¿Alguna vez sintieron que un momento de su vida fue sacado de una película de terror?
Pues, la escena frente a mí era mi momento.
Mi cuerpo estaba comprimido ante los incesantes golpes de la monstruosidad del otro lado de la puerta. Las paredes vibraron, el sonido metálico comenzó a aturdirme, marearme. Traté de no respingar con las siguientes sacudidas, la verdad era que ni un solo segundo de los minutos que llevábamos observándolo, podía acostumbrarme a su asqueroso rostro.
—Romperá la puerta—musité entenebrecida.
—No la romperá— Estaba segura que de lo otro que no me acostumbraría, me sería a su voz. El tono final de su voz era casi como escuchar una hoguera crepitar. Imposible de olvidar.
El noveno dio más pasos a la puerta, sorprendiéndome. Por instinto, o tal vez por temor, lo detuve tomándolo del brazo, deteniéndolo de golpe.
—Espera, ¿qué harás?
Su rostro quedó clavado en mis dedos, y no hubo respuesta a mi pregunta, solo permaneció así, con una leve tensión en su cuerpo. Lo solté de inmediato sintiendo esa extraña advertencia en los nervios mi cuerpo, esa diminuta pero notable sensación escalofriante que se clavó en mi espina dorsal a causa de su movimiento rápido cuando lo rodeé del brazo con mis manos.
Nadie movía con esa velocidad su cabeza.
Tan solo dejé de rozar su piel, y su cabeza se estiró a esa misma velocidad que me dejó estremecida. Peor aún que tuve que pestañear cuando elevó la comisura izquierda de sus labios mostrando un poco de sus colmillos. No supe si era más una mueca o una queja cuando inclinó su cuerpo un poco hacía adelante y llevó su mano a la parte baja de su estómago. Su cuerpo comenzó a temblar y en ese instante en que estaba a una pulgada de tocarlo, se contrajo con fuerza y abrió tanto su boca que pensé que su quijada se rompería.
El gruñido de dolor que soltó, erizó mi piel, escupió sangre, gran cantidad de sangre embarrando el suelo bajo sus pies, y se dejó caer de rodillas deteniendo su cuerpo con el peso de sus brazos. Rápidamente, cuando vi como sus antebrazos amenazaban con doblarse, corrí a su lado, doblándome para rodearlo.
La mitad de su cuerpo se dejó recargar en mi costado derecho, su cabeza ni siquiera tardó en recostarse sobre mi hombro. Inquietándome con una rigidez dura. Teniéndolo así, pude escuchar como su garganta hizo un extraño ruido, rasgado y ahogado. Estaba respirando con fuerza y dolor.
—Respira lento— pedí, más asustada que antes. No comprendía que le estaba pasando, y quería saberlo. Solo no quería que se desmayara con una monstruosidad del otro lado de la puerta—. Por la nariz aspira y exhalar por la boca.
Sin saber qué hacer y cómo mantenerme en equilibrio por su gran peso, miré una vez más al monstruo. Sus ojos oscurecidos brillaban con malévola diversión hacía él. Incluso desde ahí fuera, parecía que estaba sonriendo, pero solo era la forma en la que sus pómulos rotos se fruncían hacia las mejillas.
Era horripilante.
Desvié la mirada de nuevo al Noveno, estaba mucho más tranquilo. Pero por la forma en que se recostaba sobre mí, parecía haberse dormido.
—Ey... — lo llamé.
La única respuesta que tuve...
Fue el monstruo volviendo a golpear la ventanilla. Oh Dios. Si seguía golpeando con esa desesperación y con esa rotunda fuerza, la puerta metálica terminaría cayéndose con pedazos de las paredes. Eso era seguro.
Mi corazón respingó en mi pecho cuando abrió tanto los labios a través de esos colmillos que pude ver una segunda lengua larga y delgada.
—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para solicitar acceso o bloqueo parcial.
Giré de inmediato a las computadoras repitiendo las palabras de la voz computarizada.
Bloqueo...
