ciudad de Moscú, van a destruirlo, contaminar a la población—recordó Adam, y que pronunciara esa ciudad hizo que varias imágenes se pasearan por mi mente.
Yo vivo en Moscú con mi familia. Repetí en mi interior, porque era claro. Moscú era mi ciudad según mis recuerdos, ahí era donde yo vivía, pero eso era todo lo que recordaba. Mi casa, mi habitación, mis padres e incluso mis hermanos gemelos. Pero eso era todo, no recordaba más.
Y eso no era tan importante, solo reproducir las palabras que dijo Adam fueron suficiente para hundir mi piel en un profundo y aterrador estremecimiento. ¿Qué sucedería si esas monstruosidades salían a la superficie en dirección a Moscú?
—Podríamos detenerlos con nuestras armas, eso seguramente estarán pensando—comenzó a hablar el hombre canoso—. Después de todo pusimos un localizador en todos los cuerpos de los experimentos. El problema es que no estamos hablando de los experimentos contaminados, sino del personal que recibió una mordida y tuvo la misma deformación que los otros, y, sobre todo, hablamos del parasito que crece en el interior de los contaminados. Ese es el mayor problema.
—¿Parasito? —escupí la pregunta, completamente confundida, ¿cómo que esas cosas que Rojo se arrancó estaban saliendo del laboratorio también?
Él asintió, alargando una mueca en su rostro.
—Hallamos a un par de parásitos con el tamaño de un hombre robusto, escarbando en uno de los túneles —me estremecí de horror ante sus palabras, ¿tamaño de un hombre? ¿Podían crecer así de tanto? Era imposible, ¿cómo? —. Estas malditas criaturas salen del interior del contaminado cuando son capaces de sobrevivir a nuestro entorno, hemos visto que cuando son del tamaño de un brazo o más pequeños se secan con el tiempo, mueren. Pero cuando sobrepasan ese tamaño, sobrevive y son muy difíciles de matar.
A causa de sus palabras mordí mi labio, apretando también la mano de Rojo. Sintiendo como los nervios me removían hasta lo más profundo de mis entrañas.
—Ahora entiendo lo que vi en el pasillo del bunker—las palabras de Adam, terminaron por asombrarnos, sobre todo su mirada que se había detenido en Rojo—. La criatura gelatinosa que te arrancaste era del tamaño de mi brazo, largo y delgado. Le disparé más de tres veces en la cabeza, o lo que sea que fuera esa bola que le colgaba, y con una cuarta pude terminar con su vida.
—No tienen cabeza, probablemente era un órgano del enfermero contaminado— la aclaración de Jerry me hizo tragar con fuerza, y sentí un extraño temor cuando clavó la mirada en Rojo solamente—. Así que estuviste contaminado, pero no tienes colmillos.
—Se los arrancó—aclaré al instante y con severidad, mi mirada tratando de no enfocarse en el par de personas que pasaban junto a nosotros para cruzar el siguiente pasillo, al ver la manera en que las enormes manos del hombre canoso se apoyaban en su ancha cadera rodeada por el cinturón de funda donde descansaban sus diferentes y pequeñas armas.
—Ustedes los enfermeros rojos sí que saben lo que deben de hacer para descontaminarse, pero no tienen la misma suerte que los experimentos naranjas, ellos son los únicos que no se contaminan— contó antes de soltar una larga exhalación y mirar hacía alguna parte detrás de nosotros—. En fin. Hemos aprendido mucho de estos parásitos en todo este tiempo, así que también sabemos cómo combatirlos.
—¿Cómo? — las palabras salieron al unisonó entre Adam y yo que hasta nos compartimos una mirada. Por otro lado, Jerry solo se dedicó a mirarnos y a moverse, apartar a Adam del camino para cruzar al siguiente pasillo a nuestra derecha.
—Se los contaré una vez entremos a la enfermería —aclaró, y unos cuándos pasos, él se detuvo enseguida frente a una puerta en cuya perla colocó su mano. Y antes de que la girara y la abriera, decidí preguntar:
— ¿Y existe alguna forma de comunicarnos con el exterior? — Cuando giró para verme de reojo, agregué otra pregunta—. ¿Algún canal de radio en dado caso que surgiera emergencias como esta? No sé, debería existir una comunicación de emergencia.
