Capítulo con contenido adulto. Si no te gustan estas escenas, puedes pasar a leer el siguiente capítulo sin problemas ni confusiones.
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Cada pequeña parte de mí se estremeció, reaccionado a su confesión, a esas palabras que habían oprimido tanto mi pecho que sentí como mi corazón acelerado era aplastado, mis manos se acomodaron a cada lado de su cabeza para sostener el peso de mi cuerpo inclinado, y mis labios volaron en busca de los suyos, necesitados, ansiosos de él, sin prestarle atención a la sangre que los manchaba. Un beso lento y profundo en el que nuestros labios saboreaban lo más profundo de nuestras almas.
En ese instante sentí sus manos cubriendo las mías, y sus dedos subiendo hasta donde podían para rodear mis muñecas con delicadeza mientras nos deleitábamos entre besos, solo hasta que él volvió a quejarse, retirando su boca de la mía y ladeando su rostro para apretar sus colmillos con fuerza. Ese gesto en el que sus pobladas cejas y su blanca frente se contraían temblorosas por el dolor, me alejó de él con un susto a punto de estallar cruelmente en mi pecho.
—Estoy bien...—Las palabras apenas pudieron salir de su boca. No, no estaba bien mucho menos cuando volvió a llevarse esa mano a su pecho y a apretárselo con rotundidad como si quisiera perforarlo—. Pym, no moriré, solo es puro dolor, así que continua.
Vio la desesperación y el shock mismo en mi cuerpo, ese que me mantenía temblorosa y congelada, mientras reproducía sus palabras. Para ser exactos estaba muy inquieta y aterrada porque ni siquiera sabía tenía idea de cómo empezar, solo sabía que tenía que hacerlo correrse. Entonces, no importaba cómo empezara, ¿cierto? Solo debía hacerle sentir placer.
Sí, solo debía continuar.
Lamí mis labios, y asustada aun cuando su mano con tanto esfuerzo se levantó para acariciar mi rostro con delicadeza, volví a inclinarme, a duras penas con la cabeza desordenada, hecha un lio por el terror. Deposité besos temblorosos desde su mentón hasta su cuello que él estiró para darme más acceso, mis manos no duraron mucho para comenzar a acariciar su agitado pecho, y mientras baja con mi boca rozando cada parte de su pecho hasta la piel de su abdomen húmedo y caliente, mis manos acariciaron su vientre, esa zona que se contrajo enseguida y se tensó con mi contacto frío.
Esa reacción me dio más confianza para continuar.
Con agilidad, mis manos no tardaron nada en tomar el cinturón y empezar a sacarlo, tampoco tardé en depositarle un beso a ese vientre marcado donde mi lengua saboreó a detalle su salada piel, deseando que ese desliz provocara que su tensión empezara a acumularse lejos de su corazón...
Lejos de ese órgano delicado.
Eso era lo que más deseaba.
Saqué el cinturón y todavía, desabotoné su pantalón, bajé el cierre y retiré la tela para tener mayor paso, todo con un movimiento nervioso de mis dedos. De inmediato, mis ojos atisbaron esa blanca piel de su vientre bajo, y también... el bulto creciente que la prenda aún ocultaba un poco de mi vista. Estaba excitado, Rojo estaba excitado. Esa era una buena señal.
—E-estoy listo—jadeo él, no supe si porque le dolía algo o solo era que empezaba a tensarse más sexualmente. Eso último lo deseaba como nunca.
No, no, no porque quisiera escucharlo gemir de placer— que si él no estuviera en esta posición, lo desearía—, estaba asustadísima, no podía si quiera sentirme tentada cuando escuchaba a Rojo ahogando su dolor.
Mordí mi labio con desesperación solo un instante, para inclinarme y besar otra vez su vientre y adentrando una de mis manos en el interior de su pantalón donde, al tocar su ardor endurecido y rodear todo lo que pudiese de él con mis delgados dedos, Rojo ahogó un fuerte gemido. Ese dulce sonido sacudió mis huesos y estremeció mis entrañas de emoción.
Sí. Sigue así.
No te detengas. Supliqué en mis entrañas, anhelando que llegara hasta su final, que toda esa acumulación desapareciera.
Sin despegar mi boca de su caliente piel, esa que empezaba a provocar espasmos por todo mi cuerpo con mi deliberado acto, la dirigí a roces hasta su pelvis plana donde besé y chupé, una y otra vez en tanto mis dedos acariciaban su caliente y duró miembro, ese que conforme tocaba, retorcía de placer el cuerpo de Rojo, estiraba éxtasis en su interior logrando arquear su espalda, lanzando dulces gemidos melodiosos que me enloquecían.
