Advertencia, este capítulo contiene escenas adultas explicitas e intensas.
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En ese entonces estaba dividida en dos. Una parte de mi atrapada en el pasado justo en los mensajes que fueron el principio de un despreciable dolor consolado por unos brazos silenciosos, y otra parte de mi estaba atrapada en el presente, asimilando como pudiera la hipocresía de esa sonrisa femenina. Ella guardaba más falsedad de lo que no imaginé, después de todo, ahora conocía sus secretos.
Bien decían que nunca terminarías de conocer a alguien, pero lo irónico era que ni siquiera los recordaba del todo y ya sabía lo que eran. Porque para descubrir la verdadera cara de las personas tenías que pagar un infierno. Eso fue lo que yo pagué, y hasta ese momento pude contemplar las formas de sus rostros, con un insistente fuego quemando mis apretados y ansiosos puños.
Puños que querían destruir esa burlona cara afilada de mentira, repleta de infidelidades, gorda de hipocresía. Quería exprimirla, dejarla vacía, que todos vieran lo que yo veía en ella...y en él. Porque no solo se trataba del recuerdo, de esas memorias que regresaron a mi como bloques de hielo dejando punzadas de dolor en todo mi cuerpo, oh no... Se trataba de que todo este tiempo me habían visto la cara, guardado sus inmundicias tratándome como si nada hubiese pasado.
Me vieron la cara de estúpida solo porque no recordaba las veces que se acostaron a los espaldas en mi habitación, en mi propia cama, en la ducha en la que me bañaba, en esa mesa en la que comía y desayunaba, en el suelo que pisaban mis descalzos pies y en ese sofá en el que me recostaba un momento cada tarde que llegaba exhausta, y en la que Adam y yo tuvimos sexo por primera vez.
No era simplemente por el dolor que me provocaron, era lo mucho que me habían humillado con mis compañeros, lo mucho que se burlaron de mí mientras comíamos juntos en la cafetería...
Era las veces que Adam me dijo que me amaba, después de revolcarse con ella en nuestra cama, las veces que él me buscó para comer en esa misma y asquerosa mesa que no quise tocar más. Y su hipocresía no terminó en el pasado, entonces también lo hicieron.
No recordaba nada, y ella con carita de un angelito me trató como la tonta que no sabía nada de experimentos lo cual era cierto, y Adam..., ¿qué demonios tenía en la cabeza ese hombre? Todavía se acostaba con otra, más veces de las que canta un gallo, y quería recuperarme.
Lo peor fue eso... Que solo había recordado la frialdad de Adam y sus infidelidades, y muy poco acerca de todo lo demás, lagunas de tiempo, voces a las que no les hallaba nombre ni apariencia.
De todo lo que valía la pena había recordado la basura, basura que hizo que mi cabeza martillara, un dolor que detesté tener solo por recordarlos a ellos.
Se me abrieron los pulmones cuando reaccioné con exageración, arrastrando oxígeno por la boca con una indiscutible fuerza que resecó mi garganta, hasta ese momento jamás me di cuenta de que había dejado de respirar, de que permanecía congelada, observando esa mirada que había adquirido un gesto de extrañes.
— ¿Te pasa algo, Pym?— su voz dejó de ser dulce, al menos para mí. ¿Cómo podía ser posible que actuará como si nada? Eran unos malditos hipócritas.
Y esta vez, no me detendría.
—Tienes razón— exhalé las palabras, saboreando la amargura del recuerdo. Ella arqueó más esa desvergonzada ceja, y estiró la sonrisa más repugnante que nunca vi.
—Me perdí, ¿en qué tengo razón?
En que eres una perra.
—En que exagere con mi molestia— mentí, mis piernas envueltas en una presión ardid, se moviera lentamente en su dirección—. Con esto de que estamos atrapados y no puedo recordar todavía nada, me tiene estresada.
Seguro que ella no se imaginaba que gracias a su verdadero aspecto recordé algo...
—A todos, Pym— suspiro ella, colocándose sus anteojos para luego enviar su mirada fuera del muro, sin poner atención a mi acercamiento—. Todos queremos sobrevivir, y no hallar una salida es aún más frustrante.
— ¿Dónde está Adam?— pregunté en un tono confuso, fingido. Él también se merecía los golpes que estaban a punto de echar mis puños.
—Fue a revisar las cámaras y las entradas—explicó, acomodo ahora todo su cabello sobre su hombro derecho—. No va a tardar, dijo que volvería rápido.
Antes de échame a decir algo más, observé su figura delgada y curvilínea, lo único que no sabía era si ya antes la había conocido, solo sabía que se acostaba con Adam que en ese tiempo era mi pareja. Un cuerpo como el de ella, pero con una belleza inocentona, ¿quién se lo hubiese imaginado? Yo no... Yo no.
Era eso lo que me daba más rabia. Estaba completamente arrepentida de haber aceptado su falsa amabilidad en un principio. De haberlo sabido, antes le habría roto el rostro.
Eso tampoco lo sabía, ¿antes la había golpeado por acostarse con Adam? No lo recordaba, mucho menos si ya les había hecho un drama, lo cual esperaba que no. Sería muy tonto hacerlo, porque ni eso se merecían, solo unas buenas abofeteadas.
—Es mejor que estemos todos juntos, para lo que pienso decirles— Me detuve junto a su cuerpo y eso le torció el rostro, la atención hacia el pasillo que revisaba, disminuyó—, sobre todo a ustedes dos.
Y ella resopló, casi fue como escuchar un bufido dispersarse en el aire.
—No puede ser, Pym— Meneó su cabeza—. ¿En serio vas a regañarme por querer juntar a tu hombre con una enfermera aterrada?
Aunque escucharla decir eso me había molestado más, no era el principal motivo por el que mi mano, se había hecho un buen puño de tal forma que hasta mis nudillos se blanquearon.
—No, estúpida— escupí, mi insulto le enchueco la quijada. Tan solo sentí el ardor mezclarse en mi respiración repentinamente ahogada, mi mano voló a su rostro, se estampó contra esa blanca mejilla que enrojeció al instante después de que ella chillara de dolor y sorpresa.
Después de que esos anteojos cayeran al suelo.
Se apartó del impacto, pero di un paso más, recibiendo su mirada en shock, apenas visible por todos esos oscuros mechones cubriéndole la mitad de la cara.
— ¿Por qué hiciste eso? — exclamó en un alarido, y no me contuve, sostuve la muñeca de esa mano que respaldaba su herida mejilla, y cuando tiré de ella, mucho antes de verla removerse, otra abofeteada se estampó en esa misma parte.
— ¡Porque te burlaste de mí! —chillé.
Una rabia y odio se apoderaron de mis movimientos, porque para cuando me di cuenta ella ya estaba en el suelo y yo sobre ella.
—Pym— el llamado fuerte y claro de Rojo lo ignoré. Ahora no era momento de pararme, ellos iban a escucharme.
El rostro enrojecido de Rossi se sacudió apartando todo mechón que le estorbara. Al parecer le había dado más de tres abofeteada, pero mis manos ni siquiera las sintieron, tenían ganas de dar más. Apretó sus dientes, mostrándome su ira, dejando escuchar su fuerte respiración.
— ¿Pero qué es lo que te pasa? — gritó, removiendo su cuerpo, sus brazos trataron de golpearme sino fuera porque los estaba sosteniendo con fuerza—. ¿Por qué me golpeas?