—Claro que existió— Y eso me golpeó el rostro de palidez, ¿existió? —, pero ahora está debajo de los restos de la oficina de German Chenovy, por lo tanto, es difícil incluso advertirles a los trabajos de la planta eléctrica sobre lo que ocurrió en el laboratorio o comunicarnos con el exterior porque unos imbéciles bloquearon las líneas de comunicación.
—Los que provocaron este caos, ¿no es verdad? —inquirió Rossi, de la nada, después de estar mucho tempo callada.
Jerry abrió la boca, iba a responder, una respuesta que seguramente ya todos sabíamos porque era más que obvia, sino fuera por unas risillas infantiles que le sellaron los labios y enviaron su mirada hacia el pasillo detrás de su hombro, justo donde yo envié la mía también para encontrar a un par de niños corriendo uno detrás de otro.
Apenas alcancé a ver el color de sus ojos, pero ese pequeño segundo en que distinguí el inusual color de orbes de uno de ellos, supe que eran experimentos... Experimentos jugando a las atrapadas.
— ¡Sophía, Gae, no se separen mucho del pasillo! — Un grito femenino levantó mi mirada y la colocó en una mujer de cabellera pelirroja, atada en una coleta que se sacudía a causa de su brusco movimiento al detenerse bajo el umbral, con la mirada clavada en los cuerpos de los experimentos infantes, y un brazo doblado deteniendo a un...
Todos mis huesos se sacudieron, un shock se estampó contra toda la piel caliente de mi cuerpo hasta volverla fría cuando mi mirada se detuvo a reparar en ese pequeño cuerpecito rodeado por el brazo de aquella mujer para mantenerlo pegado a su delgada figura.
Oh por Dios, ¿era eso un bebé? Sí. Era un bebé... ¿Por qué tenía ella un bebé? ¿De dónde había salido ese bebé?
Desconcertada y estupefacta elevé la mirada y la clavé en aquellos orbes rojos que al parecer miraban lo mismo que yo. Y volví a verla, pero lo que terminé viendo me dejo aún más perturbada. Tan perturbada que mi mirada se paseó una y otra vez en ese enorme cuerpo masculino deteniéndose detrás de ella— quien seguía persiguiendo con la mirada a los infantes. Esa escultura llena de escalofriante imponencia, una esencia tan rotunda y estremecedora como la que sentí la primera vez que vi a Rojo en el área roja detenido detrás de la pequeña figura de la mujer pelirroja. Esa que ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.
Me detuve a reparar en su perfil bronceado y bien perfilado. Ese que era imposible olvidar. Era el experimento naranja, al quien llamaban por soldado y el que abrió la puerta del bunker y entró con un arma entre manos.
Una clase de sorpresa y confusión golpearon mi rostro, fue inevitable no preguntarme que estaba haciendo detrás de ella, pero entonces, una respuesta llegó a mi cabeza cuando recordé el comentario que Jerry había hecho en el bunker en el que nosotros estábamos, y la mirada que le dio al mismo experimento. ¿Ella era su pareja?
Quise saberlo, sentí una profunda curiosidad de saber si lo eran o no. Miré nuevamente el perfil del experimento, la manera en que reparaba en la pelirroja que le daba la espalda me estremeció.
No estaban muy lejos de notros como para no ser capaz de atisbar hasta el último movimiento de sus rostros— tan solo unos metros eran lo único que nos separaba—, y esa mirada fruncida con dolor y preocupación en él me había sorprendido.
—Ah demonios, ya volvieron al nido de amor—las palabras arrastradas del hombre canoso me hicieron apartar la mirada del momento exacto en que la mujer pelirroja giraba para encontrarse con el enorme experimento—. Entremos primero antes de que se escuchen los gemidos.
La orden del hombre me hizo entonar la mirada en su dirección, antes de darle una mirada instantánea a la pelirroja y al soldado naranja. Pronto, Jerry nos hizo una señal de que entráramos cuando abrió la puerta de esa extraña habitación.
— En privado hablaremos de eso y el plan de salida que tenemos, así que entren ya.
