Sus dedos suaves, aquellos a los que ya tenían la forma de unos dedos normales, humanos, largos y con uñas, eran sostenidos por los míos cuidadosamente mientras contemplaba su rostro sobre la almohada. Ese rostro tan pálido al que le había apartado varios mechones de cabello para colocarle un pedazo de tela mojado con la intención de bajar su rotunda fiebre.
Me pregunté cuántas horas pasaron desde que Rojo perdió la conciencia y la enfermera cerró sus heridas internas y externas con su sangre. No lo sabía, pero no podía dejar de pensar en cómo me sentí cuando su pecho se tensó de dolor y su respiración se detuvo... lo que sentí como vi sus ojos perder su hermoso brillo para ocultarse debajo de sus párpados, y lo que sentí cuando esos labios dejaron de abrirse, de pronunciarse su débil voz.
Me sentí desboronada.
Destruida y congelada.
Mi corazón se detuvo al igual que mi respiración, la única reacción que pude hacer en ese momento era negar, negar con la cabeza una y otra vez, negar que él estuviera muerto y negar que esto estuviera sucediendo. Solo pude llevar mis manos a taponear mi boca para cubrir esos sollozos que ya no podían ser guardados en mi cuerpo, y cuando sentí que el dolor me comprimiría y cegaría, me incliné sobre él, con la cabeza acomodada sobre un lado de su pecho rasgado, con el oído atento a cualquier otro ruido que no fueran los míos, buscando los latidos de su corazón.
Esos que, apenas podían percibirse, tan débiles e inquietantes que amenazaban con detenerse en cualquier momento.
Ni siquiera esperé un segundo más cuando me aparté, y con una última mirada que eché a su cuerpo inmóvil—ese que se desangraba sobre las sabanas porque su herida ya no estaba cerrando—, salí disparada como una bala al pasillo, regresando por ese amplio suelo tétrico donde había dejado caer las latas de comida que llevaba para alimentar a Rojo.
En ese instante, todavía recordaba como mi corazón me saltaba precipitadamente, tan nervioso y asustado, lleno de una aterradora adrenalina que sentía que convulsionaria detrás de mi pecho mientras corría deseosa de llegar lo más rápido posible a la habitación de los oficiales y pedirle ayuda al experimento verde.
Ella era la única que podía curarlo.
La única que podía salvarlo.
Y lo hizo, curó a Rojo. Ahora para recuperar su pérdida de sangre, ella estaba descansando, Adam la había colocado en una habitación junto a esta. Rossi dijo que los Rojos reproducían con más facilidad la sangre que los blancos o los verdes, estos últimos se debilitaban más fácilmente cuando utilizaban mucho su sangre para curar heridas, y Rojo, necesitaba mucha, porque no solo tenía una herida enorme en todo su pecho, su espalda también había sido cruelmente rajada por él mismo e incluso su espina dorsal estaba en muy malas condiciones. Lo peor no era la pérdida de sangre que había tenido, dejándolo casi por completo seco, lo peor era que Rojo se había arrancado órganos infectados.
Una gran cantidad de órganos en donde Rossi aseguro que Rojo ya debía de haber muerto por la pérdida exagerada de sangre y la falta de un metabolismo. Aunque nadie se dio cuenta de que le faltaban órganos, Adam fue el que hizo el descubrimiento cuando, poco después de que la enfermera terminara de curar las heridas de Rojo, los gritos de Adam comenzaron a llenar de terror los pasillos del bunker, en busca de nosotras.
Al final, cuando Rossi lo trajo a esta habitación, contó de los órganos que se halló dispersados cada medio metro del largo pasillo frente a la primera salida del bunker, sumando al enorme organismo de tentáculos que se movía de escalofriante forma, y al cual no tardó en disparar una y otra vez hasta que dejó de moverse.
Solo pensar en los tentáculos fuera del cuerpo de Rojo, arrastrándose por el pasillo, hacía que espasmos sacudieran hasta el más pequeño de mis huesos. El parasito tenía vida propia y podía permanecer con viva fuera del huésped, la verdadera pregunta era saber que tan peligrosas era estar fuera del huésped.
Seguramente lo era también, si convertía en monstruos a los huésped, que no se convirtiera a sí mismo en uno sería ilógico. Entonces, si eso pasaba, el laboratorio tendría más monstruos que no eran experimentos, sino la misma bacteria misma, evolucionada.
Este infierno parecía no tener un maldito fin.
Y ahora estábamos atrapados por varios de ellos, con Rojo en muy mal estado.