¿La puerta tenía que ser bloqueada, así el monstruo no entraría? Mordí mi labio, quería gritar con histeria pero me rehusé a solo un ahogado gruñido. Me empujé con mis rodillas para levantarnos una vez rodeado su torso por debajo de los brazos, no conseguí nada sin su ayuda.
—Vamos levántate—ordené. Volví a empujarnos y me pregunté por qué pesaba como si fuera plomo. Podía moverlo, pero solo unos centímetros, y tal vez podía arrastrarlo, pero con lo débil que sentía aún mi cuerpo, sería imposible—. Arriba. Levántate ya—insistí.
—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para solicitar acceso o bloqueo parcial.
No me quedé tranquila sino hasta que palpé sus mejillas y él respondió, moviendo su rostro y entornando el movimiento hacia la puerta.
—Tenemos que movernos—alerté—. A las computadoras, a la 13.
Su brazo desocupado volvió al suelo, se impulsó al igual que yo para ponernos de pie. Nos tambaleamos en cuanto empezamos a caminar regresando al área de las incubadoras. Le pedí que tuviera cuidado con los escalones que bajaríamos. Solo eran dos, pero era una bajada que con el desequilibrado peso de nuestros cuerpos terminarían haciéndonos caer si no teníamos el más mínimo cuidado.
—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para solicitar acceso o bloqueo parcial.
Entre los golpes del monstruo, el Noveno y su perturbadora voz robótica, me entró una gran desesperación que me hizo chillar en un grito:
— ¡Ya cállate!
Desesperada, di rápidamente una mirada al suelo y decidí inclinarme para dejarlo mejor junto a los escalones. Con cuidado y sosteniéndome de un mueble y él, doblando sus rodillas para ayudarme, dejó a su cuerpo tocar el suelo con la mitad de su espalda contra el respaldad de uno de los escritorios.
Lancé la mirada con desesperación a las computadoras, a sus pantallas. Primero las correspondientes a las incubadoras y después a las del otro lado. Eran tantas que mirarlas con rapidez me impedía ve alguna diferencia.
— ¿Sabes cuál es la trece? — pregunté sin dejar de revisar. No esperé a que dijera algo cuando, al ver una iluminación en una pantalla mis pies se movieron a toda prisa. Estaba cruzando por detrás de las incubadoras, en la última hilera de computadores.
Ahora que ponía atención, ese computador era un poco más grande de pantalla con un marco negro diferenciándolas del resto. Regresé la mirada al computador donde había una alerta. Un color rojo vivo pintaba el mensaje en la pantalla que leí.
Alerta intruso, 005 aproximándose a la número 13.
¿Desea bloquear la número 13 o acceder a abrirla?
—Por supuesto que abrirla no—vociferé, tomé el mouse y me sorprendió la manera veloz en la que voló mi dedo para dar click en la primera opción. La pantalla tintineó en un sonido apenas audible y algo más se iluminó en ella.
Mis parpados se contrajeron cuando fijé la mirada con incredulidad.
— ¿Acepta temporalizar apertura o rechaza la opción? —repetí las palabras del mensaje, confundida—. ¿Qué significa?
Estaba tan inquieta y ansiosa que empezaba a rascarme el cuello. Miré hacía la puerta que aún seguía siendo golpada insistentemente por el monstruo y, sin pensarlo más, tomé el mouse y lo coloqué en la primera palabra, di click sin pensar muy bien de que trataba o qué sucedería después. Y repentinamente, varias numeraciones desde el 01, hasta el número 23, aparecieron en la pantalla acompañadas de tres letras compuestas hrs. Era horas, eso lo supe. Pero... ¿por qué habían aparecido?
Debajo de todas esas numeraciones, aparecieron enseguida unas palabras enmarcadas que no tardé en leer:
— ¿Elija la hora de apertura? ¿Qué? —Mi entrecejo se hundió con tanta fuerza que sentí la tensión en esa zona. Le di una mirada de soslayo a la puerta 13 antes de darle una mirada a todos esos números. Y piqué, sin pensarlo más, dando click al último número de la pantalla.