Pronto vi cómo se adentró, no tardamos en hacerlo y seguirle otra vez por detrás, no sin antes mirar a los niños risueños que se acercaban a nosotros. Nos adentrarnos a esa habitación pequeña en la que se acomodaban en un rincón dos grandes estanterías repletas de medicamento, y en otro rincón, un escritorio de oficina con una lámpara sin foco, y todavía, detrás del escritorio, se hallaban un par de camillas blancas y bien planchadas.
Me impedí seguir curioseando con la mirada porque no era el momento. Observé al hombre que empezaba a cerrar la puerta con una lentitud en la que lograba que el pernio chillara. Y una vez cerrada la puerta por completo, todo se hundió en un profundo silencio.
—Pero hay algo peor...—acalló enseguida Jerry, girándose para encararnos desde el umbral.
— ¿A qué te refieres con peor? —indagó Rossi, confundida al igual que yo—. Ya no puede haber nada peor que saber que los contaminados están saliendo a la superficie.
— Varios túneles están colapsando debido a la columna que sostenía gran parte del laboratorio y que se trozó con la explosión en la oficina de Chenovy—Su pecho se infló, y él exhaló—, y nos estamos hundiendo...
Lo que sus palabras trajeron, no solo golpeó de emociones catastróficas mi cuerpo, al parecer esas palabras tampoco se las esperó Adam y Rossi.
— ¿C-cómo que inundación? — La voz de Adam delataba su sorpresa y shock.
Instantáneamente recordé el túnel de agua, ese miso donde Rojo mató a un experimento. Me pregunté de dónde provenía toda esa agua helada, ahora sabia la respuesta...
Y antes de que pudiera procesarlo o reaccionar, él agregó:
—Más de la mitad de los túneles contienen agua, agua que viene de las tuberías que se encontraban en la parte inferior de la oficina del Chenovy, además de esto, la mayor parte de los túneles están colapsando debido a la explosión y debido a estas malditas criaturas que escarban en el techo. Esto es algo que todos saben y ustedes deben saber, porque no podemos asegurarles que el camino al comedor será seguro.
—Mencionaron lo de la escalera, que una vez la terminen saldremos de aquí—recordó Rossi de inmediato, parecía un poco desesperada por saber—. ¿Cuánto falta para terminarla? ¿Lograran terminarla hoy?
Hubo una severidad en el rostro del hombre cuando detuvo su mirada en la pregunta desesperada de Rossi.
—Se espera que dentro de unas horas lo terminemos, pero en unas horas podrían suceder varias situaciones del otro lado del bunker—respondió él, con una mueca en sus labios—. Aun así, se hace lo posible por terminarla de manera correcta para que no se rompa una vez la utilicemos.
— ¿Y ya saben quiénes fueron los responsables de todo esto? —me atreví a preguntar, enfatizando con severidad la pregunta una vez soltado la mano de Rojo para apretar mis puños.
—Sí, lamentablemente sí lo sabemos— respondió como si fuera algo demasiado simple—. Mucho antes de llegar y tomar este bunker, atrapamos a tres de imbéciles con muestras de sangre de experimento en sus bolsillos, les dimo su merecido, por supuesto— suspiró él, un segundo antes de añadir—. Y hace un momento, antes de pedirles seguirme hasta aquí, me informaron que atraparon a una mujer con muestras de genética y parásitos. Era una mujer bella. Ahora esta en camino a recibir su castigo, mis hombres se encargarán de ella.
Eso ultimo lo suspiró con desgano antes de rodear el escritorio y sentarse sobre él, no en la silla.
Me estremecí, preguntándome si a ella también la habían matado, aunque lo más probable era que sí. No permitirían que los culpables vivieran o salieran a la superficie sin pagar por lo que habían hecho.
—Lo sabía—soltó Rossi, y cuando vi rostro atrapé esa sonrisa nerviosa tratando de permanecer endurecida en su rostro.
—¿Se puede saber qué sabes? — preguntó él y la sonrisa de ella desvaneció
—Que esto no pudo haber sucedido solo porque sí, sabía que se trataba de algo más, personas, quizás muchos trabajadores tuvieron que ver y quería robarse las muestras de sangre.
Y no te equivocas del todo. Aunque es claro que entre dos sujetos no pudieron haber hecho algo como esto, sabemos que hay más involucrados— comentó, de pronto mirándose los dedos de su mano con interés—. Lo que sabemos acerca de ellos es que no tenían más de 7 meses trabajando aquí, y todos trabajaban realmente para los que financiaban el laboratorio de Chenovy. Este hombre se metió en un gran lio con Anna Morózovo y Esteban Coslov al no cumplir con el último contrato que firmó.
