Me sentí como si estuviera a punto de desenvolver el regalo más atroz y aterrador de la faz de la tierra. Obligada por las circunstancias a abrirlo y tomarlo entre mis manos para experimentar de él pese a lo mucho que no quería. Conocer lo que era todo ese misterio que se resguardaba en su interior, y que bien sabía que terminaría atormentándome más de lo que ya estaba.
Mis piernas no pararon de moverse, de acercarse cada vez más a ese interminable corredizo.
Cuando la alarma sonó y la voz computarizada anunció la apertura de la puerta 13. Mi corazón amenazó con salir huyendo. Estaba atónita. Creí que ese monstruo estaría ahí, del otro lado. Creí, que la puerta en realidad no se abriría, que solo se desbloquearía, y también pensé que podía volver a bloquearse. Pero nada de eso sucedió.
Primero, no estaba el mensaje que salía siempre que la voz femenina alertaban un intruso. Segundo, la puerta se abrió y no sabíamos cómo cerrarla. Y tercero, ese experimento deforme no estaba ahí.
Y además, la neblina no era neblina, ni mucho menos humo, era gas. Mientras más nos adentrábamos al corredizo, mucho fue cambiando, empezando por el techo que varios metros atrás era todo plano y en este momento estaba lleno de tuberías y un par de ellas estaban rotas. Por ellas escapaba todo el gas.
Su olor era desagradable y en veces irritaba la garganta hasta hacerme toser, pero era respirable y con el tiempo, tal vez, me acostumbraría a él. La cosa era que no se sabía que tan toxico era, o sí solamente era un simple gas. Por lo tanto mantenía el cuello de mi suéter haciendo presión contra mi boca y nariz.
Otro problema era lo mucho que el gas ocultaba el otro lado del pasillo, así ni siquiera podía saber que era lo que se esperaba del otro lado. Por otro lado, también estaba la iluminación que cada vez era menos, oscurecía un poco más nuestro entorno, y no dejaba de parpadear.
Miré a Rojo 09. Él de vez en cuando cerraba sus parpados enrojecidos unos segundos y movía su cabeza a los lados con agilidad. El misterio era saber qué tanto estaba mirando a través del gas.
Me mantenía con la atemorizante curiosidad en todo momento, ya que yo caminaba a ciegas, y él tenía la capacidad de mirar las temperaturas de un cuerpo. Un don que seguramente para quienes trabajaron aquí sería algo normal, pero para alguien como yo que no recordaba lo que hacía en ese lugar, era un nuevo descubrimiento. Perturbador. Desconcertante.
Todavía no me acostumbraba a nada de él. Pero era útil. Sin él, seguramente no sobreviviría por mucho tiempo.
— ¿Hay otro experimento? —mi voz se escuchó ahogada a causa de la tela en mi boca. Lo miré fijamente, su escandaloso perfil y ese cabello alborotado.
—No— respondió, y quedé ensimismada al ver como su manzana de adán se marcó cuando habló. Abrió sus orbes rasgados y los entornó a mí, atrapándome con las manos en la masa de que lo había estado contemplando este tiempo—. No hay peligro.
Pestañeé, quise golpearme la cara cuando me di el tiempo de volver a reparar en todo su aspecto. No lo estaba haciendo con malas intenciones, sino que todavía no podía creer que fuera creado con un físico como ese.
—Menos mal— suspiré y asentí débilmente, tomando la seguridad de sus palabras para luego, darme cuenta, que él me estaba mirando de la misma manera en que lo hice.
Apresurar mis pasos en grandes zancadas sobre el corredizo. Él dio alcancé con la mirada entornada en mí. Traté de ignorarlo, porque mirarnos no era lo más impórtate aquí, sino sobrevivir. Pero era inevitable que cada parte de mi ignorara esa rasgada mirada que estiraba mis nervios, uno tras otros hasta hacerlos añicos.
— ¿Sigue sin haber nada? —Mi lengua estuvo a punto de trabarse y agradecí que no fuera así. También agradecí que por fin retirara sus ojos de encima de mí, para que todo mi cuerpo se relajara.
—Sí.
Conforme nos adentrábamos cada vez más, fui notando que el volumen del gas disminuía. Disminuía tan progresivamente que llegó un momento en que mis pies se endurecieron.