Apreté mis labios y exhalé con fuerza, decidiendo llevar mi mano por encima de la frente de Rojo y acariciar su húmedo cabello, una y otra vez, enredando mis dedos un poco por esos mechones oscurecidos mal cortados. Todavía recordaba cuando le estaba cortando el cabello en la oficina, ni siquiera terminé de cortárselo todo como debía de ser cuando él tiró de mí con una fuerza rotunda que el golpe de nuestras entrepiernas cuando caí sobre su regazo, me dejó sin aliento.
Seguí acariciándolo llevando mis manos a deslizarse sobre sus calientes y humedecidas mejillas, con tristeza, anhelando que tan solo una de sus cejas se moviera, o debajo de sus parpados sus ojos empezaran deslizarse a los lados, lo cual no sucedió.
Esto había sido culpa mía, ¿no era así? Después de todo él dijo que se arrancó el parasito para tener de vuelta sus brazos, para tocarme solo porque no soportó que Adam me tocara.
Pensar en ese momento en el que Adam me pidió que lo pensara, me removía el estómago, pensar en cuando encontré a Rojo en la puerta del umbral con esa profunda mirada de la que destellaba recelo y desilusión, me oprimía el pecho.
Sí miró la mano de Adam en mi mejilla, también escuchó lo que me dijo, y lo que le dije a él.
Me gustaba Rojo, ese era un hecho que no dudaría, mi cuerpo y mi alma lo recordaban, y se sentía como si llevara meses conociéndolo. Sentía como si de él hubiese recordado todo, pero sin imágenes, solo las sensaciones de cada palabra, cada mirada, cada toque. Era un dejà vu.
Yo quería a Rojo.
Solo me preguntaba si el yo que no recordaba, quería a Adam de la misma forma, tenía miedo de recordar ahora y sentir que esos mismos recuerdos terminarían por separe de Rojo. Estaba atemorizada, la culpa empezaba a arrasar conmigo, no quería darle la oportunidad a Adam, y se lo aclararía.
Pero eso no quitaba el profundo miedo que tenía que al recuperar mis memorias, hiriera a Rojo... lo lastimara tanto como me lastimaría a mí al saber todo lo relacionado con el laboratorio, Adam y él. ¿Qué sucedería una vez que recordara? Lo único en lo que por ahora podía pensar eran en Rojo, en él y solo en él.
Porque al final de todo, estaba Rojo... Al final de cada pensamiento que tenía, estaba él, y no solo porque ahora estuviera en cama, inconsciente, sino antes, incluso cuando pensaba en lo que Adam me decía, seguía pensando en Rojo.
Tal vez era obsesión, pero para obsesionarme con él, mi forma de actuar antes hubiera sido diferente, explotando por celos, buscándolo en vez de quedarme en la habitación. No. Tal vez el que pensara en él, se debía únicamente porque desde el principio, a pesar del temor, sentí esa conexión con él.
Una conexión hipnótica, firme y profunda, una que desde el primer momento me incitó a cuidarlo.
— ¿No ha reaccionado?—La voz de Rossi me provocó una exhalación. Miré hacía el umbral que ella cruzaba con un bulto de alimentos que dejó sobre la mesilla de noche, acomodado uno junto a otro antes de acercarse y cruzarse de brazos con una mueca en su rostro,
Podía ver la claridad de su rostro gracias a que Adam había devuelto la electricidad al bunker solo hasta cierto tiempo y solo con una pequeña cantidad como para encender en todo el bunker, diez farolas únicamente.
— ¿Se ha movido o quejado?
—No—respondí en un murmuro, sintiendo el sabor amargo en mi garganta. No solo por sus preguntas sino porque cuando ella venía a ver como seguía Rojo, las palabras que me dijo hace varias horas atrás cando sus heridas comenzaron a cerrarse con rapidez, volvían haciendo presión en cada zona de mi cuerpo.
Torturándome más.
Aunque no habían intentado quitar una bacteria del huésped, sabían que esa bacteria era difícil de sacar, se ocultaba en órganos o en la piel, y tal vez podría llegar a ser que se ocultara en todo el cuerpo a la misma vez. Así que dijo que no me confiara en que Rojo estuviera descontaminado por completo, aún a pesar de que se arrancó partes del cuerpo, incluyendo partes de la piel, en alguna parte oculta de su interior, podía seguir un rastro del parasito.
Pensar en que quizás Rojo intentaría volver a arrancarse el parasito para recuperar otra parte de su cuerpo por mí, me oprimía con fuerza. Solo esperaba que eso no sucediera otra vez, que el parasito ya no estuviera dentro de él, y que Rojo abriera al fin sus hermosos y enigmáticos ojos de los que alguna vez temí, y que ahora solo deseo ver.
—Escucha, si no despierta en unas horas más, tenemos que averiguar cómo bajarle la temperatura.
— ¿Y si se queda con la temperatura un poco más? —inquirí, después de todo la alta temperatura mataba el parasito, ¿no? —. Podría ser que los residuos del parasito mueran por el calor.