Jadeó mi nombre y mi vientre se estremeció contra mi voluntad. Reaccionó con leves estirones y un ardor que me mojo. Me odie por sentirme así, sabiendo que la vida de la persona que quería peligraba.
No quería deja de lado la cordura, no debía perderme en las exquisitas sensaciones que la voz de Rojo provocaba en mí, no ahora, no podía, tenía que concentrarme en él, llevarlo al clímax, liberar toda su tensión. Porque no se trataba de nosotros, sino de él.
Solo de él.
Eso. Mi mente se repitió esas palabras solo para calmar un poco ese nerviosismo temeroso que empeorara mis movimientos y los volvía robóticos: la adrenalina aterradora era tan rígida que endurecía hasta mis dedos. Solté una exhalación entrecortada que chocó contra lo más alto de su vientre y erizó su piel. Una vez respirado, llenado mis insaciables pulmones del oxígeno, me incorporé lo más terriblemente rápido posible saliendo fuera de la cama para desabrochar los jeans y quitármelos con todo y la delgada prenda interior.
Me desvestí solo de esa parte con tanta rapidez que estuve a poco de tropezarme en el momento en que me arrancaba los zapatos también para trepar sobre la cama y acomodarme sobre él, sobre esa atenta mirada ceñuda de dolor que me hizo relamer los labios. Ni siquiera esperé ningún instante, cuando mis temblorosas y sudorosas manos tomaron su miembro y lo acomodaron justo en mi entrada. Bajé sobre él, mi vientre estremeciéndose de placer cuando su miembro comenzó a penetrarme de una deliciosa manera que tuve que reprimir. Porque esto era por él.
Comencé a moverme sobre él, con las manos sobre su vientre en caricias suaves mientras le sentía salir y entrar entre los músculos de mi vientre, sintiendo esas contracciones tan placenteras llenando mi cuerpo, retorciéndolo poco a poco de un fúnebre calor que abrió mis labios en jadeos, frente a esa intensa mirada oscurecida.
Aumenté los meneos, más firmes, más profundos. Rojo tardó en gemir ronco, su cadera se meneó contra mí vientre hundiendo su miembro un poco más en mi interior, y casi saltaba de lo excitada que eso me había hecho sentir, a punto de hasta soltar un gemido por mis labios.
—Pym...—eché una mirada en esa larga lengua que se lamía sus carnosos labios, y a esas manos que acogían sus sienes y recorrían todos sus mechones de cabello para llevarlos lejos de su rostro y luego estirar sus brazos y plantar sus enorme y cálidas manos en mi cadera—. Sigue.
Relamí mis labios, sintiendo como el corazón martillaba como nunca mi garganta, amenazando con salir disparado a causa de las sensaciones fluyendo en mi cuerpo, estremeciendo con fuerza mis músculos y construyendo gemidos en mi boca que aunque quise ahogar, no pude, desbordando frente a sus orbes reptiles que se contraían por cada meneo.
Eso dedos apretaron mi cadera, inesperadamente aumentando el rimo de mis movimientos, y no puse objeción, levantando un poco mi cuerpo y empujándome contra su miembro sintiendo como mis músculos le apretujaban tan deliciosamente que gemí alto. Rojó lanzó u largo gruñido ronco y grave. Un sonido que pareció hundirlo en placer, fue un sonido tan glorioso que ahogué un gemido contra su miembro palpitante.
Oh Sí. El corazón se me desbocó amenazando con salí disparado de mi cuerpo cuando todo de mi degustó su gruñido, ¿y cómo no iba a salirse de mi pecho al escuchar tremendo sonido? Eché una rápida mirada a ese torso sudoroso que comenzaba a enderezarse inesperadamente delante de mí, y con una complicación notable por la forma en que sus brazos se movían contra el colchón para levantarse. Saltaron mis músculos debajo de mi piel con solo escuchar otro quejido que cada parte de mí no deseaba escuchar, eso me hizo detener mis meneos, llevando mis manos hasta su pecho con preocupación.
— ¿Rojo?
Entonces toda mi sangre empezó a drenarse lentamente de mi cuerpo y a regresar con un frio intenso conformé estudiaba su silueta. Su cuerpo que se había inclinado hacía un costado solo para que de su boca saliera otro quejido de dolor y todo ese entrecejo al mismo tiempo se arrugara con el mismo gesto.