— ¿En serio me preguntas eso? — escupí, mis dedos desearon escarbar en la piel de sus muñecas—. Eres descarada, una hipócrita desde el principio. ¿Qué crees que soy? ¿Una tonta solo por no recordarte?
Una palidez exagerada se adueñó de su rostro al mismo tiempo en que la peor de las sorpresa rasgara su gesto de dolor y molestia, como si repentinamente estuviera viendo delante de ella un monstruo.
— N-n-no te estoy entendiendo, ¿d-de qué hablas? —Lo último lo soltó en un tono engrosado y apretado—. ¿Te volviste loca, Pym? ¡Por Dios, Nueve quítamela de encima!
¿Estaba hablado en serió? ¿Estaba tonta o qué? ¿Y todavía se atrevía a ordénale a Rojo? Levanté mi puño, y aunque estaba dispuesta a abofetearla otra vez, y moretear sus blancas mejillas, esa mano me detuvo de golpe.
— ¿Qué significa esto Pym? — Mi rostro se levantó como resolverá desde esa mandíbula que temblaba de ira, hasta ese par de marrones que me ahumaban desde lo alto.
Ahí estaba el más hipócrita de todos, una razón más para que sintiera la resequedad en mis ojos.
—Explícate—ordenó en farfulla—. ¿Qué es este escándalo? ¿Tú crees que estamos en un lugar cualquiera y a salvo? Te creí más madura —No espere que tirara de mí con una fuerza que sintiera mi brazo a punto de separarse del hueso de mi hombro.
Me apartó del repugnante cuerpo de Rossi, me tambaleé mientras recuperaba la estabilidad con su jalón, y me soltó. Pero no pasó nada más, ni siquiera ayudó a Rossi a levantarse, ni se puso delante de su cuerpo en modo de defensa.
—Explícate— trató de no gritarlo, se cruzó de brazos en su posición dominante y peligrosa, como si le fuera a temer a estos niveles, ja, —. Pym... Explícate ya.
—Tengo un modo mejor de explicarme.
Mi mandíbula se levantó, mostrando con mi mirada lo mucho que ahora lo despreciaba. Pero no era solo con eso que le explicaría mis razones. Di un paso a él, y mi brazo con la palma enrojecida se extendió. Ahora era su rostro el que permaneció torcido por el impacto.
Un torcedura que pronto se enderezó en una mirada que me hizo temblar, su mandíbula estaba más que apretaba, parecía a punto de reventarse, y esa mirada a punto de saltar de su rostro.
— ¿Esa era tu explicación? —ahogó un gruñido, detrás de él Rossi comenzó a levantarse—. No, creo que no te explicaste bien, pero espero que lo hagas antes de que algo peor suceda.
Su sarcasmo irritante hizo que a mi garganta le apretara un nudo. Tal vez no era el momento y el lugar, pero esos recuerdos habían derramado el vaso de mi paciencia. Solo no pude detenerme más y además, me había contenido a no darle con mis puños, solo con las palmas. Que ni se quejara que aquí la gritona había sido ella.
Y además, no había otra razón por la que les golpearía a los dos que no fuera la de su hipocresía, ¿es que tenía que golpearlos más fuerte?
—Sí, creo que mi explicación no funcionó— dije paulatinamente, mostrando la severidad de mis palabras —. Tú eras el que más quería que recordará, entonces no sé cómo esto te sorprende.
Abrió sus ojos en par en par, esa postura peligrosa decayó de golpe, hubo mucha confusión en su gesto, e indecisión en movimiento de sus brazos cuando dejó de cruzarlos.
— ¿Recordaste?— su pregunta me ofendió más, sobre todo esa tonada de voz que perdió seguridad—. ¿Me recordaste? ¿Qué recordaste exactamente, Pym? Tu abofeteada no entiendo en qué contexto cabe con los recuerdos.
¿En qué maldito contexto cabe? ¿En serio? Todo mi interior gruñó desgarradoramente, no entendía como él no compendia el porqué de mi acción, y no me refería solo al pasado, sino por lo hipócrita que había sido conmigo.
— ¿Tu qué crees? —incité. No supe cómo interpretar su mirada, si estaba asustado o estaba sorprendido, o quizás eran dos mismas emociones tratando de quedar en un solo gesto. Por otro lado, Rossi no llevaba ni una mirada arrepentida, y no verla ni avergonzada solo mirando a Adam esperando a que hiciera algo, me enfureció aún más.
No me importaba más si estaban o no juntos, pero que Adam me dijera que había oportunidad de que empezáramos de nuevo y todavía intentara apartarme de Rajo ocultando su infidelidad, eso sí me enfurecía.
— ¿Sabes lo que no entiendo? —pause, solo pensar en lo que diría a continuación hizo que de nuevo se construyeran mis puños—. Que después de todo querías que te diera una oportunidad.
Exhaló muy quedo, como si su alma saliera en ese instante de su cuerpo, y cuando vi la frustración y el arrepentimiento en su rostro, sentí más despreció. No entendía a donde quiso llegar con aquella petición, encubriendo todo porque no recordaba, y lo que más me molestaba era lo mucho que quiso que yo recordara, pus bien, ya lo había hecho, y esta era mi reacción.
—Una oportunidad después de todo lo que hiciste a mi espalda con esa perra— señalé en un movimiento de mentón a la pelinegra que todavía seguía sobándose la mejilla.
— ¿De qué malditos demonios me estás hablando? ¿A qué te refieres con Rossi, Pym? — Se me secó el cuerpo entero a causa de su pregunta—. No te estoy entendiendo.
—Ni yo, ¿qué tengo que ver con Adam, como para que me golpearas así? —exclamó ella, y no pude entender por qué estaban actuando como si no lo supieran.
— ¿Me ven cara de idiota? — mi exclamación hizo que Adam lanzara una mirada fuera del muro. Me arrepentí de haber gritado, pero, ¿cómo no hacerlo después de semejante comentario? —. ¿Qué parte de recordé toda su infidelidad no entendieron?
Algo se escoció dentro de mi cuerpo cuando vi sorpresa en él, mirando todavía a Rossi antes de devolverme una mirada como si al fin entendiera pero, como si también aquello le ofendiera.
— ¡Pym, por Dios, ¿crees que te engañé con ella?! — Verlo estirar repentinamente una risa desconcertante, me enfureció. Un enfurecimiento que pronto se adueñó también de su rostro—. No creo que hayas recordado nada, creo más bien que te confundiste porque en ningún momento te engañé con Rossi, a ella la conocí después de todo lo que sucedió.
Su rotunda aclaración que solo golpeó mi cabeza con más cuestiones, y ver como se acercaba con su brazo alzado para alcanzarme me hizo apartar. La razón por la que retrocedí no fue porque me lastimara que siguiera negándose, no, no, lo que sentía en este momento era indignación y mucha rabia, me sentí terriblemente engañada por ellos y más molesta al saber que quería engañarme otra vez.
— ¿Qué demonios fue lo que recordaste, Pym? — preguntó, esta vez más calmado que yo, y esa confusión y negación en su cabeza, terminaron por confundirme también—. Estoy seguro que te habrás confundido al momento de tratar de recordar las imágenes, porque es cierto, a Rossi la conocí cuando los experimentos comenzaron a atacarnos.
¿Hablaba en serio? Pestañeé, de pronto sintiéndome aturdía y dudosa hacía el recuerdo no tan claro que tuve de aquel pasillo y esas dos personas besuqueándose. Estaba segurísima que era Adam, y por el cabello negro y piel blanca, delgadez de la mujer, creí que era Rossi.