La mueca en su rostro se alargó al igual que sus cejas fruncidas con preocupación. Lo supe, supe lo que me diría a continuación. La temperatura alta podía erradicar al parasito pero, si esta temperatura se debía a su tensión acumulándose, Rojo estaría en peligro.
—Esta fiebre se debe a otra cosa, ya lo sabes, si la tensión se sigue acumulando morirá Pym, y ahí no podremos hacer nada para resucitarlo—Mordí mi labio inferior cuando la escuché, la verdad, no quería seguir escuchándola —. Por otro lado, cuando averigüemos como salir de aquí, iremos directo a la base a curarlo, si el parasito sigue dentro de él pero no ha evolucionado como lo llegó a hacer, tendremos más posibilidades de que sane, ¿entiendes?
Asentí, levemente sintiendo esa decepción congelar mi cuerpo, comprimiendo mi corazón. Miré el rostro de Rojo, contemplando cada pequeña estructura de él, con el deseo de volver a acariciarlo, con el deseo de hacerlo despertar. Escuché el sonido del calzado de Rossi, alejarse cada segundo más, y detenerse enseguida.
—Deberías descansar un rato—suspiró con pesadez—, te tocara la guardia en las cámaras de seguridad dentro de horas.
—Esta bien, gracias—apresuré a decir, llevando mis manos sobre el pecho de Rojo cubierto por sábanas blancas, ya humedecidas, otra vez. Las quité de encima de su cuerpo. Rojo había transpirado tanto que llegó a humedecer más de cinco sabanas en las doce horas que pasó dormido. Era como si toda la sabana hubiese sido mojada en el lavabo y exprimida una sola vez, Rojo estaba sudando mucho, y eso significaba que se estaba deshidratando...
Me levanté, sin ver detrás de mí para tomar otra sabana que permanecía doblada sobre el sofá frente al pequeño televisor— ¿quién lo diría? Las habitaciones de los experimentos tenían televisor—, y devolverme a la cama para cubrir su cuerpo varonil vestido únicamente con los jeans. Lo cobijé, desde la planta de los pies remojados por un par de trozos de tela, hasta por encima de su pecho.
Cuando Rojo mojó la primera sabana, me fui a recoger un bonche de estas mismas en el armario de la habitación, al igual que a cortar una en varios trozos para colocarlos en diferentes parte del cuerpo de Rojo, sobre todo en sus pies, así fue como llegué a bajarle la fiebre en el laboratorio, y solo esperaba que esta vez también sucediera igual. Aunque bajar la fiebre no haría que la presión de su cuerpo bajara igual.
¿Entonces que debíamos hacer si él no llegaba a despertar? No podría solo tocarlo, de ese modo no funcionaria.
—Yo creo que estas exagerando con el cuidado, Pym, pareces una madre cuidando a su único hijo...
Aunque traté de no respingar al descubrir que Rossi seguía en la habitación, observándome al lado de la puerta, no pude evitar dar el pequeño salto de sorpresa y voltear a verla solo un momento para después tratar de no prestar mucha atención, o demostrar mi sorpresa.
—O una novia preocupada por el amor de su vida—agregó al final, haciendo que mi cuerpo se tensara de inmediato una vez que tomé asiento junto al cuerpo de Rojo y mi mano se depositó sobre la suya.
No supe en qué pensar durante su silencio, sintiendo su mirada expectativa sobre mí, estudiándome, evaluándome. Sabía muy bien que no hacía el comentario solo porque estuviera sosteniéndole la mano a Rojo, sino porque llegué llorando a la habitación de los oficiales, pidiéndole en sollozos a la enfermera que ayudara a Rojo. Y todavía cuando me lancé a correr por el pasadizo con ellas correteándome, terminé resbalando sobre el suelo, y aun cuando mi trasero había recibido todo el impacto, me eché a correr otra vez.
Esa, no había sido la única vez que demostré que Rojo realmente era importante para mí, y significaba más que solo un experimento.
Y no era que Rossi fuera inteligente con sus observaciones, Adam también se había dado cuenta. Creo que a pesar de mi temor de que algo malo ocurriría al saber de nosotros, al final se darían cuenta de lo que sentíamos.
— ¿Estas esperando a que lo niegue o acepte? — quise saber, sin sonar grosera, sin ser molesta. Por supuesto que al final no lo negaría, no sería capaz de negar algo que sentía.
Esperé a su respuesta, y al no escucharla de inmediato, decidí voltear, torcer un poco mi torso y buscarla sobre mi hombro, buscar esa mirada que ya estaba clavada sobre mí, con severidad. Tan solo verla era sencillo saber que ya llevaba un tiempo observándonos a mí y a Rojo, como nos comportábamos uno con el otro.