Pestañeé para aclarar el panorama sombrío, apenas claro. Habíamos llegado a un lugar más espacioso y rocoso. Parecía que recorríamos una enorme imitación de cueva, y a nuestro alrededor, se extendían cientos de pasadizos, contando el que acabábamos de salir.
Miré debajo de mis pies cuando toqué algo delgado y duró. Me llevé una gran sorpresa cuando encontré que estaba pisando nada más y nada menos que unas vías de tren. ¿Por qué había algo así aquí? Seguramente para transportar materiales pesados o... ¿personas? Las seguí, era curioso que cada par de vías se separaran e cada entrada de los corredizos. Y en la entrada de uno de todos ellos, me llamó mucho la atención un tipo de carro metálico sin techo y puertas. Solo tenía piso, asientos y llantas conectadas a las vías.
Quise acercarme y tocarlo, pero me detuve...
Una clase de viento sopló desde alguna dirección por encima de nuestros cuerpos repentinamente. Quedé un poco anonada sintiendo como esa frescura escalofriante se mesclaba en la piel de mi cuerpo. Apreté las tontas tijeras en mis manos y volteé a mirar a Rojo nueve que se mantenía junto a mí. A diferencia de mí, que mi cuerpo temblaba de inseguridades, el de él era inmune al miedo, prácticamente no tenía ni una sola pizca de duda.
— Son tantos caminos, ¿cómo sabremos cuál tomar? — susurré más para mí que para él. Teníamos muchas posibilidades, todas a fin de cuentas, llevaban al peligro.
Debíamos tomar una decisión hacia dónde ir, podíamos tomar cualquier otro pasillo para encontrar una salida. O regresar al laboratorio y esperar un poco más a los del área naranja, pero si hacíamos eso, quien sabe cuántas puertas se abrirían y lo que deparaba del otro lado, también, que si esperábamos y ellos no llegaban, nada nos aseguraba del pasillo 13 un experimento apareciera otra vez.
Sí, la mejor posibilidad era sobrevivir a toda costa. Y no quería quedarme en el laboratorio más tiempo sabiendo que cuando una puerta se desbloqueaba, no podía bloquearse otra vez, y todavía y sabiendo que se abriría sin poder cerrarse.
— ¿Puedes ver calor?— quise saber, pero me arrepentí de inmediato cuando al entornar mi rostro en su dirección, vi la forma en que se giraba a cada lado, con los parpados cerrados y los brazos tensos, y sus dedos engarrotados. Y lo supe, aunque esperaba equivocarme—. Dime que no.
—Sí.
Respiré hondo y detuve en mi pecho el oxígeno, revisado enseguida cada pasadizo del que se desataba un atroz silenció. ¿Cuántos de todos ellos estarían libres? ¿Y si estábamos atrapados? El miedo comenzó a invadirme como pequeñas hormiguitas picándome la piel.
—Podrían perseguirnos.
— ¿Por qué? —escupí la pregunta desorbitada casi instantáneamente. Vio una vez más y, finalmente abrió sus ojos, clavándolos especialmente en mi cuello, justo donde su lengua había saboreado. Segundos después en que dejó todo mi cuerpo rígido, subió por todo ese trayecto hasta depositar su mirada en mi mentón.
Tragué fuerte cuando vi su lengua lamerse sus labios como si... No podía ser posible, ¿estaba recordando el sabor de mi piel? ¿Por eso se los lamió?
—Ellos podrían seguir el aroma de tu piel o tu temperatura, o podrían escucharnos—Sus palabras me desinflaron—. Aunque no sé si todos tendrán el olfato desarrollado, visión térmica o el oído desarrollado como yo, pero sé que algunos lo tienen, incluso pueden sentir nuestros movimientos sobre el suelo...
Sus palabras aceleraron mi corazón, me llenaron de inseguridad hacia él, miedo. No miedo por lo que dijo, sino por como lo dijo, como si estuviera nuevamente reteniendo su impulso, y ese apretón de sus puños y la mirada sombría, me lo aclararon. ¿Tenía hambre otra vez?
— Pe-pero, no están viniendo hacían noso...— hice una pausa donde carraspeé para encontrar mi voz—. No están viniendo hasta aquí, ¿verdad?
Su cabeza se movió tenuemente en negación:
—No. Están apartados por ahora—explicó cortando la conexión ente nuestras miradas—. No dejaré que nadie te lastimen, menos me permitiré lastimarte.