Tuve que ver las caras de Rossi y Adam al no entender quienes era ellos que, por mucho que los pronunciara en mi cabeza, no podía hallar nada familiar.
—¿De qué contrato hablas? —Adam escupió la pregunta.
—Está claro que ustedes no lo sabrían, esto de los contratos ni siquiera nosotros lo sabíamos hasta que obligamos a estos imbéciles que trabajaban para ellos a hablar—mencionó él, cruzando sus brazos bajo su pecho —. Esta industria, por así decirlo, no fue creada con el objetivo que se nos dijo en un principio, no fue creada para evitar la extinción de especies animales, ni mucho menos encontrar curas para enfermedades por medio de la sangre de los experimentos humanos que, lo más probable y la mayoría de ustedes no conociera este último objetivo porque también era una absurda mentira.
Hundí el entrecejo.
—Esta industria se dedicaba a la creación de órganos para su posterior venta en la superficie— soltó, y eso nos palideció a todos—. Los órganos eran sacados de los experimentos amarillos, verdes, blancos y rojos, pero solo los que estaban dentro de la etapa adolescente, y esa etapa es la más larga por una razón. Era la única etapa en la que su propio cuerpo en desarrollo sufría de una afección en la que se dedicaba a procrear y duplicar órganos en un número ilimitado.
No.
No podía creerlo.
Hasta mis pulmones habían dejado de respirar a causa de sus palabras. Ahora entendí lo que Rojo dijo en las duchas de la base a la que Adam y su grupo nos habían llevado el día en que nos encontraron.
Dijo que le sacan órganos extras sin siquiera ponerle anestesia, le abrían el estómago y le cortaban los dedos para ver también su acelerado crecimiento... ¿Cada cuánto le hicieron eso? No. ¿Por eso había sido credo? ¿Esa era la razón por la que crearon a los experimentos? ¿Para ser como una maquina creadora de órganos? Solo pensarlo hizo que una opresión se adueñara da de mis músculos y mis manos se guiaran en un par de puños bien apretados mientras la mirada se clavaba con preocupación en Rojo, en ese par de orbes que instantáneamente se habían dejado caer sobre el suelo.
Estaba recordando esos momentos, lo supe. Y solo saberlo hizo que un sabor amargo se impregnara en toda mi lengua. Apreté su mano entrelazada con la mía y él pestañeó al instante, dejando que ese par de orbes carmín se encontraran con los míos. Quise decirle algo... pero no supe qué.
—¿Es broma? — me asombró la manera en que el rostro de Adam se rasgó en severidad, como si aquello fuera una locura imposible de creer.
—No, no es una broma, Tuve la misma maldita cara que ustedes cuando Chenovy nos confesó que esto estaba ocurriendo por su culpa. Pero después de la explosión en su oficina, no volvimos a verlo más y ni me interesa saber de ese bastardo que nos mintió a todo.
La manera en que lo escupió, demostraba la ira que sentía.
—Lo peor no es que abusaban de la afección de estos experimentos adolescentes, pero este fue el trato que Chenovy hizo con estas personas de mierda— espetó, un momento se dedicó a mirarnos a cada uno de nosotros —. El último contrato que no cumplió este maldito lunático, fue la entrega de tanques con sangre de los experimentos blancos y verdes para venderlos como un fármaco que cura heridas graves o erradicar con lentitud enfermedades cancerígenas o problemas congénitos.
(...)
No dejé de pensar en esas palabras el resto del tiempo que pasamos hablando del plan para salir de este lugar, de las inundaciones en el laboratorio y lo que, me había afectado más que ninguna otra cosa, la verdad sobre los experimentos.
La verdad por la cual Rojo había sido creado. Creado para la clonación de órganos y para la sobre producción de glóbulos rojos para utilizarlos como fardamos que curaban malditas heridas de las personas que compraban su sangre en el exterior.
Malditos monstruos.
Aun cuando nos dieron una habitación para descansar un poco más, ni siquiera podía pensar en dormir. Estaba estupefacta, en shock, hundida en mis pensamientos, en cientos de preguntas que me golpeaban una y otra vez. A este nivel, tendría todo mi interior lleno de moretones.