Sí Rossi lo sabía desde hace un buen tiempo, sí sabía que le gustaba a Rojo y él me gustaba a mí, ¿entonces por qué hizo ese comentario donde decía que había encontrado una pareja para Rojo? ¿Era acaso que estaba tentándome? ¿O era qué aún tenía duda de lo sentíamos uno por el otro?
— Por el bien de los dos—empezó, haciendo una corta pausa en la que respiró por la boca —, será mejor que oculten lo que sienten.
— ¿Por qué deberíamos ocultarlo? —espeté la pregunta.
— En este lugar no solo los monstruos son los malos, sino las personas también Pym, ¿cómo se tomaran la noticia al saber que una chica y un experimento se acuestan? —cuestionó, antes de volver a abrir la boca—. Aunque estemos en peligro, hay quienes piensan en qué harán con el descubrimiento del parasito y con los experimentos sobrevivientes ya que el laboratorio cayó. Así que tengan mucho cuidado.
Hundí el entrecejo. Esa era una advertencia, pero no una amenaza, soltada en un tono serio y bajo como si no quisiera que sus palabras salieran de la habitación. Mordí mi mejilla interna y cuando quise abrir la boca para decirle que ya sabía de lo que hablaba, ella retiró la mirada, se dio media vuelta y se marchó, dejándome a solas.
Miré nuevamente en dirección a Rojo.
No era un romance imposible, era una bola de personas aficionadas que no serían capaz de entenderlo y aceptarlo, solo les importaba su descubrimiento y etiquetar a los experimentos humanos como objeto, o animales.
Se les notaba, que aun estando rodeados de tantos monstruos, intentaban rescatar gran parte de sus descubrimientos para, seguramente, seguir con sus experimentos en el exterior.
Debía pensar lo peor de ellos.
(...)
Un dolor pulsándome la boca del estómago me abrió los ojos, fue cuando me di cuenta de que me había quedado profundamente dormida y no solo eso. Oh no, la sorpresa me desgarró la visión de golpe al encontrarme con el otro lado de la cama completamente vacía, cuando recordaba que me había recostado junto al cuerpo de Rojo, tan cerca de su calor para estar al tanto del más pequeño movimiento que él hiciera. Pero no estaba aquí, y yo no estaba con él.
Me deslicé hasta el borde del colchón que se hallaba tendido de sabanas floreadas, con el solo movimiento que hice, la madera de la cama, rechinó. Le di perdidamente una mirada a la habitación de paredes lilas solo para caer en cuenta de que efectivamente esta era otra recamara.
¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿En qué momento cambié de habitación y por qué? Eran preguntas que martillaban mi cabeza, mientras me percataba de que mis pies estaban descalzo y junto a ellos descansaban un par de tenis y unos calcetines que reconocí de inmediato, esos mismos que hasta recordaba que nunca me los había sacado.
—Despertaste.
Mi cuerpo respingo, sentí una fuerte contracción en el estómago que me hizo apretar la garganta al ver a Adam con un cabello desordenado incorporándose en el sofá, ese sofá de pelaje negro que daba la espalda hacía la cama en la que me encontraba sentada y muy confundida. Más confundida de encontrarlo a él en la misma habitación que yo, que yo encontrándome en una habitación en la que no estaba Rojo.
— ¿Qué estoy haciendo aquí?—pregunté, colocándome el primer calcetín lo más rápido posible, y mirando también cómo Adam se restregaba su mano en el rostro para tallarse un poco sus adormilados ojos marrones—. ¿Por qué no estoy con Rojo? ¿Él está bien? ¿Le pasó algo? ¿Quién está con él?
—Haces demasiadas preguntas, Pym— suspiró espesamente, casi demostrando que mis preguntas le habían molestado—. Él no ha despertado— respondió a medias con una ronquera, ahora sacudiendo más su despeinada cabellera oscurecida, dando un aspecto diferente a su rostro.
Se levantó aún sin completar mi respuesta, haciéndome notar ese torso desnudo que me hizo pestañar. No traía nada que cubriera esa ancha espalda dueña de una piel bronceada, y cuando se giró pude ver sus abdominales marcando ese torso, al igual que marcando su pecho, ese rastro de piel donde un tatuaje hacía su arte en él, uno muy extraño al que no pude encontrarle forma cuando se deslizó la camisa, cubriendo toda su desnuda piel.
— ¿Quién lo está cuidando? —repetí la pregunta, siendo incapaz de sentir esa atracción hacía él a pesar de haber visto su pecho tan varonil.
—Deberías preocuparte por ti también, Pym—soltó seriamente, déjenme apreciar esos marrones fruncidos con frustración—, lo está cuidando el experimento verde 16, mientras Rossi hace la guarda.