Aunque nunca vi su rostro en ese recuerdo, solo la parte de atrás y que se quitara los lentes me hizo creer que ella era...
—Lo mismo digo, esta se volvió demente Adam— las palabras de Rossi me irritaron.
—Perdió la memoria, así que no la ofendas—le calló, sin dejar de mirarme—. Pym, dime qué es lo que recordaste— la petición de Adam llena de amabilidad, me hizo tragar.
—Solo que te besaste con una pelinegra de la misma altura que Rossi—mencioné, alzando las cejas con exageración, sintiéndome arrepentida por ese gesto que de cualquier forma podía tomarse como si verdaderamente recordar su infidelidad con alguien me afectara.
Cuando en realidad no me afectaba.
— ¿Y por eso creíste que era yo? — el chillido de Rossi me apretó los labios—. ¿Por ser pelinegra y alta? Estas demente, en serio que sí.
—Cierra la boca— esa orden casi fue gruñía por Adam, lanzando una mirada peligrosa a la maldita pelinegra antes de devolverla hacía mí y volver a caminar. Retrocedí de inmediato y tal como antes, él volvió a detenerse cuando vio que no quería tenerlo cerca—. Primero que nada, ya sé de cuál recuerdo hablas. Y no era Rossi, era tú amiga Daesy, tal vez no lo has recordado bien todavía y espero que lo hagas pronto, pero en ese tiempo tú y yo no andábamos, terminaste conmigo porque me dijiste que ya no sentías lo mismo por mí... Puedo asegurar que quien tuvo que ver en el cambio de tus sentimientos en ese entonces fue ese experimento.
Mi entrecejo se hundió confundida, ¿quién era Daesy? Y más importante, ¿con ese experimento se refería a Rojo? Quise girar y buscarle con la mirada al recordad que él también estaba presente en nuestra conversación, pero entonces, Adam volvió a hablar.
—Volvimos después de un tiempo— comentó y una imagen demasiado diferente al resto que vi minutos atrás, quiso iluminarse claramente en mi cabeza—. Puedo explicar porque la besé, y no fue porque sintiera algo por ella, sino por...
—Olvidalo... —Le detuve, seriamente, aquí iba a terminar todo—. Me dijiste que nuestra relación no terminó, así que aquí finaliza Adam James. Todo lazo que tuvimos no existe más. Y mejor decirte que no la golpeé porque aún sintiera algo por ti, sino porque hasta cuando olvidé mi memoria, siguieron burlándose de mí. Más les vale dejar de ser tan hipócritas de ahora en adelante.
No quise ver más su rostro al sentir unas horrendas nauseas así que con ello, al no tener nada más que aclarar, me giré, dispuesta a volver a la habitación, pero entonces, él volvió a detenerme, tomándome del brazo y apretando sus dedos alrededor de mi muñeca.
Respiré tan hondo para controlar mis impulsos de gritar y removerme, hasta yo sabía que llegué lejos para mostrarles mi enojo y con esa aclaración era suficiente para que dejaran de verme la cara.
Pero entonces, justo cuando iba a voltear y desatar su agarre, esa mano me soltó. Un olor tan desagradable como la misma carne podrida, perforó mis poros, y solo con eso bastó ser suficiente para saber que el panorama a nuestro al rededor había adquirido otra forma.
Mi enojo e indignación al sentirme aplastada por ellos se evaporizó, vaya que desapareció todo rencor en ese instante en que, al girarme con lentitud, ese par de escleróticas negras y orbes del mismo color plasmaron mi cuerpo.
Los detalles de su asqueroso cuerpo volcaron mi estómago. Tenía la misma forma larga y cuadrangular que los otros experimentos, esa forma que tomaron por arrastrarse en el interior de las ventilaciones por horas. Su propia piel le colgaba de su cuerpo repleto de músculos que estaban siendo atravesados por huesos y todo tipo de tentáculos. De su rostro se le colgaban las mejillas rasgadas y ensangrentadas, tenía una gran mordida en su quijada a la que le faltaba cierta parte del hueso, eso hacía que la mandíbula permaneciera colgada, mostrando sus colmillos amarillentos.
Retrocedí involuntariamente cuando el aroma se intensificó a pesar de que estaba, muy apartado de nosotros, y sus largos tentáculos ni siquiera podían alcanzar el pequeño muro de maduros por la distancia y lentitud en la que iba al no tener pies.
Se arrastraba como larva...
Repentinamente, fui empujada varios pasos atrás, y mi hombro sintió ese rozón que perteneció al brazo de Rojo cuando me pasó de lado para dar trotes largos en esa dirección, con el arma levantada apuntando aquel cuerpo.
Adam tampoco se quedó atrás, pero aun así para él había sido demasiado tarde actuar cuando Rojo disparó, y el experimento contaminado dejó de arrastrarse. Ahí, en esa posición vi la forma en que Rojo exhalaba lento y con fuerza, como si le pesara respirar o... Tal vez le doliera algo.
Recordé que tenía la tensión alta. Había olvidado eso, un detalle mucho más importante que soltar mi furia contra Adam y Rossi. De hechos, ellos ya no eran importantes para mí. Recordé su infidelidad y las mil caras de Adam, pero a pesar de eso, no sentí dolor más que ira. Pensé que llegaría a llorar, a gritarle a Adam por qué lo hizo, pero solo le aclaré que era todo.
Y decírselo, me había hecho sentir lejos de tener una carga, incluso saber que me había engañado, y saber que no sentía dolor en este instante, me tranquilizaba... ¿Era acaso que Adam había dejado de gustarme en un momento del pasado? No lo sé, era extraño solo sentirme enojada porque no tuvo el valor de mencionar que me había engañado con anterioridad y solo pidiendo que iniciáramos de nuevo. Lo peor era la manera en que Rossi se comportó conmigo y en que ambos actuaron uno con el otro frente a mí.
Rojo volteó, apretando su arma con el puño, vi esa mirada en sus ojos y la reconocí, no estaba dirigiéndola a nadie más que a mí. Creo que era Rojo la causa, después de todo lo recordé a él también, no todo, pero si lo suficiente para saber que en algún momento durante mi tóxica relación con Adam, él me atraía.
Comenzó a caminar de regreso al muró, pero ahora su mirada se había clavado en alguien más... cerca de mí.
—Pym hablemos y en calma— Sentí sus dedos deslizándose con una inesperada gentileza en mi mano y eso hizo que sacudiera el brazo para romper con su toque.
—No necesitamos hablar Adam— rebatí, observando la mirada disgustada que llevaba puesta. Seguramente, una mirada hipócrita —. No tenemos nada de qué hablar.
Se me ocurrió ver a Rossi, nos daba la espalda, parecía abrazarse a sí misma por la forma en que sus hombros se encorvaban. Esperaba que le doliera ver lo mucho que Adam quería explicarme su engaño, y más que lo que intentó lograr con Rojo y 16 no funcionara.
—Si lo tenemos—repuso él en un tomó más duro, que rápido desapareció su arrepentimiento —. Hay cosas que debemos aclarar antes, eso fue lo que dijiste.
Me detuve un segundo a procesar sus palabras. ¿Yo dije eso? ¿En qué momento lo hice y con qué objetivo? No me creo que lo dijera para darle otra oportunidad, ¿o sí? Pero él lo había hecho con Rossi más de una vez, tenía un recuerdo con lagunas pero aun así era un recuerdo tan claro donde Rossi me lo echaba en cara, todas las veces que se acostaron ella y Adam en la habitación que antes era nuestra, y todavía desvergonzadamente mencionaba en los lugares del cuarto donde lo hicieron.