—Rojo— le llamé, asustada.
Me arrepentí de haber pensado que su gruñido había sido de placer cuando el panorama parecía redactar otra desgarradora razón.
No, no...
Una de sus manos soltó mi cadera para colocarse sobre su pecho, manteniendo sus dedos presionando bruscamente hasta empujar su tórax. Eso terminó helando hasta el más pequeño trozo de mi piel, y hasta la fibra más pequeña de deseo que se había deslizado en el interior de mi cuerpo. Solo sentí la construcción de ese sollozo cuando encontré esa mirada congestionada en frustración, y esa frente y cejas hundidas temblorosamente por el placer y el dolor. Más dolor que placer. Mucho más dolor que placer...
No me gustaba verlo sufrir.
Su dolor, me hacía sufrir a mí también.
¿Por qué no estaba sirviendo? ¿Estaba haciéndolo mal? ¿Cómo debía hacerlo? ¿Tenía que hacer otra cosa? Estaba tan presionada por mis pensamientos y su dolor que estuve a punto de salir de encima de él. Sino fuera porque esa otra mano, apretando bruscamente mi cadera, y esa mirada carmín contraída me atrapó mirándole con pánico, él se inclinó sobre mi rostro, recargando su frente en la mía, dejándome ver con más firmeza su propio dolor—porque no podía ocultarlo—, ese mismo dolor que estaba siendo parte de mí también.
—Sigue...—rogó, tallándose la piel de su pecho, enrojeciéndola por la fuerza que sus dedos hacían contra esa zona de su cuerpo—. Pym... No pares.
Eso guardó mucho, la mezcla de miedo y desasosiego en mi pecho al saber que no estaba funcionando. No le estaba ayudando, le estaba doliendo. ¡Maldición! ¿Qué debía hacer? ¿Qué más hacer? La frustración era mucha quemándome las sienes, que sentí que me explotaría la cabeza, hasta que su mano tomándome de la nuca y atrayéndome hacía él, me inyectó mucha sorpresa, tanta, que despegué con fuerza los parpados y ahogué un gemido cuando aquella boca que se apoderó de la mía en un beso desesperante.
Se me oprimió el pecho cuando, aún en esos lujuriosos movimiento de sus labios en los que todo mi cuerpo amenazaba con despojar sus fuerzas, un quejido salió de él y golpeó contra el interior de mi boca.
—Sigue moviéndote—gimió, un besó más en mis labios y sus dedos liberaron mi cabeza para mirarme fijamente y suplicante—, estoy llegando.
Quería pensar en sus palabras pero ni siquiera eso pude hacer, y aun sintiendo los ojos escocerse por el miedo de perderlo, comencé a menearme nuevamente, alterada, preocupada y con estragos del miedo. Empecé a menearme con la misma intensidad en aumento, bajo aquel tacto de su mano que había disminuido su fuerza, bajo esa mirada todavía contraía, y bajo esos labios que no tardaron nada en volver a cubrir los míos en besos lentos.
Ambas manos me tomaron de la cintura, me estremecí, aunque no quise hacerlo, cuando sus dedos se adentraron debajo de la tela de la ropa que me cubría el pecho, para construir en suaves caricias la curva de mi cintura. Y jadeé, al mismo tiempo en que él soltó un leve sonido largo y ronco que se ahogó en lo profundo de mi boca. Eso volvió a volar mi corazón
Aunque me estremecí con apenas una increíble fuerza a causa del—aún— miedo carcomiéndome las entrañas, las ansias de verlo arder en el deseo y no en el dolor me hicieron aumentar el ritmo de tal forma que nuestros estómagos se palparan con el movimiento, hundiendo mi lengua en el interior de su boca en besos hambrientos que fueron correspondidos con la misma desesperación.
De repente, y en tan solo segundos, él dejó de besarme, hundiendo su cabeza en un costado de mi cuello donde dejó besos en los que no pude evitar sentirme extasiada. Desde ese momento, no existió otro sonido en la habitación que no fuera el de los gemidos de Rojo, llenándola una y otra vez sin cesar.
Gemidos roncos, bajos y altos ahogándose no solo en el cuarto sino en la estructura interna de mi vientre donde los jalones empezaban a acontecer, quemando y estirando mis músculos que abrazaban su miembro con deleite, delicias y maravilla, contra mi voluntad. Me di cuenta que estaba llegando a mi orgasmo, y me maldije por ello, porque no era yo la que tenía que llegar, sino él.