Y no estaba así por esas personas que tuvieron que ver con este desastre. Nos estábamos hundiendo, nos estábamos derrumbado, los monstruos estaban saliendo al exterior, y nadie aún venía a rescatarnos. Solo éramos nosotros, los únicos que podíamos salvarnos.
Pero, aun así, lo que más me aterraba era que no lográramos salir de aquí, todos con vida, y que, si lo lográbamos, con lo que nos encontraríamos en el exterior podía ser peor después de saber para qué habían sido creados los experimentos.
Dejando aún lado que no tendríamos un techo peligroso sobre nosotros, y no estaríamos acorralados en cuatro paredes, o dentro de un laberinto, lo que sucedería si más personas se contaminaban, era una de las grandes dudas, al igual que los experimentos sanos una vez pisado el exterior.
Una vez que Rojo y el resto de los experimentos saldrían al exterior, no se les permitiría ser libres. Quizás ni siquiera tendríamos la oportunidad de escapar. Eso es lo que yo quería hacer con Rojo, escapar de ellos, irnos lejos antes de que tratar ande hacerle algo, porque sabía que no lo dejarían libre después de todo este desastre. Él, al igual que el resto de experimentos sobrevivientes, era valiosos. Muy valiosos.
Nadie querría perder la oportunidad de experimentar con ellos más de lo que ya habían hecho, nadie perdería la maldita oportunidad de abusar de la reproducción de su organismo o su misma sangre.
Ahogué un grito de sorpresa cuando de un momento a otra, mi cuerpo fue levantado por los brazos de Rojo. Mis manos volaron a sus hombros para sostenerme y ver sus orbes, contemplándome con adustez.
Una sequedad que me desconcertó.
—Sé en lo que estas pensado—soltó, no pude evitar morderme el labio inferior—. Pero ese periodo para mí ha terminado, pequeña, y ya no dejaré que me vuelvan a utilizar.
No sé por qué no pude creer en eso.
—Bajaré tu fiebre— dijo, alzando su rostro y desviando la mirada hacia otro lugar de la habitación a la que no puse atención, me quedé observándolo, contemplando desde esa posición sus endemoniadamente atractivas facciones, sintiendo como mi corazón se congestionaba entre más lo contemplaba.
Sentía que me lo arrebatarían de las manos, tarde o temprano.
Yo no quería perderlo. Ese era mi temor.
Nos inclinó, le sentí mover una de sus rodillas para colocarlas sobre el colchón donde pronto me bajó, con delicadeza. Se retiró en seguida, pero solo un poco para quedar frente a mí y llevar su mano a mi mejilla que empezó a acariciar. Un tacto tan cálido y suave que me hizo suspirar.
—No ha bajado nada— su voz grave apenas pude escucharla con tantos pensamientos en mi cabeza.
—Rojo—lo llamé, aunque tenía su total atención—. Si salimos de aquí... —exhalé las palabras con poca fuerza, pero no porque me sintiera débil, sino porque estaba preocupada, atrapada en mis pensamientos más tormentosos—, ¿qué crees que suceda? Ahora que tal vez ya estén saliendo a la superficie los experimentos contaminados.
—No lo sé— respondió con seriedad. Levantándose e incorporando su imponente cuerpo para acercarse a una esquina de la cama donde dobló sus rodillas —. Pero te protegeré, eso es seguro.
Protegerme... Yo también quería protegerlo.
Rasgó un trozo de tela de la sabana que cubría la cama. Me pregunté qué haría con ese pedazo, hasta que lo vi levantarse y tornar sus pasos al baño.
—Yo si se lo que puede llegar a ocurrir— Y no iba a mentirle. Me deslice del centro de la cama hasta sentarme en el borde del colchón y colocar mis pies sobre el suelo—. Nos reclutaran, nos encerraran o simplemente correremos por nuestras...— hice una pausa para tragar y escuchar enseguida el chorro de agua del lavabo en el baño—, vidas. Pero lo que n o dejó de pensar, es que a ti seguramente te van a querer estudiar...
—No voy a permitir eso— soltó, su voz salió del baño con un ápice de disgusto—. Que nos esclavicen y nos estudien, ya fue suficiente.