—Ella dijo que no quiere hablar—Y las palabras fueron robadas de mi boca por la boca de Rojo, que incluso, se colocó delante de mí, dejando que estuviera a un centímetro de besar si espalda—. Ustedes ya no tienen nada.
Y solo moviéndome un poco pude ver el rostro de Adam, observando s Rojo como si fuera una gran broma imposible de creer.
— ¿No te enseñaron a no meterte en los asuntos de los demás? — ahogó un gruñido, vi lo mucho que apretaba una de sus manos en puño.
— ¿Y a ti no te enseñaron a no meterte con la mujer de otro? — La hostilidad con la que Rojo marcó su territorio me dejó boquiabierta, una extraña emoción revoloteó en mi interior.
La quijada estaba a punto de desencajarse del rostro de Adam, los orificios de su nariz se abrieron cuando respiro con fuerza y entonces, rompió con distancia inesperadamente hasta tomar del cuello de la camisa a Rojo y estirarla en un puño.
—La única razón por la que lo hicieron fue para bajar tu tensión, pero aún si se acostaron no la hace ser tuya. Bastado animal— escupió con ira, y en ese instante en que mis músculos se tensaron, la mirada de Rojo se endureció peligrosamente. Se sombrearon sus orbes enrojecidos, dando una mirada temible a pesar de ese par de cejas temblorosas y toda esa sudoración.
Tenía que cortar con esto de una vez no solo porque ya no quería hablar de ello sino porque no podía tener a Rojo soportando su tensión, ocultándola debajo de esa estructura molesta y dispuesta a incendiarse más solo si Adam continuaba,
—Yo dije que era su mujer porque lo soy y quiero serlo— aclaré, mirándolo con severidad, sin esperar a que se hiciera un solo segundo de silencio entre ambos.
Cuando Adam envió la mirada en mi dirección, perforando mi cuerpo, Rojo envió su puño para romper el agarre de Adam en un solo y rotundo movimiento.
— Fin del tema. Solo sigamos protegiendo nuestras vidas y ya—Esas palabras parecieron agraviarle las emociones y la ira, y no quería ver como terminaría mostrándolas todas, así que apresuré a decir: —. Rojo vámonos, necesitamos revisar mi pierna otra vez— inventé, mirando ese masculino y tenso perfil.
Necesitaba atenderlo a él antes de que empeorara su situación, no quería verlo sufrir como aquella vez. Rojo no giró a verme pero su mano tomando la mía y tirando de esta, me hizo mover las piernas, cuando me di cuenta ya estábamos caminando lejos de Adam, rumbo a la habitación, justo a esa puerta de madera que fue abierta mostrando del otro lado a una enferma confundida.
16 salió de la habitación, mirando a cada uno de los presentes y deteniéndose sobre nosotros dos, seguramente la había despertado los gritos de Rossi o mis exclamaciones, o la voz potente de Adam.
— ¿Fin del tema...? Fuiste tú la que lo iniciaste y seré yo el que lo termine cuando quiera— soltó Adam entrecortadamente desdé atrás. Y no me detuve, no lo haría.
—Adam, no sigas pareces idiota— La voz de Rossi al fin se escuchó, rogona.
—Pym, sé muy bien que te importa lo nuestro, de ser así no habrías dicho la palabra infidelidad y mostrado tanta ira. Me acosté con tu amiga por despecho, no te mentiré y tampoco negaré que estuvo mal pero tú...
¿Importarme lo nuestro?
Eso último me detuvo en shock, ¿estaba hablado en serio? Pero entonces esta vez fue Rojo quien tiró de mi agarre para continuar hasta adentrarnos en la habitación con rapidez.
Las palabras de Adam se reprodujeron y cientos de dudas se construyeron en mi cabeza en cuanto aquella puerta fue cerrada y con seguro. Algo quiso aparecer en mi cabeza, tal vez un nuevo recuerdo, no lo sé, pero al final solo comencé a dudar... Recordaba los mensajes de Georgina, y de ahí en adelante varias lagunas que me llevaron a encontrar a Adam y Rossi besándose en un pasillo de habitaciones.
También esa horrible vez en que fui a su habitación. Su habitación era en la que ambos vivíamos juntos, pero el problema fue que recordaba perfectamente que saqué mis cosas y me mude a mi antigua habitación, pero no recordaba el motivo de porque saliste de su cuarto ni mucho menos de aquel material que buscaba desesperadamente y que me hizo volver a su habitación solo para encontrarlos teniendo sexo...
De ahí en fuera, no recordaba nada más de ellos. Mi mente estaba vacía después de todo eso, ¿sería posible...?
— ¿Te importa?
Unos dedos cálidos se deslizaron por toda mi mejilla izquierda, la inesperada sorpresa fue tal que mi cuerpo respingo, pero no pude apartarme cuando otra mano se apodero de mi cadera. Con una firmeza e intensidad se moldeó a ella que produjo un jadeo en mí, levanté la mirada de ese pecho notablemente marcado por la camiseta blanca, para colocarla en esos orbes que estremecieron mi interior.
Que sepan que no me miraba con dulzura, ni con intensidad, una mirada que estudiaba con disgusto la mía, mantenido ese oscurecimiento peligroso.
— ¿Q-qué? ¿Me importa qué? — la saliva casi me hace toser.
—Saber si él te fue infiel o no. — soltó, en un tono bajo, grave, y al igual que su mirada, peligroso—. Sé lo que significa infidelidad, engañar a tu pareja con otra persona. ¿De verdad te importa que él te haya sido infiel?
Bajé la mirada, negando. No me importaba si me fue infiel o no... Era solo lo mucho que me molesto que eso fuera lo primero que recordará y además, que me sintiera como una pobrecita de la que sentir pena por ser trataba con cuidado por su ex y la amante de su ex... Era sin duda, molesto.
—No— solté en un hilo de voz—. Sé que me alteré de más, pero estaba confundida. Y me molestó que todavía intentara apartarme de ti, pidiéndome una oportunidad después de recordar eso. Tal vez no fue infidelidad y tal vez me confundí con Rossi, sea como sea no me importa en realidad, hasta me sorprendí de mí misma pero, no era un dolor emocional o sentimental recordar aquello, sino porque sentí que me habían tratado como una tonta hasta entonces — respiré con fuerza antes de soltar—. Además es horrible que lo primero que recuerde sea algo de él cuando había cosas más importantes que quería... como tú y mi familia.
Silencio fue todo lo que hundió la habitación, solo por unos segundos para luego sacudir mi cabeza y elevar de nuevo el rostro, mirando esa hermosa y escalofriante mirada que se mantenía estudiándome.
Era cierto, a pesar de que recordé muy pocos momentos con Rojo, quería recordar más, todo sobre él, como la primera vez que fui su examinadora, o la primera vez que hicimos actividades junto. Estiré mi mano para tocar ese mentón, mis dedos lo acariciaron con lentitud, repasando su calidez, todavía podía sentir el calor que me brindaron sus dedos cuando abrazaron los míos ese día en la sala de entrenamiento. Cuando Rojo me pidió permiso para abrazarme... Aunque tampoco recordaba si lo dejé hacerlo o no.
Pero su calor era protector y amoroso, ¿quién olvidaría un calor tan enigmático como ese? Tal vez mi cabeza había olvidado a Rojo, pero en mi cuerpo su calor seguía escrito.