Solamente su voz era la única melodía sin descanso que acallaba el aterrador silencio, provocando que mi corazón saltara acelerado, cada segundo más seguro de que él estaría bien... y toda esa tensión llegaría a su fin en un último grito de placer que le liberó.
Rojo lanzó su orgasmo en un gruñido con tanta intensidad que no solo se escucharía en cada rincón oscuro de la habitación, sino en el exterior del pasadizo. Toda esa tensión que se había acumulado en su vientre, se liberó al fin... en el interior del mío.
Me detuve en seco con los movimientos, sin pensar mucho en lo poco que a mí también me faltaba para llegar cuando él apartó su rostro de mi cuello, al mismo tiempo en que lo hizo con sus brazos para llevarlos al colchón y recargar sobre ellos su propio peso.
Hundí mi entrecejo con preocupación solo reparar en su aspecto. Le costaba mantenerse así, poco faltaba para que toda su espalda terminara cayendo de vuelta al colchón.
Una rápida mirada lancé a sus brazos que se mantenían temblorosos, esta vez, por la debilidad que el orgasmo había provocado en él—o eso quise pensar—, y a su pecho que se inflaba y desinflaba agitadamente, tratando de recuperar su respiración.
— ¿Aún te duele? —quise saber, estaba muy preocupada y mi propio rostro podía demostrar lo que sentía en ese momento.
Con mucha aprehensión, tomé entre mis manos sus mejillas para levantarle la cabeza y atisbar esa capa de sudor que firmemente resbalaba, gota por gota, sobre cada endurecida facción que componían su pálido rostro que apenas se había dispuesto para abrir sus parpados y clavarme una profunda mirada que me dejó inmóvil. Inmóvil no porque Rojo estuviera sufriendo otra vez, sino porque al levantar su mirada y respirar tan hondo que su pecho se infló hasta rozar el mío, toda su postura se afirmó con su exhalación, hasta ese mismo enrojecimiento de sus mejillas provocado por la fiebre desapareció.
Quedé desconcertada y por demás, anonadada cuando su imponencia volvió a su cuerpo sin más, y esa mirada que hasta el mismo demonio hacía temblar, obtuvo la fortaleza escalofriante con la que lograba quitarle el aliento a cualquiera.
A mí.
No pude moverme ni un centímetro, aun cuando él levantó forzadamente por su debilidad y dobló uno de sus brazos para alcanzar con sus grandes dedos parte de mi rostro. Su pulgar me acaricio la mejilla, acaricio esa ligera piel que se estremeció con su delicadeza. Una delicadeza tan estremecedora que me hizo soltar el aliento.
—No quise asustarte—dijo en un tono bajo, demostrando lo mucho que se arrepentía con el tono de su voz, de ponerme en esta situación. Pero lo hice porque quería hacerlo, no porque él o alguien más me obligaran —. Cuando hay tanta tensión en el corazón, el dolor es algo inevitable, y solo hasta que me liberas el dolor termina— El crepitar de su voz volvió con esa fuerza que era capaz de crear contracciones en mi cuerpo.
Difícilmente lo entendí, el por qué Rojo me rogaba seguir por mucho que su adolorido rostro me impidiera continuar, era por esa razón, no era que lo había estado haciendo mal, sino porque estaba surtiendo efecto en él. Pero estaba tan asustada que creí que lo perdería.
No quería perderlo.
Sus orbes carmín repararon cada centímetro de mi rostro, con una ternura y una admiración tan sincera que aceleraron mi corazón, no de miedo, no de pánico y desesperación, sino de felicidad. Una felicidad que fue creciendo conforme me contemplaba, y que mis brazos salieron instantáneamente disparados de sus mejillas hacía su torso para rodearlo en un abrazo que mi cuerpo había deseado otra vez. Acomodé mi cabeza justo en ese lado de su pecho donde las manos de Rojo habían presionado a causa del dolor, para escuchar el tamborileo musical de su acelerado corazón.
Era música para mis oídos.
—Lo haría siempre, si con eso te ayudo—confesé, él suspiró.
—Lo siento por detenerte—su voz fue susurrada contra mi cabeza antes de sentir esos labios depositando un corto beso, sus enormes brazos me rodearan y me estrecharan con anhelo contra su cuerpo. Respiré hondo, respiré su piel, y sin detenerme, suspiré, sintiendo como cada parte de mis músculos se relajaba, mi cuerpo se sintió en calma, me sentí complacida de ver a Rojo mejor—. Hice mal, pero no pude detenerme, quería que me preguntaras.