¿Experimento verde 16? ¿Se refería a la enfermera verde? Sí, no había ni otro experimento en el bunker... Eso quería decir que ella también ya se había recuperado, menos mal que al fin recupero toda su fuerza.
Sin embargo, había una pregunta que Adam no me respondió, y que pareció ignorarla mientras volvía a sentarse en el sofá para colocarse el calzado que pronto, yo también comencé a colocarme el par de tenis.
— ¿Por qué estoy aquí, Adam?
— ¿En serio quieres saber? No podía dejarte dormir en la misma cama que él, te traje aquí para que descansaras más a gusto, ¿tiene eso algo de malo?— Ni siquiera se lo había preguntado de mala gana, cuando él soltó la pregunta con molestia.
Ignoré su tono de voz, no quería enojarme con él, sabía que también se preocupaba por mí, aunque seguía pensando en que no hacía falta moverme de habitación.
—No—musité, retirándole la mirada.
Apresuré a ponerme el último calzado poder ir con Rojo, quería saber cómo seguía su fiebre, y preguntarle a la enfermera si él había abierto los ojos o se había movido, cualquier cosa, me tranquilizaría.
—No has comido mucho, Rossi me dijo. Así que te dejé junto a la cajonera unas galletas saladas y una lata de atún.
Eché una mirada a la mesilla de noche frente a mí, atisbando justo los alimentos que él había mencionado, al lado de una botella de agua y un par de servilletas que seguramente había tomado de la cocina de esta recamara. En realidad, no había tenido la oportunidad de comer no solo porque cuidaba de Rojo, sino porque no tenía apetito. No tenía hambre.
Volví a agradecer a una voz monótona para ponerme de pie. Pero tan solo lo hice todo alrededor se movió, mejor dicho, mis piernas se tambalearon con los primero pasos que di, sintiendo los huesos temblorosos y los músculos gelatinosos a punto de volverse polvo. Rápidamente, cuando sentí que caería, estiré las manos y alcancé la pared junto a la mesilla para detenerme.
Podría decir que solo había sido un mareo, pero no estaba siendo así realmente, no cuando algo más empezó a provocarme una respiración agitada y una debilidad escalofriante y estremecedora. Peor aun cuando esas vuelcos terribles en el estómago, que provocaba un malestar tan incontrolable, llevó un sabor asqueroso por todo mi esófago que terminó explorando mi boca y me hizo cerrarla con fuerza.
Por otro lado, una de mis manos se había colocado sobre mi estómago inconscientemente, mientras mi cuerpo se inclinaba un poco más sobre la mesilla, con esa terrible necesidad de abandonar urgentemente todo lo que provocaba el malestar.
— ¿Estas bien? —preguntó Adam, junto a mí. Ni siquiera me di cuenta del momento en que al verme tambalear, saltó sobre el sofá y trotó hasta mí para tomarme del brazo, con miedo a que terminara cayendo. Pero no caí. Y aun así, no me sentía bien.
Estaba sintiéndome peor, cada segundo más y más, siendo consiente de como esas paredes de mi estómago se contraían, meneando con fuerza lo que ingerí horas atrás. Maldije en mis entrañas al sentir como las rodillas se me debilitaron, y tan solo sentí como todo mi cuerpo se contrajo e incluso mi garganta igual lo hizo, empujé a Adam, y salí a tropezones, corriendo en dirección al baño.
La puerta azotó contra la pared, el sonido que soltó el golpe hueco hundió por completo el pequeño cuarto sombreado por la luz del exterior, y se amortiguó a causa de mis ruidosas regurgitaciones que solté cuando llegué al retrete, levanté la tapa, dejé caer mis rodillas al suelo e incliné todo mi cuerpo sobre él. Mientras una de mis manos se aferraba a la tapa entre temblores, la otra trataba de sostener todo mi cabello lo cual sucedió solo con ayuda de otra mano extra... la de Adam.
Pronto sentí como palmeaba con su mano desocupada mi espalda en tanto luchaba por soportar las náuseas y contracciones, no quería seguir vomitando, pero era imposible cuando mi cuerpo se sentía como si estuviera a punto de colapsar. Sus palmadas se volvieron más constantes y fuertes, y solo cuando al fin mi estómago disminuyó sus fuertes arremetidas, y yo solté un largo suspiro para respirar cansadamente, él dejó de palmearme para apartar su mano y empezar a tomar papel sanitario.
El ruido relajó la habitación entera pero no me relajó a mí en ni un momento cuando mi menté empezó a hacerse un caos.
—Toma—susurró, ofreciéndome un pedazo de papel que acababa de arrancar.
Tragué la acidez que me sacudió los huesos en espasmos, y me atreví a tomar el papel sanitario para limpiarme la boca. No tardé en bajar la tapa para sentarme de inmediato, todavía mis piernas se sentían extrañas y ni hablar de la inexplicable calma de mi estómago que me dejó en shock.