Era por eso que cuando me tocó en el área roja, sentí ese estremecimiento, ese inquietante calor que me desconcertaba. Al final, yo también me sentía profundamente atraída por él, y no físicamente, no era solo sexual, era algo mucho más. Estaba encantada por su aparente inocencia y por la sinceridad en la que demostraba a cualquier forma sus sentimientos.
Dejé que mis dedos subieran por su mejilla para limpiar algunas gotitas de sudor que habían resbalado de su frente.
—Olvidemos eso, ahora tenemos que intimar para bajar tu tensión antes de que sea tarde— hice saber, sin dejar de acariciarlo. Estiré mis pies en puntitas, iba a besarlo, pero él ladeó su rostro, retirado hasta su mirada de mí, y eso hizo que volviera a mi lugar, extrañada, confundida, viendo su profundo disgusto clavarse nuevamente en mí.
Una mueca cruzó sus labios y su mandíbula se torció, como si algo no le gustara de mí o de mis palabras.
—Intimar para bajar mi tensión— repitió, sus manos repentinamente abandonaron mi cuerpo—. Lo dices cono si fuera un trabajo, como si tu objetivo solo fuera bajar mi tensión, Pym.
Pestañeé, quedando absorta por sus palabras, perdida repentinamente con sus espetadas palabras. No lo dije para que lo entendiera de esa manera, sino porque no quería verlo sufrir... Cuando lo vi apartarse en dirección al baño, lo seguí sin dudar.
—No es mi trabajo, pero no quiero que te pase nada grave— expliqué, ni siquiera al escucharme se detuvo, siguió caminando—. Rojo... No es como Adam dijo, la razón por la que me acosté contigo.
—Lo sé, Pym— dijo, su tono sutil y severo me hizo negar, desde aquí aíras vi como apretaba sus puños mientras se adentraba al baño para inclinarse y empezar a tomar las posadas del suelo—, pero no quiero tener sexo contigo solo porque mi tensión esta alta, no quiero que sea la tensión la causa por la que hagamos el amor.
¿Que la tensión fuera la causa para eso? Tan rápido como lo vi voltearse con esa mirada oscurecida y molesta, me coloqué frente a la puerta, impidiendo que él saliera, aunque para ser exacto fácil sería para él empujarme un poco y así apartarme.
—La causa, Rojo... —dejé en suspenso para romper con la distancia entre él y yo, para levantar mi mano y llevarla de nuevo a su mejilla, ahuecarla y acariciar su humedad piel con dulzura, algo que a él lo tensó de inmediato—, es que no quiero perderte, es la verdad—lo último lo suspiré.
Noté de qué forma su carnosa boca se separaba y no aguardé otra vez, poniéndome de puntitas para estar a su altura, cerca de su atractivo rostro y esa endemoniada mirada que me poseía como nunca.
En cuanto mi otra mano se acomodó en su torso, no permití un segundo más para juntar nuestros labios en un apasionado beso que fue correspondido instantáneamente por él, y el cual corté para soltar contra el roce delirante de sus labios.
—La otra verdad, es que deseo hacerte el amor, si fuera otra razón no estaría haciéndolo contigo Rojo. Si no me gustaras.
Otra pausa más, solo para deslizar mi mano por toda la altura de su rostro hasta acariciar su pectoral izquierdo, mi cuerpo se alimentó de su estremecimiento, ese que lo hizo espabilar un jadeo por sus labios. Un pequeño acto que al acariciar mi rostro, me aceleró desbocado el corazón bajo mi pecho
—Si yo no te quisiera como tanto te quiero, utilizaría otros métodos y lo sabes.
Sus grandes y fuertes mano, por tanto que esperé, al fin tomaron mi cintura, apretándola, rodeándola para que nuestras caderas se chocaran y fuéramos capaz de sentir esa necesidad de tenernos uno al otro. Una necesidad que incluso era capaz de mostrarse a través de nuestras miradas, porque en sus ojos ya no había esa molestia ni disgusto, sino un oscurecimiento peligroso.
Era deseo.
—Odio mi tensión— Ronco, así fue como salió la estructura de su voz, rompiendo mis huesos en suaves caricias, acelerando
—Yo también la odio—sinceré sin aliento, dejando que mi mano se deslizara detrás de su oreja, por toda la raíz de su cabello y se aferrara a su cabeza—, odio ver cómo te lástima, por eso te hare el amor en este momento.
Sin más, los milímetros que nos separaban se esfumaron en un santiamén por esos labios que se ladearon y se empujaron para devorarme con rotundidad. Una rotundidad que no solo me hizo gemir contra su boca, sino que con esa fuerza indescriptible logró que nuestros dientes se tocaran.
Lo rodeé de la cintura también, aferrándome a su camiseta para permanecer así de cerca de él. Sentir su calor era lo que quería. Me dejé llevar como todas esas otras veces con él, desinflado mi cuerpo en el calor de su abrazo, a través de un suspiro.
Nos giró inesperadamente, aunque no supe por qué ni para qué, estaba en la gloria de su boca, hipnotizada por los sutiles y pasionales movimientos de sus labios suaves, y repletos de un delicioso sabor que quería descubrir para siempre.
Esa malla de ensoñación reventó en un instante cuando Rojo se apartó en la mejor parte para decir:
—Aún no, primero tenemos que revisar tu pierna.
Mi cabeza se sacudió numerosas veces con exageración, sin abrir los ojos y sin permitir que se apartara un milímetro de mí, me aventuré a aclarar:
—Lo inventé—Acerqué mi boca a sus labios, a esos a los que aún quería descubrir más sabores—, quería traerte aquí para hacer el amor, sólo eso.
—Yo puedo soportarlo—insistió en un hilo de voz, rozando mis labios mi cuerpo gruñó de frustración—, no me duele solo es la fiebre, Pym.
—A mí tampoco me duele— Y no le permití volverse a apartar, siendo yo la que devorara sus labios, calentando esa necesidad en nuestros cuerpos nuevamente. Sus labios tomaron repentinamente el control, a besos bruscos y llenos de delirio que me hicieron gemir.
Me temblaron los músculos, las piernas se volvieran agua cuando esa lengua se adentró seductora a la cueva de mi boca. Se me escapó un gemido cuando sentí sus caricias, cuando sentí el jugueteó con el que colonizaba cada pulgada de mi interior. Rojo estaba saboreándome, adoraba cuando hacia eso, adoraba la manera en que disfrutaba de mi sabor, en que se entregaba a mí y lograba que yo me entregaba a él por completó.
Que hiciera conmigo lo que deseara.
Era fuego lo que terminaba provocando en mi cuerpo siempre que me tocaba y besaba de esta forma, enviando pulsadas de placer concentrándose en mi vientre, una por una hasta humedecerme, hasta arderme y enloquecerme.
Dios, y solo nos estábamos besando.
Se me erizó la piel al sentir sus escurridizos dedos adentrarse debajo de mi sudadera, acariciando mi piel, trazando la curva de mi cintura y subiendo por mis costillas con una demente lentitud que amenazó con volver deshacer mi cuerpo. Lo sentí, ese bulto caliente rozando mi entrepierna, provocando el ardor en esa misma zona.
Escuché el chillido en mi interior, anhelando tenerlo dentro.