Sabía a lo que se refería, ese momento en que pensé que terminaría todo cuando él me detuvo intentando sacarle el cinturón del pantalón. Todo solo para preguntarle y para que me contestara, ¿cuál era la razón? ¿Solo para que me respondiera y confiara en sus sentimientos?
Sí yo ya sabía sus sentimientos.
—Pudiste esperarte a que te preguntara cuando termináramos—susurré suavemente, besando su areola con suavidad y provocando una ligera tensión en su cuerpo que fui capaz de sentir.
Me aparté, deslizando mis manos de su espalda hasta los costados de su cuerpo, para anclarse a cada lado de él. Y al hacerlo, alcé la cabeza, subí mucho el rostro para encontrarme con sus preciosos ojos carmín buscando los míos, como si necesitara contemplarme otra vez.
Con deseo.
Con anhelo.
—Ellos no conocen nuestro cuerpo tanto como nosotros nos conocemos Pym. Nos ven como animales—confesó, sus dedos treparon un poco más por mi rostro para atrapar un mechón de mi cabello y ocultarlo detrás de mi oreja con una leve caricia—. Somos más que eso, tú lo dijiste.
Ellos son humanos, eso dije, y todavía lo mantenía firmemente sin negarlo. Y claro que lo eran, aún si negaba ese hecho, su misma apariencia e inteligencia, y esa humanidad que destacaba en Rojo, eran la respuesta. Asentí, sintiendo el desliz de sus dedos dibujando mi mejilla, y cayendo sobre ella hasta guiarse lentamente a mi mentón, el cual tomó.
— ¿Sabías que preguntaría de las feromonas? —al preguntar, la mano de Rojo rodeó mi cintura y la pegó con una rotunda fuerza a su cuerpo, sorprendiéndome y robándome un jadeo cuando con ese movimiento mis caderas inevitablemente se menearon contra su miembro. Mis manos no tardaron en posarse sobre su pecho casi por encima de sus hombros, y mis ojos ponerse sobre los suyos y leer lo que en ese momento él proyectaba en su silencio.
Estaba contemplándome, o eso parecía por lo tan atento que estaba observando cada centímetro de la piel de mi rostro, repasándola sin cansancio una tras otra vez, parecía dibujarme en su memoria, y tal vez, en otra parte de su cuerpo. Su alma.
—No estaba seguro, y aún si no me preguntabas yo te lo aclararía—replicó con calma. Sus ojos se detuvieron únicamente en mis labios, esos que formaban una larga línea severa—. Deseaba aclararte mis sentimientos otra vez, más que ninguna otra cosa.
Con eso consiguió el vuelco en mi corazón, y el regreso de este golpeando aceleradamente contra mis pulmones.
—Llevas diciendo lo mucho que te gusto desde la primera vez que intimamos—me dispuse a recordar para no sentirme perdida por la forma tan hambrienta en la que empezó a contemplar mis labios, como si tuviera ganas de probarlos y consumirlos, más que cualquier otra cosa en la vida. Entonces él levantó su mirada, esos orbes carmín tan fúnebres y tenebrosos como sus escleróticas negras, era sin duda una escalofriante mirada llena de un misterio enigmático y una inquietante hermosa.
— Después de lo que él dijo, tenía miedo de que pensaras que solo me gustaba tu cuerpo— soltó pausadamente—. Me gustas tú, todo lo que te hace ser Pym me gusta mucho.
Tenía razón. Llegué a creer en ese pensamiento, sin lugar a duda, pensando en que Rojo solo quería mi cuerpo, después de todo él también lo había dicho, pero al final sabía que algo estaba muy mal, y eso se debía al miedo que Rojo tenía de hacerme daño.
Me quería, aún antes de que se confesara minutos atrás ya lo sabía. Inevitablemente sonreí, no una sonrisa larga, sino diminuta que él pudo contemplar perfectamente, dándose cuenta de que su confesión había provocado esa emoción que no solo estiró mis comisuras de felicidad sino que se resguardó en el interior de mi estómago, en forma de un ligero cosquilleo.
—Pero no te mentí—soltó, con esa repentinamente ronca. En ese segundo, no supe a lo que se estaba refiriendo exactamente.