Lo miré fijamente, analizando su gesto, sus palabras. Estaba claro que, si al recordar el sabor de mi piel ponía esa cara, jamás lo olvidaría. Y el impulso de querer morderme seria mayor. ¿Cuánto tardaría para tener más hambre?, ¿y que tendríamos que hacer para que él comiera? ¿Y si no comía cuanto soportaría no morderme? Sentí una fuerte frustración. No quería imaginarlo.
No, ni siquiera debía imaginarlo. Por ahora teníamos que concentrarnos en encontrar a los otros o un lugar seguro, después encontrar una manera de que Rojo calmara su hambre y no quisiera comerme.
Sacudí la cabeza no en negación sino para que la imagen de él lamiendo sus labios, saliera de mi cabeza.
— ¿Cuales son seguros? — pregunté acallando mis pensamientos con un sabor amargo en la punta de mi lengua.
—Siete—Él señaló los pasillos, uno por uno. Me pregunté hacia dónde llevaban y que idiota fui al no darme cuenta que, en uno de las paredes que separaba un corredizo de otro, había un maldito mapa de este lugar. Pero claro, con esta luz, apenas se notaba.
Me lancé a correr, y lo examiné llevándome una disgustada sorpresa. Toqué la parte superior que se nombraba como exterior, y luego la parte inferior que se clasificabas como el interior del lugar en el que estábamos, a muchos, muchos metros de la superficie.
Todo esto era la estructura de un laboratorio subterráneo. ¡Subterráneo!
—Estamos atrapados— exhalé las palabras y golpeé el mapa con mi puño—. Estamos bajo tierra—dije entre dientes, deteniendo mis impulsos de gruñir—. Bajo tierra.
Seguí analizando lentamente las estructuras internas, buscando un espacio igual a la que ahora mismo estábamos. Conté quince con la misma estructura del lugar en el que estábamos parados. Llevaban a más áreas y zonas que no se nombraban como los colores, sino con numeraciones y letras del abecedario.
Dios santo.
Entre más veía más sentía que era una clase de ciudad subterránea, solo que con el nombre de Laboratorio subterráneo centran de genética artificial humana—animal. Tenía muchos pasadizos, oficinas, almacenes, comedores, incluidas recamaras y baños. Cientos de túneles que conectaban a otros como si fuera una clase de laberinto.
¿Genética artificial? De reojo vi a Rojo nueve, rápidamente observé todo su cuerpo: desde la punta de sus descalzos pies hasta la cabeza. Creí que sería un laboratorio que se dedicaba a crear experimentos enfermeros o algo referente a la salud. Pero era todo sobre genética, por lo que se dedicaban a otras cosas. ¿Sí los del área roja eran enfermeros, los de las otras área qué eran?
—Aquí esta—señalé con mi índice el área naranja como si hubiera encontrado un baúl de los tesoro, pero esa emoción cayó en picada cuando me di cuenta que el baúl no tenía tesoro—. Ahora entiendo porque se tardaban tanto.
Miré la separación de un área a otra, era tan larga que llevaría incluso, tal vez, medió día llegar aquí. Por eso estaban las vías de tren o de transporte. Era efectivamente lo que se utilizaba para transportarse de un lugar a otro.
Qué lugar más... horrible.
Repasé los corredizos del mapa en el lugar donde estábamos. Según lo dibujado, nos encontrábamos en la parada de transporte número doce. Eso lo explicaba más. El área roja era la segunda área más apartada de todas las demás.
La primera lejana — y más cercana a nosotros—, era el área verde. Ahora bien, los túneles llevaban un número sobre ellos. Esas clasificaciones nos daban una pista del camino que llevaba a cada parte del lugar. Encontré rápidamente la del área naranja y busqué los números de cada corredizo hasta encontrar la numero 5.
—Vamos por esa—solté precipitadamente, y cuando estaba a punto de lanzarme a correr, la mano de Rojo nueve, me detuvo.
De un jalón me devolvió al lugar donde antes estaba. Le clavé la mirada cuando su agarre se volvió un poco más fuerte, pero me estremecí tan pronto cortó la distancia entre nosotros con un par de pisadas.