Sus manos bajaron repentinamente para tomar, esta vez, los bordes de mi sudadera y levantarla. Reconocí su intención y no dudé en romper el beso para alzar los brazos y ser desnudada por esas manos, que anhelaban desnudar más de mí. Hice lo mismo, no permitiendo quedarme atrás siendo la única que tirara su primer prenda, así que rápidamente me aferré los dedos a su camiseta, y comencé a levantarla para sacarla de su cuerpo, quedando antojada con disfrutar del sabor de a desnuda piel de su torso sudoroso.
Ni siquiera había lanzado su camiseta al suelo cuando sus manos, tomándose de mi cintura me cargaron. Fue un movimiento tan veloz que cuando menos lo supe ya estaba sentada sobre el lavabo con las piernas abiertas y su cuerpo apretado contra el mío, con sus brazos acariciando mi desnuda espalda y esa boca degustando la mía, sin vergüenza ni pena.
Besos húmedos fueron repartidos por mi mentón cuando por segunda vez dejó mis labios, fue dejando un camino de beso tras beso hasta ahuecarse en mi cuello y concentrarse en él. Me aferré a sus hombros y tras un suspiro que escapó de mis labios al sentir su lengua en cada beso, alcé mi cabeza para darle más acceso, disfrutando de cada sensación que su lengua brindaba a mi cuerpo, al igual que las caricias de sus manos...
Santo. Jesús. Sus manos sabían muy bien como tocar, donde acariciar u dejar que sus dedos jugueteaban para que mi espalda se arqueara de dedeo. Las sentí subir por lo amplió de mi espalda para quitar el seguro de mi sostén, Rojo dio un último beso a mi mandíbula para apartarse y deslizar mi prenda fuera de mi cuerpo, dejando a merced de su depredadora mirada mis redondeados y endurecidos pezones.
Y si pudiera describir la forma en que los contemplaba, diría que quería saborearlos también...Cosa que le dejaría hacer.
Eso y más.
Temblé cuando se mordió levemente su labio inferior, noté como su manzana de adán se movió de arriba abajo al tragar. Rojo levantó su brazo en mi dirección, el estremecimiento placentero abrazo con calor mi vientre al sentir las yemas de sus dedos tomando uno de mis pechos, y al sentir su pulgar acariciar mi areola.
Una caricia tan íntima y deseosa que lo hizo volver a tragar. Rompió nuevamente la distancia para besarme, besos lentos y profundos en los que nuestros labios producían una chispa de sonido musical, llenando la habitación, llenando otra zona de nuestros cuerpos también. Lo abracé tanto con las piernas a su cintura, como con los brazos alrededor de su cuello, enredando mis dedos por todo su cabello. Nuestros pechos se rozaron, y ese simple tacto lo hizo gemir ronco en mi boca.
Había sido una tonada tan esplendida y enigmática que mi vientre vibró de ardor, una descarga eléctrica tensó los músculos que componían esa parte. Lo degusté, y tuve hambre de escuchar más de sus melodiosos gemidos.
Sentirlo retorcerse de placer bajo mi toque. Mis manos con desesperación actuaron, tentadas a sentir más de Rojo, y no tardaron en salir disparadas de su cabello despeinado a la cremallera de su pantalón, rozando esa piel de su vientre que se contrajo por mi contactó, pero no lo detuve, oh no, iba a seguir tocando esa parte, así que deslicé mi mano en su interior deliberadamente llegando a ese endurecido y erecto miembro rotundamente caliente. Mis dedos apenas lo rodearon, la garganta de Rojo construyó un feroz gruñido ronco que perforó hasta el más pequeño de mis nervios.
Mi vientre ardió de deseo, mis paredes se contrajeron anheladas de abrazar su miembro en mi interior. Era una tortura no sentirlo completamente desnudo, quería tener cada centímetro de su piel hacer contacto con la mía, que su calor me contagiara, que mi interior se maravillarla al unirse a él.
Intenté bajarle los pantalones, sin dejar en ni un momento de saborear su boca, tiré de la tela, y cuando él notó que no pude bajar ni una pieza de su pantalones en el segundo jalón, cortó el beso y movió sus brazos, sus manos ayudaron a las mías, dejándome ver que lo que había impedido que los pantalones cayeran sobre sus muslos, era ese maldito cinturón que se desabrochó enseguida.
Estaba tan pérdida en él, que ni siquiera me di cuenta de ese detalle... Se los quitó, arrojándolos a cualquier parte del baño, dejándome apreciar a toda costa tu completo cuerpo desnudo.
La respiración se me ahuecó y la garganta se me secó de solo recorrer su desnudez una y otra vez, incansablemente, sintiendo esa desesperada sed de probarlo lamerlo, morderlo... De tenerlo dentro de mí.
Y explorar el placer que destruiría mi interior con su hombría.
—Llévame a la cama—solté con el aliento cortado, esa petición él pronto la puso en marcha, volviendo a mí con sus brazos tomando mi cintura y su boca volviendo sobre la mía. Me alzó del lavabo, mis piernas lo rodearon de inmediato con fuerza si tiendo su miembro palpar mi zona. En ese instante maldije que fueran mis jeans lo único que estropeara el contacto. Rodeé su cuello con firmeza, hundiendo por segunda vez mis dedos en su cabello para aférrame como nunca a él, profundizando nuestras bocas en una guerra de besos y una seducción de lenguas.
Entre besos y jadeos, nos sacó del baño, dando zancadas hasta la cama en la que dormimos, y se inclinó. Pronto, se trepó a rodillas sobre el colchón conmigo en sus brazos, y me recostó sobre la suavidad del cobertor con mucho cuidado, quedando él sobre mí, con sus brazos acomodados uno en cada lado de mi rostro.
En esa posición tan dominante me sentí pequeña y vulnerable, él era un depredador y yo su presa, a punto de ser devorada.
Yo quería ser devorada a su manera, por esa mirada, por esa carnosa boca, por esas manos, por su miembro...
Se inclinó sobre mí, doblando un poco sus brazos, sabía lo que haría, así que antes de que sus labios poseyeron con lujuria los míos, ronroneé:
—Quítame los pantalones— fue mi segunda petición. Algo en esa mirada me sorprendió, y fue ver que sus orbes habían oscurecido más de lo que lo hicieron otras veces.
No pude creer que las mejillas se me calentarán más cuando esos carnosos labios de comisuras macabras, se estiraran en una escalofriante y torcida sonrisa que mostraba sus sensuales colmillos. A decir verdad no, no eran solo mis mejillas las que ardían ante su endemoniada sonrisa que atraía cada poro de mi cuerpo a sus pies, todo mi cuerpo estaba quemándose, mi vientre era un caos sentía que haría erupción.
—Lo que ordene señorita— ronroneó, bajo, ronco y diabólicamente peligroso.
¿Cómo podía un aspecto tan escalofriante y endemoniadamente atractivo llevar consigo una perfectamente personalidad? La pregunta se esfumó cuando él desbrochó mis jeans y se recorrió, sentándose sobre sus rodillas y tomando mis piernas con sus enormes manos para juntarlas, toda esa acción, sin dejar de verme, quemando con su hambrienta mirada hasta la más pequeña gota de agua de mi cuerpo.
Por segunda vez, se abalanzó sobre mí, pero no para besarme sino para tomar el principio de mis pantalones y empezar a sacarlos, aunque me removí al principio como gusano, levanté un poco mis piernas para que él pudiera sacarlos fuera de mi cuerpo sin complicación, con mucho cuidado de no lastimar más mi muslo derecho moreteado. Los sacó de mis pies, dejando como único rastro de tela en todo mi cuerpo, aquella prenda ocultando mi timidez.