Con su brazo en mi cintura, apretando mi cuerpo en un agarre seguro, su otro brazo desocupado se apoyó sobre mi espalda, por un momento pensé que llegaría a abrazarme y estaba a punto de rodearlo nuevamente del torso con el mismo deseo hasta que sentí como me apretaba más contra su cuerpo logrando que no hubiera espacio alguno entre nosotros, logrado también que nuestras caderas se chocaran y su miembro todavía dentro de mí, volviera a moverse.
Instantáneamente en que se abrieron mis ojos con sorpresa al sentir su cadera menearse contra mí, en movientes en los que el placer comenzó a contraer los músculos de mi vientre contra su miembro, esos dedos de la mano apoyada en mi espalda baja, rebuscando sobre esa área, traviesamente, para entrometerse debajo de mi sudadera y acariciar la sensible piel resguardada. Su toque tan deliberado y sin intensión de detenerse a buscar más piel que acariciar, alzó mucho mi mentón, mis rodillas se debilitaran.
Me sostuve de su pecho al sentir como sus yemas aprisionaban el seguro de mi brasier, y entonces, no solo sentí como esa prenda interior era desabrochada, sino que sentí la punta de su nariz rozarse contra mi sien y bajar tan suavemente, pulgada por pulgada hasta erizar las vellosidades de mi cuerpo. Se acurrucó en mi cuello, e inhaló violentamente como si quisiera que el aroma de mi piel, se grabara en su interior.
Dios, no, estaba segura de lo mucho que apestaba después de todo lo que había sudado. Ese, definitivamente no era un buen aroma. Estaría pidiéndole que dejara de inhalarme, pero la forma en que su nariz rozaba esa parte de mí me tenía fascinada.
De pronto, chillido de sorpresa salió exclamado su nombre de mi garganta cuando todo mi cuerpo saltó y se contrajo hacía el suyo al sentir esa enorme mano abandonando la piel de mi espalda para deslizarse sobre una de mis nalgas y apretujarla en su enorme palma. Y lo que nunca espere, fue escuchar esa risa baja, endemoniadamente ronca y desquiciadamente enigmática chocando contra la piel de mi espalda baja.
Su risa tan aterciopelada que dejó mi mente en alguna parte de la habitación y hundió mi vientre en profundas cosquillas calientes.
¡Cielo santo! El aliento se apresó en mis pulmones junto con un ahogado gemido cuando ni siquiera se detuvo para que sus dedos se aclaran sobre mi glúteo derecho, y la masajeara mientras con su otra mano tomándome de la cintura en una sutil presión, comenzaba a moverme sobre su miembro, ese al que noté creciendo más en mi interior, hinchándose más que con anterioridad.
Eso me desoriento a la misma vez en que me hizo alucinar con las sensaciones tan magnificas que construyó con cada meneo sobe aquella largura y textura.
Comencé a respirar con complicación entrecortadamente, y no a causa de cada movimiento de sus dedos amasando mi glúteo, sino por la manera en que me meneaba contra él, sintiendo su miembro salir y entrar en mi interior de una manera tan deliciosa que nubes bajaron a nublar mis pensamientos.
La piel de mi rostro comenzó a arder, así como el corazón dio unos buenos vuelcos para escavar sobre mi pecho aceleradamente. Nunca esperé eso, ni siquiera imaginé la forma en que reaccionaria mi cuerpo.
—Me gustas tanto, así como también me gusta tu cuerpo, Pym. Es inevitable, me encanta probarlo—ronroneó entre besos, chupó y lamió, y volvió a cometer el acto en diferentes trozos de piel de mi cuello sin permitir que su mano dejara de acariciar el mismo lugar de mi trasero—. Descubrir cada rincón de él y sentir como te estremeces cuando lo toco, es inevitable.
Maldije. Las fuerzas amenazaron con espantarse de mi cuerpo, al igual que lo último que quedaba de mi razón cuando los deliciosos meneos sobre su regazo, y esa mano contrayendo mi glúteo inundaban de deseo mi cuerpo cada segunda más.
—Eres deliciosa, por dentro y fuera—soltó roncamente, otro gemido amenazo con salir de mi garganta cuando en un movimiento veloz apartó el cabello de mi hombro para que su lengua tuviera más acceso a mi cuerpo—. Quiero perderme en ti, pero más deseo que te pierdas en mí.
Sus palabras ardieron sobre mi piel, indudablemente se deslizaron por toda ella hasta concentrarse en mi vientre con un florecimiento estremecedor, aumentando la tensión de mis músculos que envolvían su miembro con cada vaivén. Las chispas del placer comenzaban a alumbrar en todas partes de mí.