El terror me rasgó las entrañas con el recuerdo del laboratorio. Su agarre en mis brazos era el mismo que hizo cuando se echó sobre mí, poco faltaba para que recreara la escena por la forma en que me miraba.
— ¿Qué harás?— pedí saber. Él notó rápidamente la forma en que lo miraba, y me soltó, apartado sus manos y desviando la mirada al corredizo 5.
—No es seguro—espetó, su comisura izquierda tembló—. Interceptó muchas temperaturas en los primeros diez números.
¿Muchas temperaturas? No imaginaba sus tamaños o físicos y tampoco quería hacerlo, seguramente serían mucho peor que el último que vimos. Asentí, entendiendo el peligro y entorné la mirada al mapa, buscando túneles que conectarán hacia la misma zona naranja.
—Tenemos que irnos— Mi respiración amenazo con detenerse cuando lo escuché—. Uno viene en camino.
Un frio aterrador se paseó de mi columna hasta mi nuca con un cosquilleo que logró que hasta el último de mis cabellos se pusieran en punta. Miré el corredizo que él señalaba y le di una fugaz mirada a su interior, no encontrando nada más que el terrible silencio.
— ¿Cuál de todos estos están libres? —pregunté rápidamente, señalando cuatro de ellos.
Él apuntó al único libre que era el que tenía el tipo de coche con asientos pequeños, no dude si quiera en correr a él confiando por completo en su palabra, ¿pues qué más me quedaba? No había nada más que sobrevivir. Mientras me acercaba examiné el transporte que estorbaba la entrada al túnel. Tuve la idea de utilizarlo para que nos ahorrara un largo camino pero... Me mordí la lengua cuando encontré partes de un cuerpo mutilado en el suelo de este.
Podía quitarlas, ese no era un problema. Pero golpeé una de las barras metálicas que se utilizaban para sostenerse durante el transporte, y el sonido hueco, recorrió instantáneamente todo el lugar, alargándose cada vez más en los pasillos con un eco escalofriante. El ruido por estos túneles viajaba rápidamente, ¿y sí atraía más experimentos? Entonces no era buena idea utilizar algo como esto porque no se sabría cuánto ruido provocaría encenderlo ni mucho menos andar sobre las riendas.
Quería encontrarme con todo, menos experimentos que quisieran devorarme.
—Va-vamos.
(...)
Habían farolas estrelladas, alguien o algo las había quebrado, y las muy pocas que aún quedaban en el techo estaban dañadas. Iluminaban en un par de pestañeos y, se apagaban, oscureciendo todo a nuestro alrededor por más de un minuto, de hecho, cada vez más, tardaban en encender.
El túnel aparentaba no tener un final, y con la poca luz no podíamos ser capaces de saber hacía donde caminábamos o si había otro túnel a nuestros lados. Así que como guía, utilizábamos las riendas para encontrar los pasillos que llevaban a las habitaciones. Esas eran el principio para poder llegar al área naranja.
Un frio inestable subió desde las planta de mis pies hasta mis rodillas debilitándolas. Las luces ya no encendieron esta vez.
Tragué con fuerza y no dejé de caminar en tanto escuchaba ese goteo que era el único sonido en alguna parte del túnel. Por instinto, giré la cabeza entornándola al lado donde debía estar Rojo nueve, pero la oscuridad era tanta que ni siquiera podía sentirlo.
Su presencia, entre tantas tinieblas, parecía que dejó de existir. Seguía a mi lado, ¿verdad? Porque tampoco escuchaba su respiración.
Extendí— más por temor que por curiosidad—, mi brazo a la derecha con la intención de encontrarlo. No paso mucho cuando su mano atrapó los dedos de la mía, encogiéndome los músculos de un susto. La aparté de inmediato cuando sentí la fuerte presión de su calor al rodear mi muñeca, y abracé mi cuerpo para encontrar el calor que perdí con su roce de piel.
No sabía si sentirme aliviada o preocupada porque solo eran unos centímetros lo que lo apartaba de mí. ¿A quién engañaba? En realidad, esta vez me sentía más aliviada.
— ¿No ves nada? —Con la pregunta me refería a las temperaturas corporales. Aunque también me preguntaba si miraría en la oscuridad.
—No— respondió sin más, su voz ronca y grave terminó desaparecieron a causa del constante goteo.
— ¿Puedes mirar en la oscuridad? —curioseé.
—No.