Giré la cabeza, levantando la mirada para pisarla en esos orbes que observaban sus manos mientras salía del baño. Sus manos sostenían el trozo de tela que arrancó de la cama, mojado y hecho un puño. Rodeó la cama por segunda vez, hasta llegar junto a mí para posicionarse sobre sus rodillas. Tal como un príncipe hacía con su princesa...
...O una pareja para proponer matrimonio.
Alzó la cabeza para mirarme un momento, sin una pisca de emoción en su atractivo y abrumador rostro dueño de unos orbes endemoniados y diferentes a los de un humano.
Esos orbes que recuerdo en mi memoria, eran lo que más me atraían a él... Me enredaban en una clase de burbuja de ensoñación, en la que me sentía una presa atada a su depredador, pero una presa sin temor.
—Si tengo que disparar a una persona, lo haré—reveló, al instante, llevando su mano con el trapo a mi rostro para empezar a humedecer mi frente—. No voy a dejar que me aparten de ti.
Esas palabras me estremecieron no solo el cuerpo, sino el alma. Escociendo los ojos, amenazando con oprimir con mucha más fuerza mi pecho hasta aplastar mi corazón.
Yo tampoco quería que lo apartaran de mí. Tampoco lo permitiría... Las cosas no serían fáciles fuera del laboratorio, porque una vez fuera de este infierno, pasaríamos por otro, solo si no terminaban con la vida de los monstruos antes de que contaminaran a otros. Y todavía recordar que estaba embarazada, y que tal vez ni el bebé ni yo sobreviviéramos.
Que ironía pensar que después de la tormenta, venía la calma. Eso para nosotros no aplicaba. La tormenta era nuestro dueño.
Aparté la mano de Rojo con lentitud, al igual que el pañuelo con el que refrescaba mi rostro para disminuir la fiebre, eso hizo que él juntara un poco sus cejas oscuras, buscando una explicación. No había ni una razón, más que la pregunta que hacía que mis labios se abrieran temblorosos.
Pensar en todas esas cosas, solo hacía que tuviera más necesidad de contárselo a Rojo, pero antes quería saber si él sabía que era un embarazo. Un bebé... Lo que significaba una eyaculación, que él era genéticamente alterado y que eso podía producir más de los malestares normales que le preocupaban.
— ¿Sa-sabes qué es un bebé?—tartamudeé en voz baja, casi en un hilo de voz. Temerosa de que su respuesta fuera una que no esperara.
Me estudió en un silencio inquietante en que sus orbes pasaron de ver mi rostro a ver mis labios, separó sus labios para respirar a través de ellos, y volvió a verme, poniéndome nerviosa, ansiosa.
—Es un humano en miniatura, neonato, que no habla y no camina— su respuesta abrió mis labios, no de sorpresa—. ¿Por qué me lo preguntas?
Era como escuchar un diccionario hablando, eso solo me hizo saber que probablemente no sabía lo que era, realmente, un bebé más allá de las palabras.
Negué, logrando que algunos mechones de mi cabello desordenado, golpearan mi rostro, algo que él enseguida acomodó detrás de mis orejas.
— ¿Y sabes cómo se hace un bebé? — curioseé enseguida, ignorando responder a su pregunta.
Silencio. Un momento en el que una de sus pobladas cejas se arqueó, un gesto que muy pocas veces había visto en él y que lo hacía lucir, rotundamente atractivo. Mordí mi labio al darme cuenta de los segundos que había tardado en responder, y saber que tampoco lo sabía.
—En incubadoras...
Mis ojos se abrieron tanto, de sorpresa, que sentí que se me caerían de mi rostro. Por supuesto no esperé esa respuesta.
— ¿Quién te dijo que en una incubadora? — La parte de mi cintura se estremeció cuando sintieron sus manos, deslizándose alrededor. No supe qué tipo de cara hice que provocó que él estirara la comisura izquierda de sus carnosos labios en una sonrisa tan atractiva y enigmática que mis mejillas florecieron de calor.
No, no. No era el momento.
—Tú me lo dijiste— aseguró, disminuyendo esa sonrisa calurosa—. Te lo pregunté una vez cuando me cuidabas.
¿Yo le dije eso? ¿Y por qué le dije que de una incubadora? ¿O acaso es que no quería responderle con la verdad o no estaba permitido responder esas dudas? Estaba confundida, y un poco intrigada por saber.