—Estas usando tus feromonas...para hacerme el amor—apenas pude decirlo, y tuve suerte de no trabarme cuando ahora era su otra mano la que levantaba más la sudadera conforme subía por mi costado para llegar a mis pechos cubiertos de la prenda interior suelta.
Dejó mi cuello, así como sus manos dejaron de toquetear mi cuerpo para apoyarse en mi cintura, y se incorporó, solo para dejarme apreciar el deseo oscureciendo su mirada salvajemente. Aun si no mirara esos ojos, y la forma en sus labios se movían deseosos de acometerse contra mi cuerpo, sabía lo mucho que estaba deseando poseerme, hacerme suya, ni siquiera hacía falta una respuesta para saber que anhelaba hacerme el amor, y podía decir lo mismo de mí. Lo deseaba mucho en este momento.
De un segundo a otro, mis pensamientos se volvieron humo al sentir esas manos tomando mi rostro, impulsándome hacía él, hacia esa carnosa boca deseosa de poseer la mía con una fuerza indomable y una rapidez en la que empezaba a perderme. Saboreó mi boca robándome la respiración, produciendo un sonido excitante al chupar mis labios como si fueran el postre más delicioso que hubiera probado.
Ya quería imaginar cómo se escucharía ese sonido cuando me chupara entera.
Ladeó su rostro para tener más acceso a mi boca, sintiendo ahora su lengua emerger en mi interior, colonizar cada diminuto rincón de mi cueva bucal, degustando mi sabor al soltar leves jadeos que terminé tragando de él, necesitada de más.
Rompió el contacto y con ello casi se llevaba un reclamó mío al terminar el beso justo cuando mi lengua iba a empezar a danzar sobre la suya, con ganas, con muchas ganas. Sin embargo, cuando abrí los ojos, ese reclamo se acalló, desapareció con el solo deleite de su mirada. Mi lengua podía esperar, porque estaba segura de que alga más delicioso, estaba a punto de acontecernos.
—Quiero que el amor nos haga uno—Sus palabras me alucinaron, no creí que Rojo fuera capaz de soltar frases tan profundas que terminaban encantándome, hipnotizando mis sentidos—. Te lo dije, eres la mujer que me tiene de esta manera— pronunció cada palabra con esa roca y bestial tonada, conforme esas manos levantaban mi sudadera, supe lo que quería hacer y no tardé en levantar mis manos para que esa prenda desapareciera de mi cuerpo.
La lanzó al suelo, sus manos volvieron a mi cintura desnuda—, esa misma que se movía en una clase de danza conforme me meneaba sobre él con lentitud—, donde sus dedos se moviera para acariciar la piel, así mismo, vi como esa mirada hambrienta, contemplaba mi abdomen plano, y lo recorría, subiendo hasta mi pecho donde sus colmillos mordieron su labio inferior y donde su pecho se desinfló en un suspiro largó. Sus dedos pellizcaron las asas del sostén, para deslizarlas con una lentitud tan cruel de mis brazos y sentí como mis huesos desearon encogerse para que salieran de una vez por toda. Pero, conformé esas tiras avanzaban y caían de mi cuerpo, ese par de orbes carmín disfrutaban cada trozo de piel que la prenda liberaba frente a sus ojos.
Disfrutaba el panorama que le daba cada pulgada de piel de mis pechos, hasta dejarle contemplar libremente mis areolas, aquellas que, una vez que esa prenda interior estuvo fuera de mi cuerpo, sus dedos no tardaron en cubrir. Y la piel frágil de mis pechos con su caliente piel hizo que mis pezones endurecieran y mi vientre saltara de deseo, y ese gemido se construyera en mi garganta a punto de salir de mi boca.
Sus pulgares juguetearon con mis areolas, haciendo que mis pulmones se apretaran resguardaran el oxígeno. Rojo se inclinó, mi boca se abrió mucho, arrastrando aire con sonoros jadeos a causa de la contracción de la piel de mi pecho derecho, donde esa boca se había hincado para envolverlo y saborearlo, su mano se posó en mi espalda para mantenerme en esa misma posición y evitar que me moviera un centímetro lejos de él, aunque no quería. Por supuesto que no iba a moverme.
Gemí, no una ni dos veces al aire, era desquiciador sentir su lengua y todavía ese roce excitante de sus colmillos. Lamía, saboreaba, eran acciones que aunque repetidas, multiplicaban todo tipo de sensaciones desenfrenadas que contraían mis músculos.