Algo suave y fresco rodeo por encina de mi calzado, quedé en shock un segundo antes de caer en cuenta de que solo se trataba de agua. Agua en el suelo, pero, ¿por qué había agua? Debía de haberse roto alguna tubería de agua por este rumbo pero eso no explicaba cómo es que mientras más recorríamos el túnel, la presión del agua subía más.
Eso era extraño.
Que hubiera agua no me molestaba, de echó podía ser una gran idea para amortiguar el sonido de nuestros pasos o golpes. Pero que empezara a cubrir por encima de nuestros muslos, me preocupó. Minutos atrás solo eran nuestras pantorrillas. Era como si estuviéramos bajando, como si el túnel nos llevaba a hacia una profundidad diferente en la que actualmente ya estábamos. Esa era la única manera en que podía explicarse como subía el agua.
De un segundo a otro, casi la mitad de mi cuerpo quedo hundido repentinamente bajo la fría agua cuando mis pies dejaron de sentir las vías y cayeron varios centímetros más abajo sobre otro piso. Traté de no enloquecer con el vértigo que empezaba a cosquillar en mis huesos y proseguí, esperanzada de que el agua no subiría más o que los escalones tuvieran un maldito final porque el frio del agua empezaba a cubrir mis costillas, poco faltaba para que lo hiciera con mi pecho.
Largué un suspiro de alivio al saber que mis propios pensamientos se habían cumplido cuando mis pies tocaron un piso plano y firme. Escuché un chapuzón detrás de mí que me puso alerta, solo hasta que el roce de Rojo me hizo saber que había sido él, adentrándose al agua con una fuerza que hizo que esta se ondeara sobre mi espalda.
— ¿Qué pasa si no tiene fin? —se me ocurrió preguntar entre tanto caminábamos—. Todo está oscuro, hay mucha agua, no hay una salida todavía, esto empieza a preocuparme.
—Tienes miedo.
A pesar de que no era una pregunta, respondí:
—Sí. Me estoy sintiendo un poco arrepentida, sí—Abracé mi cuerpo a causa del nuevo frio, y se me escapó un tirite—. Esto se está poniendo cada vez más peligroso.
El agua estaba helada. Helada hasta la santa medula.
Noté pronto cuando alcé la mirada, que una farola en el techo de tubos intento encenderse por nuestra presencia, pero terminó enrojeciendo y... explotó. Eso me tomó por tanta sorpresa que di un respingón hacia atrás con los brazos a punto de cubrirme la cabeza, aunque la explosión había sido un par de metro de lejanía.
Los cristales golpearon el agua sin provocar sonido alguno, hundiéndose hasta tocar fondo. Cuando el silencio volvió, más fuerte que antes, comencé a sentir una fuerte opresión, y un terror que poco a poco escarbaba más en mi cuerpo.
Podía soportar el silencio en el laboratorio, pero no aquí, sabiendo que cualquier monstruo podía aparecer de un momento a otro porque no había ni una sola puerta bloqueada que nos protegiera ahora.
—Caminemos más rápido—musité, aceleré mis pasos con desesperación, moviendo más el agua alrededor.
Me acerqué hacía una de las paredes, quería sostenerme de algo porque el agua comenzaba a pesar mis piernas, y si bajábamos más escalones, necesitaría de donde sostenerme para empujarme. Pero tan pronto di unos paso al otro lado de donde Rojo estaba— donde se suponía que debía haber una pared también—, y un ahogado chillido de arrepentimiento salió de mí garganta al momento de hundirme hasta el cuello.
El cuerpo se me movió contra mi voluntad por una corriente de agua inesperada que me arrastro hacía ese mismo lado. Hacia otra nueva entrada de túnel.
Con los ojos bien abiertos y los brazos exaltados, busqué como darme la vuelta y encontrar donde sostenerme, porque era mucho más hundo este túnel que en el que estaba hace un momento. Sacudí los pies debajo del agua y mi mano de tanto menearse, atrapó algo duro de lo que me aferré para girar y regresar a los escalones.
— ¡Tenemos que volver!— traté de hacer lo posible por no gritar. Pero, ¿cómo no hacerlo cuando parecía que estábamos atrapados? Busqué a Rojo con el otro brazo, necesitaba su ayuda para encontrar los escalones. Necesitaba que no se apartara de mí— Tenemos que volver ahora mismo. Esto es una mala idea. Tomemos otro túnel.