—Tenemos medicamentos en la habitación de los oficiales—le escuché mencionar sobre mí, sorprendiéndome al instante al colocar su mano sobre mi frente, dejándola caer a mi mejilla y debajo de mi mentón—. No tienes fiebre—pronunció con extrañez —. Algún alimento debió caerte mal, así que buscaré algo que te ayude, ¿sí?
Estaba dudando. Por supuesto que estaba dudando, no comí nada más que unas galletas saladas y agua potable, no creía que eso me fuera a provocar malestar cuando a las galletas les faltaba más de un año por caducar. Esto me había pasado una hora después de que Rojo fue sanado, sentí tantas nauseas que ni siquiera pude llegar al baño y tomé el bote de basura de la cocina para vomitar, en ese momento pensé que se debía a la mucha sangre que vi expandirse por todo el sendero de la cama, escapando del cuerpo de Rojo mientras sus heridas se curaban, pero esta vez no había visto nada grotesco como para sentir náuseas y ni si quiera sentí nauseas cuando estaba en la cama.
Las náuseas llegaron instantáneamente, y se fueron tan solo vomite, no tenía explicación, ¿o sí? Abrí los ojos en grande cuando eso chocó contra mis recuerdos, y retuve el oxígeno en mi pecho.
Oh, cielo santo, ¡santo cielo! Mi cuerpo palideció cuando recordé algo más, y solo no quería que eso fuera el motivo de mis vómitos. Porque sí, había una explicación, solo una. ¿Sería posible que yo...?
Lo miré a los ojos, temerosa de mostrar mi shock, y asintiendo sin saber que decir. Pronto, él hizo una mueca no muy convencido ante mi silenció, y se apartó, rumbo a la puerta.
—Volveré, no te muevas— pidió, dándome la espalda. En cuanto lo vi cruzando el umbral, no espere en desinflar mi pecho bruscamente y llevé mis manos al estómago, a ese lugar donde mía dedos se adentraron debajo de la sudadera y descubrieron la piel de mi abdomen, fresca y suave. La toqué, la palmeé, y al no sentir nada, me levanté de inmediato, caminando para estar frente al largo espejo.
Me levanté más la sudadera y bajé un poco mis jeans para poder ver mi vientre, sin dar vista de mi aspecto físico, solo concentrándome en esa zona plana, en captar alguna diferencia, la que fuera que me diera la razón que más temía.
Si las náuseas no eran por alguna enfermedad, ¿se debía a un embarazo?
—No puede ser... —susurré, volviendo a palmear el vientre bajo.
Tal vez lo estaba exagerando. Tal vez solo había sido a causa del estrés, porque estaba muy preocupada por Rojo y con un gran susto guardado porque no despertaba. Traté de ignorar esos pensamientos, dejando de ver mi estómago en el espejo para salir al baño. No podía quedarme a pensar, a responderme si estaba o no embarazada cuando Rojo seguía inconsciente.
Recorrí el resto de la habitación apresurada, y salir al pasillo iluminado de lado a lado, en segundos encontré con la mirada esa puerta que se mantenía cerrada y en la que estaba segura de que del otro lado se hallaba Rojo. Me encaminé hacia ella, preguntándome por qué estaba cerrada si Rossi había ordenado que la tuviéramos todo el tiempo abierta.
Tan solo escuché un extraño ruido en su interior me puso tensa de inmediato, y mis piernas se congelaron a centímetros de la puerta y con mi mano temblorosa sobre el picaporte cuando otro golpe que pareció contra la pared emanó de ella.
¿Sería posible que Rojo estuviera despierto al fin? ¿Al fin despertó? El solo pensamiento hizo que mi mano temblara pero no dude en girar y abrirla con rapidez. Logrando que el panorama se ampliara a esa habitación tan familiar donde me impedí recorrer con la mirada para solo revisar esa cama ocupada por ese cuerpo masculino cobijado y en la misma posición.
La desilusión desvaneció los nervios y esa emoción a punto de saltarme en el estómago al no ver lo que tanto esperaba.
—Lo siento.
Pestañeé ante la dulce disculpa que se desprendió del otro lado de la cama. Rápidamente ese cuerpo femenino se incorporó, levantándose del suelo con una mirada hundida en preocupación y clavada en sus manos que cargaban con un pedazo de lámpara. Solo así me di cuenta de que la cajonera junto a ese lado de la casa, estaba removida de su sitió, dejado apreciar un enchufe.
—Quería conectarla para que alumbrará un poco más—explicó, mostrando esa inocencia en la forma tan avergonzada en la que seguía observando la lámpara—, pero cuando moví el mueble se cayó. Lo moví muy brusco, el examinador me regañará.