Instantáneamente todo giró a mí alrededor cuando él se movió con brusquedad, de repente dejándome a mí de espaldas contra el colchón y a él sobre mi pequeño cuerpo apartando sus enrojecidos labios de mi pecho a la misma vez que salió de mi interior, dejándome desorientada.
— Si llego a lastimarte, pídeme que pare—su voz se escuchó envuelta en deseo, pero no más que mis neuronas a punto de colapsar al sentir la punta de su miembro siendo acomodado contra mi entrada—, porque será duro... como en la ducha.
Eso me gustó mucho.
Sabía de qué forma iba a terminar tomándome Rojo.
Y la deseaba... con locura.
—Quiero que sea así—aquellas palabras que desbordaron de mis labios parecieron gustarle mucho cuando le vi morder su labio inferior. Se inclinó solo para depositar un casto beso en mis labios. Y lo sentí, lo sentí al fin.
Todo mi cuerpo estalló de placer cuando se empujó, y la rotunda fuerza que hizo para penetrar mi interior, empujó también mi cuerpo a recorrer un poco más del resto del colchón de la cama detrás de mí. Mi ser entero se gozó con el gritó que soltamos al unísono, ese grito ronco y de felicidad cuando al fin nuestros cuerpos que ardían de necesidad uno por el otro, estuvieron unidos.
Mi vientre no tardo en abrazar su miembro con tortura, y Rojo no tardó en apretarme la cadera con sus grandes manos para acomodar sus piernas un poco bajo mis piernas que igual no tardaron en abrazar un poco su cadera, no esperó un segundo más para salir y penetrarme con esa intensidad entrañable en la que sufrí un colapso mental, mi uñas se apretaron contra las sabanas, deseando romperlas al sentir toda esa tensión placentera rasgando los músculos de mi vientre, arrancándome gemidos llenos de un entrañable placer, arrancándole a Rojo gruñidos del dulce y doloroso placer que había estado soportando todo este tiempo.
Todo mi ser estaba regocijándose con sus acometidas, una tras otra nuestras donde nuestras caderas golpeaban produciendo un esquicito sonido.
Aceleró sus acometidas de una manera que no creí que fuera a suceder o pudiera suceder. Mis uñas crispadas se aferraron a sus omoplatos una vez que mis brazos le rodearon como fuera posible por la espalda con la necesidad de abrazarme a él, hundiendo nuestros calientes pechos en un apretado acto.
Traté de cerrar la boca, pero no pude hacerlo de tanto que mi garganta se contraía soltando sonidos para llenar la habitación de miseria y placer, el mismo placer que él demostraba con sus gemidos roncos y gruñidos desesperados, esos que mi cuerpo saboreaba con locura. Y mientras sentía como mi interior se llenaba de él, como me hacía suya con tanta efusividad, como nuestros cuerpos producían un esquicito sonido para llegar al final del cielo, juntos, la habitación se llenó de todo tipo de ruidos.
Comencé a temblar, todo mi cuerpo a convulsionar de exagerada e inevitable forma, cada zona muscular contrayéndose con demasiada fuerza a causa de las embestidas rotundas de Rojo llenaban mi cuerpo de tensión, un tensión que gritaba por su liberación.
Me perdí, me sentí enloquecer con cada segundo más, ya no supe en que momento dejé de ver aquellos orbes carmín contraídos en placer, para clavar la mirada únicamente en el techo sombreado detrás de él, no podía concéntrame en nada más que la manera en cómo se movía y la madera de la cama chillaba con las acometidas rítmicas de Rojo.
Se me estremeció con rotunda fuerza el cuerpo entero cuando, con sus desquiciantes embestidas siguientes en los que toda mi piel ardió como si de fuego se tratase, ambos nos deshicimos en un fuerte gemido de nuestro orgasmo, un sonido extasiado que apostaba a que había explorado por debajo de la puerta de la habitación.
Soltando un gemido más ronco con las últimas contracciones placenteras que dieron mi vientre, y no por la manera en que el cuerpo de Rojo siguió meneándose con lentitud hasta conseguir la última pisca de nuestra dulce liberación, sino porque le sentir correrse en mi interior.
Y a pesar de esa debilidad que me hizo temblar y volvió mis músculos en agua con la amenaza de desplomarme y perder mi conciencia, abrí mis ojos en grande, sintiéndome arraigada al darme de que se me habían olvidado los condones en la mesilla.