Los arrojó lejos de la cama, lejos de mi vista y solo para inclinarse una tercera vez sobre mi caliente cuerpo que anhelaba sentir su piel, acomodando todo su peso sobre un solo brazo, fijando su vista en mi muslo y después en vientre, en esa parte que ardía dolorosamente por su tacto.
Atisbé cada uno de sus siguientes movimientos con atención, como su desocupada mano viajaba de su desnudo muslo y lo alto de mi pierna moreteada en gran parte, y la acarició, su tacto hizo que me temblara ese músculo.
— ¿Te duele? — me preguntó, sin dejar de acariciarle, por ese instante el oscurecimiento de sus ojos amenazó con esfumarse.
—No, no me duele más— En realidad si me dolía, solo cuando hacía presión en ella, pero era un dolor soportable. Al ver que no dejaba de mirar el enorme hematoma, mis manos lo alcanzaron del cuello, para atraerlo a mi rostro, dejar a pulgadas su mirada de la mía y esos labios carnosos que deseaba devorar—. ¿Sabes qué es lo que sí me duele?
Sus orbes carmín contemplaron el roce de nuestros labios, atrapado en el deseo de mi seductora pregunta. Su respiración se cortó en ese nanosegundo cuando mi desnudo pie, se paseó cariñosamente por su pantorrilla, una caricia que lo hizo apretar sus músculos, apretar su mandíbula.
— ¿Qué te duele? — Las palabras apenas salieron de sus labios forzadas, ahogadas.
Me encantó escuchar su voz atrapada en el placer, así que realicé mi mano de su cuello hasta su pecho, fui bajando con lentitud sin dejar de contemplar esa mirada que había adquirido el mismo y peligroso color, llegué a su miembro y lo rodeé, mis dedos repasaron esa dureza repleta de calor y tensión. Un gruñido erótico resbaló de sus apretados colmillos cuando lo apreté, y su cejó se hundió, un gesto tan encantador que no pude detenerme y seguí acariciando su erección.
—Que no estés dentro de mí, arrancándome gemidos mientras me haces tuya—susurré, besando sus labios para morderle el inferior y ver como el placer resplandecía en una chispa sus orbes.
—Pero ya eres mía— soltó entre dientes en un tono ronco. Y eso fue suficiente para que su boca se sumergiera en la mía en besos en los que su lengua participaba con una locura imparable.
Temblequee, un ruidoso gemido salió de mi garganta para ser tragada por la suya, provocado por su mano que se había transportado de mi muslo a mi prenda, haciendo precios en mi entrada cubierta, húmeda y caliente, rozándola de arriba a abajo, una y otra maldita vez.
—Quítamelos, quitándolos ya— gemí no soportando más sus roces, ya era suficiente, quería más. Besó mis labios tras una estremecedora sonrisa que le provocó mis palabras, y bajó otra vez, besando mis pezones y besando mi estómago hasta llegar a mi vientre donde sus dedos tomaron esa delgada prenda completamente húmeda que no tardó en deslizar fuera de mi alcance, al fin, dejándome ante sus ojos, enteramente desnuda.
Desde esa posición me miró, sentado sobre sus rodillas con la plena vista de su erecto miembro y con sus brazos acomodados a cada lado de su cuerpo, eso y tomando en cuenta su despeinado cabello oscuro y esa mirada depredador, tenía un aspecto salvaje.
El silencio nos hundió, ni un ruido del exterior ni el interior se escuchó, ni él ni yo nos movíamos en ese instante, era como si el tiempo se detuviera sólo para contemplarnos. Para que esa penetrante mirada carmín, reparara en cada milímetro de mi cuerpo, lo dibujara con una dulce e íntima profundidad que me impidió hasta respirar.
Una de sus manos se levantó apenas, solo para dejar que su dorso acariciará levemente mi frente, dejando caer por mi mejilla, y todavía recorriendo parte de mi cuello, su caricia hacia que ese camino de piel se erizaran las vellosidades, mi cuerpo se removió con su caricia tan inesperada que cruzo por encima de mi pecho derecho y marcó mi abdomen hasta mi vientre y terminar justo en mi entrada dónde con un par de dedos pulsó, logrando que mis labios se abrieran exhalando un jadeo de placer.
—Eres preciosa, Pym.
Un calor más sentimental floreció desde mi pecho donde un acelerado corazón revoloteaba con deseos de atravesarme el pecho.
—Deliciosa... —continuó, profundizando su tacto en esa zona que hizo que mis piernas se estiraran y la cabeza me diera vueltas—. Exquisita.
Se lamió los labios con su larga lengua.
Oh demonios, lo quería dentro de mí, perforando mi cuerpo, haciéndome chillar su nombre...
Mi estómago se hundió con su estremecedor tacto, mi boca terminó abriéndose aún más dando paso s un gemido largo cuando de un instante a otro él había bajado, hundiendo su boca en mi entrada. Succionó, las sensaciones placenteras fluyeron con crueldad, arqueando mi espalda, volviendo mi mente un caos, dejando que de mi boca escaparan cientos de sonoros gemidos al sentir la penetración de su lengua más profunda.
Mi interior lo recibió, lo apretó, sintiéndose aliviado pero necesitado de sentir más, explotar con sus rotundos movimientos.
—Oh sí—Chillé de placer, retorciéndose bajo su tacto, bajo el dominio de su lengua devorando mi interior a su manera. Cerré los ojos, inclinando mi cabeza un poco hacía atrás, disfrutando de mis propios gemidos, y disfrutando de los sonidos que se desplazaban de su propia boca a causa de saber lo que provocaba en mí —Rojo...
Se me apretaron las cejas y otro gemido más desbordó de mi boca, su lengua, ¡santo Dios! Su lengua jugaba en mi interior, sentir como se movía y lo que provocaba era una demencia. Ya no tuve control de mi cuerpo, de mis meneos para sentirlo más profundo, ni de las palabras que salían de mi boca, solo fui consiente de esa tensión crecer y concentrarse en mi vientre más rápido que nunca, hasta hacerme estallar en otro chillido de placer.
Las fuerzas abandonaron mi cuerpo por ese instante, dejándome temblorosa y agitada sobre el colchón, con la mirada clavada en el techo. Había sido sensacional, pero sabía que ese solo era el principio, no había nada mejor como sentirlo a él dentro de mí. Se trepó sobre mi cuerpo, lentamente acomodando sus piernas debajo de las mías, dejando que sus manos se doblaran junto a mi cabeza para tomar mi rostro entre sus manos y así poder besarme. Besos profundos donde su lengua se adentró, colonizando mi boca con la necesidad de hacerla suya, acariciando mi lengua, despertando ese calor en mi vientre, en mi contraída entrada. Un placer insatisfactorio en mi cuerpo logró que mis piernas se llenaran de energía para rodearlo y empujarlo contra mi entrada, algo que ni siquiera logré un poco, pero que a él lo hizo moverse de extraña forma, y detenerse en la rapidez de sus besos.
Quise abrir los ojos para ver que estaba haciendo, en que se estaba concentrando, sin embargo pronto lo supe, o mejor dicho, lo sentí, y tan solo sentí su duro y ardiente miembro pulsando en mi húmeda entrada lista para recibirle, un pitido de alerta se escuchó en lo profundo de mi cabeza, gritándome que lo detuviera ante de que fuera tarde.