—Bloqueo activado—la voz computarizada recorrió el salón entero.
El mensaje desapareció, la pantalla quedó en blanco, iba a intentar teclear...
Cuando desde algún lado del salón, un fuerte sonido metálico me hizo revolotear la mirada. En el suelo frente a la puerta número 13 se hizo una gran apertura lineal, de su interior un gran pedazo cuadrangular metálico salió, pude notar que, del otro lado de la puerta, otro pedazo igual de grande y grueso se alzaba, lentamente. El monstruo lanzó un feroz gruñido y retrocedió tambaleándose, lo último que vi antes de que todo fuera cubierto por ambas paredes metalizas, fue su cuerpo sacudirse como sí... se estuviera electrocutando.
—Tiempo de acceso a la número 13 en 23 horas 59 minutos— Devolví la mirada al computador. La misma numeración, yendo en cuenta regresiva se iluminó en esa sola pantalla.
Y suspiré, relajando los músculos de mi cuerpo por lo tensado de mis nervios. Estábamos a salvo, ¿verdad? Al menos ahora. Recuperé la lentitud de mi respiración y una vez vuelto a mirar la pantalla y observar los dígitos retrocediendo, emprendí mi camino de vuelta al Noveno. Le di una rápida mirada a esa computadora pequeña, revisando si tan solo, alguien me había respondido, pero no, los últimos mensajes eran míos. No había respuesta.
Comenzaba a preocuparme, sobre todo cuando supe que él dijo que cosa provenía del área negra, justo donde ellos estaban. ¿Pero por qué había monstruos aquí? En primer lugar, ¿por qué experimentos, por qué un área negra, naranja y roja? ¿Qué significado tenía todo esto?
Un notorio movimiento me preocupo. El Noveno abrazó su cuerpo tembloroso y se movió sobre uno de sus costaros, contrayendo sus rodillas.
Observé su rostro en lo que me inclinaba junto a él, su frente se contraía una y otra vez, era un gesto de dolor. Tomé su temperatura con la de mi piel, estaba hirviendo y sudando también. Rocé su mejilla con delicadeza y dejé que mis nudillos siguieran un camino hasta por debajo de su mandíbula a la raíz de su cuello. Sí, su fiebre era muy alta. La cuestión era saber por qué se había puesto así, otra vez. Estaba bien, o eso creí cuando se levantó.
— ¿Puedes escucharme? —susurré pero no obtuve respuesta. Revisé su cuerpo desnudo, ya solo quedaban una que otra escama cubriendo un pequeño pedazo de toda su piel. Fui a recoger la bata que dejé caer justo en el momento en que vi al monstruo y se la empecé a colocar. Mientras lo hacía, noté esa marca en una de sus pantorrillas, era como una huella de dedo pero roja y con los bordes negros hundida en la piel. ¿Una quemadura? Parecía más una cicatriz.
Gimió, y contrajo más sus rodillas a su estómago y su cabeza hacia ellas, poniéndose en esa misma posición fetal que los cuerpos de las primeras incubadoras. Me preocupé cuando se mordió los labios y todos esos colmillos se clavaron en ellos, la sangre salió al instante, derramándose por su mentón como un rio sin final.
Apreté mis puños.
Verlo así me ponía más nerviosa, tensa, desesperada, no sabía qué hacer, no sabía que le estaba sucediendo. Solo se me ocurrió ir a mojar más trozos de tela para disminuir la temperatura. Algo tenía que intentar desesperadamente para calmarlo.
Dejé los trozos mojados sobre mi regazo y me obligué a recostar su cuerpo boca arriba. Sus colmillos ya no estaban mordiendo su labio inferior, tampoco estaba quejándose tanto pero seguía abrazando su cuerpo. Con cuidado, cubrí su frente con uno de los pedazos de prenda húmedo y con el resto, fui mojando parte de su rostro, limpiando la sangre. Humedecí el resto de lagañas que impedían que sus parpados se abrieran y luego dejé un par de trozos húmedos cubriendo sus pies. No supe por qué sabía que la temperatura bajaba humedeciendo sus pies, ni siquiera recordaba a quién le había hecho lo mismo pero sentí esa gran familiaridad, consternándome más.