—No te preocupes—fingí una sonrisa mientras me adentraba un poco más a la recamara, acercándome al cuerpo de Rojo—. Nadie va a regañarte, pero no podemos conectar nada, de otra forma la luz de la habitación se apagaría y habría más oscuridad.
Miró hacía el techo con confusión antes de asentir con el mismo gesto confundido y dejar la lámpara sobre la cajonera para después devolverla a su lugar. Tomé asiento junto a la cama, haciendo que esta se hundiera un poco más, al acomodarme, me incliné y llevé mi mano a su mejilla enrojecida, percatándome de que la fiebre seguía intacta.
—Él no ha despertado, pero hace un momento se movió, incluso hizo un quejido...
Su confesión me sorprendió, estuve a punto de enviar la mirada en su dirección pero cuando capté las pupilas en movimiento debajo de los parpados de Rojo algo brincó en el interior de mi estómago, contagiando en una pequeña contracción a mi corazón. Él estaba reaccionando, al fin estaba reaccionando. Entonces Rojo no tardaría en despertar en cualquier instante.
—Le dije al examinador, pero él solo cerró la puerta—agregó casi en un murmuró, rodeando la cama para acercarse a mí—. Parecía un poco mole...
—Pensé que te quedarías en la habitación—La voz de Adam la hizo respingar, un acto que no sucedió en mí, sin embargo eso no quería decir que no me sorprendiera su aparición, de echo lo hizo y solo pude reaccionar alzando el rostro, encontrando esa quijada apretada y ese par de orbes marrones endurecidos.—. Ni siquiera comiste.
Se adentró, con una caja de pastillas en su mano y una botella de agua en la otra que o tardó en extenderme una vez llegado hasta mí, hasta una cercanía en la que tuve que elevar mucho el rostro.
—Comeré en un rato más, solo quería saber cómo seguía él—expliqué, tomando la caja y la botella, al instante leí lo que se titulaba en la caja
—Es un experimento enfermero, tarde que temprano se recuperaría—bufó, repentinamente, colocándose sobre sus rodillas para estar a mi altura, a una altura en la que sus ojos fueron más profundos—. No te excedas, Pym, él no es tu responsabilidad.
—No lo hago porque sea mi responsabilidad— evidencié, sintiendo seca la boca al terminar de decírselo. Sus ojos pestañearon y se contrajeron con severidad.
— ¿Entonces por qué lo haces? — en cuanto lo preguntó, sus labios se retorcieron con disgusto como si se hubiese arrepentido de preguntar—. Demonios, Pym...—farfulló, mirando de reojo a la enfermera enseguida—. Sal de aquí, ve a la sala de las cámaras con la examinadora Rossi., ¡ya!
Dejando de lado las palabras espetadas en una cruel orden, el gritó fue lo que hizo que ese delgado cuerpecillo volviera a saltar para luego, correr torpemente hacía el umbral, sin mirar atrás y con sus manos entrelazadas una con la otra, con un temor notable.
— ¡Cierra la puerta! —exclamó él, un tono tan alto que creí que haría que Rojo despertará, y solo pensar en ello me hizo quitar la mirada de encima de la enfermera que cerraba la puerta, para depositarla en ese rostro pálido de mejillas sonrojadas por la fiebre. No había movimiento, y sus ojos dejaron de moverse también—. ¿Qué te gusta de él, Pym? —escupió la pregunta.
Dejé de ver a Rojo, y arqueé una ceja en la dirección de Adam.
— ¿Vas a preguntarme eso?
—Si quieres te pregunto lo que te disgusta de él—Increíble el sarcasmo que podía salir por esa boca carnosa—. Se te ha insinuado, y te ha tocado, ¿cierto? No dudo de que te haya besado—frunció el entrecejo hacía arriba por un segundo—. Lo que quiero que entiendas, Pym, es que lo que estas sintiendo es síntoma de sus feromonas.
¿Qué?
—Las feromonas de los machos son hipnóticas, aun cuando están dormidos puedes sentirte atraída por él—comenzó—. Creo que estas confundida, tu manera de actuar es igual a las de otros examinadores que estuvieron bajo el efecto de las feromonas de los experimentos. Porque no importa si estas lejos de él, sigues sintiéndote atraída, porque sus feromonas al final hicieron efecto en ti instantáneamente, es como una enfermedad, Pym.
Apreté mis labios, sintiendo mi mente hundirse en toda clase de preguntas confusas. ¿Hipotónico hasta cuándo duerme? ¿De verdad sus feromonas eran así de poderosas? ¿Pero no dijo Rossi que por la mirada incitaban más su efecto? Estaba confundida, hecha un lio.
—Una atracción sexual, solamente—hizo saber, con esa gravedad de voz que vibró en mi cabeza.