— ¿Cómo supiste que tú eras fértil? — A mi pregunta, él lamió sus carnosos labios, bajó sus manos hasta mi cadera, y miró el colchón un momento antes de responderé.
—Lo leí en uno de los documentos que guardaba mi examinadora, ¿por qué?
— ¿Entonces no sabes para qué sirve la fertilidad? —insistí, en ese instante él pareció perdido en sus pensamientos, confundido, aturdido sin apartar la mirada de mi... vientre—. ¿Ni lo que es la eyaculación? ¿Nunca te has preguntado qué sucedería al tener relaciones sexuales, o lo que tu liberación provocaría en el vientre de una mujer?
Quedó en silencio, un silencio a causa de su confusión en el que soltó mi cadera para incorporarse, frente a mí y a una distancia en la que soltó el aliento con cansancio.
—No, Pym—mi nombre siendo espesado me hizo pestañar, su ápice de molestia me sacó el aliento—. Nunca me lo pregunté. No sé mucho, no me enseñaron como a ti.
La culpa y el arrepentimiento de tener una gran boca llena de nervios cayeron como plomo sobre mis hombros.
Claro, pero que idiota fui. Cómo le iban a ensayar a él de bebés, eyaculación, embriones y embarazos... Sí los trataban como objetos únicamente, artefactos de curación nada más. No los miraban como lo que realmente eran, personas.
Quise golpearme cientos de veces al no pensar en ese detalle antes de tirar todas esas preguntas. Pero en verdad estaba terrible ansiosa y necesitada de saber...
—Perdón —me disculpe, sintiendo como todos mis músculos se estremecían.
Me levanté enseguida para acercarme a él, bajo su imponente mirada, esa que en ni un segundo se apartó de mí, yo tampoco lo hice. Llevando mis manos a sus anchas caderas donde deje que mis dedos se aferraran con la intención de no tenerlo lejos.
—No quise hacerte sentir mal —sinceré, mordiendo un poco mi labio inferior al ver como estiraba levemente una de sus comisuras en una mueca que no supe si era de disgusto.
Más silencio se añadió a nuestro al rededor, inquietante, abrumador cuando permanecía igual de serio, dejando que sus pupilas rasgadas viajaran a cada milímetro de mí rostro. Movió su brazo, direccionando su mano a mi rostro, sonde ahuecó mi mejilla.
—No me mires así, es irresistible— exhaló en un ronco tono, al instante, utilizando su otra mano para alcanzar mí cintura y empujar mi cadera a su vientre de tal forma que nuestros vientres se rozaran con crueldad—. Me dan ganas de hacerte el amor ahora mismo, Pym.
Como si estuviera en un horno, mi cuerpo comenzó a calentarse de inmediato, el corazón me salió disparado latiendo a una indomable velocidad que me complicó respirar.
Lamí mis labios sintiendo esa sensibilidad en mi cuerpo, esa rotunda sed de cumplir sus palabras. Pero no podía aventurarme a hacerlo, no cuando estaba a punto de hablarle de... Vi la manera en que su deseo desapareció como chispa sin dejar rastro cuando sus cejas se fruncieron, confusas, y su mirada viajo de mi rostro a mi vientre.
—P-Pym... — hizo una extraña pausa que me consternó, una pausa en la que endureció la mandíbula, un segundo en que dejó de respirar.
— ¿Qué sucede? — Me preocupé.
Algo que no esperé en ese instante que casi me tragaba la pregunta, fue verlo apartarse y colocar su mano en mi estómago, casi por encima mis costillas. Eso me aceleró más la respiración, enviar de golpe mis ojos a su rostro para ver el shock en él.
Y cubrió sus ojos bajo sus párpados, una acción que no detuve pero que hizo que cada hueso y músculo de mi cuerpo temblaran aterrados de lo que mirara dentro de mí. El favor me sumergió a un más, congelándome al ver la palidez en su rostro, un gesto que no me gustó.
¿Qué estaba viendo? ¿Estaba viendo algo? Otra vez dudé, dudé mucho de lo que juraba estar segura, dudé de que lo estuviera viendo Rojo fuera una temperatura fría, y no una caliente.
—Rojo...