Sí, era mi poca razón gritándome que lo detuviera, pero no lo hice... No lo hice porque los condones no iban a servirnos. No me funcionarían más.
Ya estaba esperando un hijo suyo, infectado o sano, muerto o vivo, ya sabía que algo estaba en mi vientre, creciendo, desarrollándose poco a poco, provocando todos esos síntomas, incluso esta sensibilidad con sus caricias. Pensar en eso ahuecó mi pecho con preocupación, esas ganas de hacer el amor se habían perdido en un santiamén al pensar en ello, al pensar en las consecuencias, en la probabilidad de morir si lo que llevaba dentro era un bebé infectado... Pero todo se me nubló cuando todo mi cuerpo se endureció al sentirlo hundirse en mi interior, y solo cuando los músculos se mi vientre lo abrazaron, disfrutando de su tamaño y calor, mi cuerpo sintió alivio.
Sí...
Un alivió que me hizo gemir lento y entrecortado, y el cual se trasformó en una potente necesidad de sentirlo removerse, penetrarme con dureza, con una placentera crueldad que nos liberara a ambos. Y salió de mi interior, mis manos hormiguearon, alcanzaron sus hombros para alistarse, sabía bien lo que sucedería, era lo que había esperado, así que busqué esa mirada, esos orbes enigmáticos que desde hacía mucho tiempo que habían estado observándome, esperando a que yo me conectara a su fúnebre deseo.
El placer explotó en sonoros gemidos cuando entró con una rotunda fuerza que el respaldo de la cama golpeó la pared, provocando un sonido hueco que se multiplicó, y triplicó con las duras y despiadadas embestidas de Rojo, lentas, cíclicas, cruelmente dolorosas al tocar mi punto G. Mi vientre lo abrazó sintiendo la gloria de su miembro moverse en su interior, se sentía tan magnifico, maravilloso, las sensaciones extasiases volaban mi mente, toda preocupación se volvía polvo cuando Rojo me hacía el amor, cuando me devoraba de tal forma que mis garganta se rasgara en todo tipo de chillidos y gemidos que él disfrutaba con gruñidos.
Si pudiera describir lo que Rojo provocaba en mí, la manera en que mi cuerpo se retorcía de placer, la forma en que mis extremidades perdían la fuerza y mis dedos ya no sabían de donde sostenerse, diría que era más que perfección.
Una perfección en la que quería estar atada por siempre, pero que seguramente... no lo estaría siempre.
De pronto ya no supe ni que mirar, solo pude cerrar los ojos, torcer mi rostro, envolverme en la locura de sus desenfrenadas acometidas en las que con cada embestida lenta disfrutábamos de cada gemido de placer que construíamos con nuestra unión. Pero nuestros gemidos no eran el único sonido, esos múltiples sonidos huecos que hacía la cama, y el sonido que hacían nuestras caderas al chocar una con la otra, llenaban la habitación.
Y seguramente, más allá de la habitación, lo cual aunque no quería que sucediera, era imposible detenerlo. Era el cielo... La deliciosa gloria en la que estábamos a punto de liberarnos. Lo sentía en mi cuerpo, lo sentía en sus gritos en la forma en que ahora ahuecaba su rostro en mi cuello para ahogar los constantes gruñidos, en la forma en que ahora sus embestidas se volvieron brutas y veloces, aumentando los melodiosos gemidos roncos al sentir todo ese placer remover nuestro interior y llenarlo todo para exprimirnos con una estocada tan profunda y brusca que todo mi cuerpo tembló con fuerza, y lo que terminé gritando...
Fue su nombre.
Me desboroné sintiendo mis músculos hechos agua. Rojo dejó enseguida que todo su cuerpo se pegara al mío, pero sosteniendo la mayor parte de su fuerza con el doblez de sus brazos, para no lastimarme con su fuerza. Lo escuché respirar agitadamente, su respiración calentando esa zona de mi cuello en la que él todavía seguía ahuecado, oculto, dando besos de vez en cuando cada segundo en que respiraba con fuerza.
Mi cuerpo trató de deleitarse de que se liberara en mi interior, pero solo no pudo hacerlo, y sentirlo y saber que fue por ello que ahora dudaba de lo que llevaba dentro de mí, cerré con fuerza mis ojos y me sentí temblar de temor... De pavor, de un miedo de imaginar que probablemente fuera eso al final...
La infección, el parasito, y terminaría matándome.
El miedo se adueñó de mí, ¿y sí me convertía en uno de ellos? ¿O si el bebé terminaba matándome? ¿Entonces no podría estar con Rojo? Eso ultimó apretó mi corazón, un vacío helado se adueñó de él.
—Pym...—su orden apenas la escuché, y no supe cómo fue posible que su apenas audible voz construyera un nudo en mi garganta, un nudo más fuerte que el que construyeran mis pensamientos. Lo odié—. ¿Te duele algo? Mírame, Pym.
Y sacudí la cabeza en negación a su pregunta. Nada me dolía más como no salir viva del laboratorio con él a mi lado... Abrí los parpados, observando esa atenta mirada de cejas contraídas que buscaba una explicación de mis lágrimas, esas traicioneras gotas de agua que habían salido a manchar mi rostro.
Su mano pronto se colocó en mi mejilla, limpiándolas, una por una con sus nudillos. Él podía ver las temperaturas, todo tipo de calor o frio, aunque temía mucho preguntarle y que al final me preguntaba para lo que significaba, tenía que hacerlo, saberlo.
No podía torturarme tanto sin saber que era lo que tenía en mi vientre, vivir preguntándome si era el parasito o un bebé... Tenía que arriesgarme, no podía quedarme con este miedo que me afectaría, y afectaría también a la intimación entre nosotros dos.
Sabía que estaba contradiciéndome, pues horas atrás estaba segura de que lo mantendría oculta de él, pero ahora... Solo pensar en el lio que se había construido en mi cabeza, la impaciencia y el terror me volvería loca y eso podría destruir varías cosas.
Tal vez iba a cometer un error, pero el mayor error sería no saber lo que era: sí frio, o caliente...
Y si eso, me apartaría de Rojo.
—Necesito preguntarte algo...—Con esas palabras, me animé a tomar la mano que se posicionaba en mi mejilla, levantarla como pudiera para guiarla a mi vientre. Dejé que su palma tocara esa zona de piel en la que él colocó atención, con su cejo arrugado con extrañes—. Necesito saber si vez algo ahí...
Entornó la mirada a mi rostro, había duda en él, pero no más duda que la que me carcomía en este momento.
— ¿En tu vientre? —Al ver mi indeciso asentimiento, él ocultó su mirada a través de sus parpados y bajó más su rostro en posición a mi vientre, donde su palma pulsó.
Solo ver como contraía con extrañes su ceño, me puso demasiado inquieta y nerviosa, sentí pánico cuando sus carnosos labios se separaron, y esa sensación crispada de mis dedos ansiaron quitarle la mano y retirar mis palabras...
Pero no lo hice.
— ¿Rojo? — Me preocupé, sentí esa ansiosa necesidad de que me respondiera de una vez si miraba una temperatura humana o ser otra cosa—. Rojo— El miedo que tuve de terminar mi pregunta amenazó con congelarme la sangre—, ¿vez algo?
Silencio y miedo se adueñaron del temblor de mi cuerpo. Su palma abandonó mi piel y ese rostro se levantó, sus parpados se abrieron dejando que sus orbes carmín me observaba con seriedad.
—Pym...—Mi nombre en sus labios me congeló la sangre—. No veo nada.