Las manos de Rojo nueve me alcanzaron con agilidad y rotunda facilidad, tomándome de la cintura y devolviéndome a la profundidad del agua de la que ya mismo quería salir. Que me rodeara y me atrajera a su cuerpo de tal modo que mi espalda presionara con su pecho, y mi trasero con su entrepierna, me dejó azorada y alterada.
— ¿Q-qué haces? —su mano presionó contra mi boca para evitar que alzara la voz. Solo entonces, supe que algo estaba poniéndose mucho peor que el agua subiendo de nivel.
Un sonido se escuchó. O no supe bien que era, la verdad era que casi no pude ponerle atención por la forma en que Rojo me tenía presionada, pero era más un quejido extraño alargándose entre el pasillo en el que nos encontrábamos ahora mismo, y que provenía a nuestra izquierda. Puse un poco más atención, y lo escuché con más claridad. Mi piel se escamo de solo pensar lo que sería.
Me removí para escapar, teníamos que hacerlo antes de que nos encontraran o sería demasiado tarde. Oh no, yo no quería que fuera demasiado tarde.
—No—su aliento rozo el lóbulo de mi oreja y parte de mi mejilla. Alejó su mano de mi boca y la coloco alrededor de mi estómago, todavía para tenerme en la misma posición—. Hay uno en este túnel.
Solté un fuerte jadeo antes de dejar de escuchar mi corazón latir.
— ¿Dó-dónde? — solté con la respiración atrofiada y los calambres que empezaban a contraer mi cuerpo a causa del frio.
—El agua cubrió su temperatura, ahora se está acercando a nosotros.
Un segundo se silenció todo, al siguiente, el rugido se volvió más potente. Ahora sí, si antes quería escapar de rojo, mis manos se aferraban a sus muñecas como nunca.
— ¿Q-q-qué haremos? — En mi mente solo estaba esa criatura, su acercamiento aumentaba cada centímetro más...—Hay que hundirnos, si el agua helada cubre nuestras temperaturas es...
Fui sepultada en la profundidad del agua con su propio peso, ahogando mis palabras en un espasmo. Apreté mi boca ocultando que más burbujas salieran de ella, pero era indudable, no contenía ni una sola pisca de oxígeno. No iba a resistir así, sin tomar una buena respiración. Seguimos cayendo, y traté de no sacudirme tanto en su abrazo que me mantenía apegada a su estructura física, hasta que sentí su inclinación sobre mí espalda y el doblez que hicieron sus rodillas para acomodarse a cada lado de mi cuerpo. Hice lo mismo sin esperar, doblé mis rodillas atrayéndolas a nosotros, y podía ser fácil, sencillo perdurar esa posición, sino fuera porque empezaba a faltarme el aire.
Una ola interna de agua golpeó nuestros cuerpos poco después de que el gruñido bestial se escuchara ahogado desde nuestro posición, fue cuando lo supe, ese experimento deforme estaba a pulgadas de nosotros.
Miré entre tanto oscuridad, buscándolo desesperada y aterrada, a la misma vez, por no poder ver absolutamente nada de él solo sentir esa presión del agua. Apreté el brazo del Rojo y atraje mucho más mis pies con el miedo de que rozaran con la monstruosidad.
Y, a pesar de que hacia lo posible por no moverme más, la ausencia de oxigeno empezaba a arderé en mis pulmones. Me comprimí en los brazos de Rojo y ahogué un chillido cuando supe que iba a abrir la boca. Y cuando no podía más, sentía quemarme, toqueteé el brazo de Rojo, torcí el rostro y como si pudiera verlo, le rogué con la mirada que me soltara, que su apretón me perjudicaba aún más.
No iba sobrevivir, pero seguramente él sí. O salía o me quedaba en el agua. O moría ahogada o moría en manos del monstruo, o... Una tercera opción brotó en mi mente antes de empezar a oscurecerse, porque no, no iba a dejarme morir, eso era lo último que quería. Lucharía para sobrevivir pasara lo que pasara.
Así que envié mis manos en busca del rostro de Rojo nueve y cuando lo tomé, estiré mi rostro tanto como pude para chocar mi boca con la suya y abrirla de tal forma que quedáramos unidos.
Robaría su oxígeno.