Mis labios se movieron, tratando de decir algo, pero de la impresión y el shock mi voz no salió. ¿Estaba hablando en serio? Eso quería gritar mi mente. Y por la forma en que Adam estaba viéndome, seguramente teína una cara de chiste sobre mí. Pero no podía reaccionar como quería hacerlo, mi cuerpo no respondía.
—Quería decírtelo, pero no tuve la oportunidad—sostuvo, y lo que más me perturbo fue la forma tan seca en que lo dijo. Oportunidades tuvo muchas para decírmelo, ¿por qué tuvo que esperar hasta este momento? No, algo estaba mal aquí, no podía creérmelo—. Puedo saber lo que este experimento quiere conseguir de ti, y estoy seguro que como pasó con los otros que cuando lo consiga, te desechara.
— ¿Y qué quiere conseguir de mí, Adam? ¿Qué es lo que crees que él quiere conseguir de mí? —solté en un tono muy bajo, apenas capaz de ser escuchado por él.
Sus manos depositándose sobre las mías que cubrían la mano de Rojo, me estremecieron. Las retiró del lugar en el que deseaban estar y las coloco sobre mis rodillas, sin quitar las suyas.
—Sexo. Estos experimentos tienen una fascinación por el sexo, Pym.
Y mi ceja se arqueó, estiré una sonrisa cínica y negué, apartando sus manos de las mías. ¿Qué se creía? ¿En serio pensaba que no conocía la diferencia entre atracción sexual y sentimientos de amor? ¿Pensaba qué tenía quince años? ¿Entonces todo lo que Rojo hizo era solo para tener sexo conmigo? ¿Se arrancó el parasito por qué quería tener sexo conmigo? ¿Me protegió todo este tiempo por sexo? ¿Quiso ahuyentarme para no lastimarme porque al final quería sexo? ¿Qué? Esto era demasiado.
¿Pues qué creía? Me acosté con Rojo, y él seguía a mi lado... Estaba consiente que sus feromonas me atrajeron al principio,
— ¿Es así como quieres alejarme de él y hacerme creer que debo estar a tu lado? — pronuncié con fuerza, indignada, molesta. No quería enojarme con él después de lo que me pidió en la habitación, pero era imposible no hacerlo.
Sorpresa por mi reacción, pero nunca mostró enojo, sus ojos esos que parecieron perder un brillo, buscaron algo en los míos, algo que por mucho que siguieron observándome, no lograron hallar.
—No te estoy mintiendo, Pym, ¿qué ganaría con eso? —Y su voz, también se hablando, sus manos se movieron con la intención dudosa de volver a ponerse sobre las mías—. Esto es una verdad. Tu misma lo sabías. Cuando le atraes sexualmente a un experimento las feromonas empiezan a hacer su efecto. No quiero que éste experimento te lastime una vez que consiga lo que quiere. No me lo perdonaría.
Contraje mis parpados cuando vi la manera en que Adam disminuía la velocidad de sus palabras, y como su mirada, sobre todo, subió hasta depositarse detrás de mi hombre y un poco más arriba de mi cabeza. Y entonces, hubo algo muy perturbador que me abrió los ojos cuando él palideció. Podía haber sido un movimiento cuando me removí en ese segundo, pero era imposible ignorar aquel movimiento extra detrás de mí, sentir como el colchón se hundió un poco más bajo mi trasero, y para ser exactos me inmovilicé al contacto de ese roce caliente contra el codo de uno de mis brazos, un tacto tan estremecedor que cortó cada pulgada de mi aliento. Todo mi cuerpo fue absorbido por una corriente de escalofríos cuando, en ese instante, esa voz se abrió paso, ronca, grave, crepitante y anhelada.
— ¿Cr-crees... que la quiero solo por el sexo?
El vuelco que mi corazón dio fue incomparable a otras veces, regresó tan alterado y sobresaltado que me dejó sin respirar los primeros segundos en que toda mi espalda sintió el calor abrazador de alguien, detrás de mí. Mi torso se torció, y mi rostro palideció al hallare con ese pecho levemente inclinado frente a mi rostro, un pecho sudoroso por el que las sabanas resbalaban hasta caer sobre el regazo, un pecho que se inflaba rápidamente mostrando lo agitado que él estaba.
Subí por toda esa piel pálida, hasta esos carnosos labios entreabiertos de comisuras oscurecidas, y seguí con la respiración atascada aún en mi tórax, el camino recto sobre el puente de su recta nariz, hasta hallarme con su endemoniada mirada, esa que había extrañado varias horas enteras. Ese par de orbes carmín con una mirada entenebrecida y peligrosa estaban clavados con en una sola persona de la habitación, y esa no era yo.
—Yo la he querido mucho antes de que se conocieran—soltó entre colmillos—, y tú lo sabías.