Al no ver alguna reacción en los minutos que me quedé viéndolo, me recargué contra una de las incubadoras, estirando los pies y dejando que mi cuerpo descansara un poco después de todo esto. Cerré mis ojos, mis pensamientos recaudaron todas las escenas desde el primer momento en que desperté en este lugar. Había revisado todo el laboratorio, intenté encender las computadoras, abrir las puertas, y nada sucedió. Las únicas hojas que seguramente tenían información de qué era este lugar y para qué, eran todo ese montón de hojas quemadas y húmedas en la oficina, que, lamentablemente, eran no me servirían de nada.
Todo aquí era tan surrealista que era inevitable pensar que tal vez solo se trataba de una pesadilla. Una pesadilla de la que había tardado en salir, una que se sentía tan real y viva... tan, aterradora. No, no era una pesadilla.
Y tenía la idea, y esa era mi única esperanza, de que el cuerpo frente a mi sabía que estaba sucediendo, de qué se trataba y cómo saldríamos de aquí. Solo esperaba que despertara, que abriera los ojos, que hablara.
(...)
En picada, me acerqué nuevamente a los pasillos repletos de esa neblina, me resultaba imposible revisarlos, saber si algo más terrible que lo que acabábamos de pasar horas atrás, se acercaba a las puertas.
Ojala y no.
Pero, era indudable pensar que habían más de esas criaturas, vagando del otro lado, buscando que atormentar con su presencia. Abracé el extinguidor y me aparté, devolviéndome a las computadoras. Las había estado estudiando todo este tiempo. Ahora podía entender un poco más por qué había una gran cantidad de ellas y para qué podrían servir. Las primeras diez eran para las incubadoras, estaban repartidas en un largo y redondeado escritorio negro; las siguientes eran seis computadoras que se estiraban en el escritorio detrás del cuerpo del Noveno, y jamás me detuve a pensar por qué tenían ese botón pegado en la cima de su pantalla y con un color distinto cada una. Pero ahora lo entendía. Eran seis áreas, contando esta que era la roja, verde, blanca, naranja, negra y amarilla. La computadora del botón negro se mantenía encendida iluminando los mensajes que aún no habían sido respondidos, estas se utilizaban para comunicarse, pero, ¿cómo se encendían las otras?
Y las últimas pantallas con un tamaño diferente al resto, eran 21 en total, y por supuesto, pertenecía cada una a los 21 pasillos, y estaba segura que de ellas podía abrir las puertas. Este laboratorio era como resolver un acertijo, ahora solo quedaba saber cómo hacerlas funcionar. Todos los cables conectaban a los de la oficina, a ese panel que por mucho que intente, no encendió. Después de todo tenía una bala. Pero, ¿quién le había disparado y por qué? Estaría sintiendo que había sido yo, pero por alguna razón sentía que no era así porque no había ningún arma. Y además, había despertado con una herida en la cabeza, como si hubiese recibido un golpe de alguien...
Tal vez sería una tontería volver a la oficina una vez más pero, lo intentaría otra vez, nada perdía con tratar de resolver todas mis dudas, tratar de recordar. Tratar de salir de este lugar.
Subí los peldaños con un trote rápido y cuidadoso para no tropezar, el panel estaba en el centro de la pared. Cuando me acerqué, analicé cada uno de los botones.
Me concentré en los dígitos repartidos por debajo de cada botón, los primeros botones de las dos filas eran números, la tercera fila estaba repleta de diminutas palanquitas que se podían mover hacia arriba o abajo.
Estaba segura que la electricidad no venía del panel, pero podía ser que desde el aparato, las computadoras se desbloquearan y permitieran acceso a ellas. Si conseguía acceso, tal vez podría comunicarme con las otras áreas, tal como el área negra se comunicó conmigo, pero eso era imposible. Físicamente el panel ya no funcionaba, tal vez había hecho n falso contacto y fue por eso que una de esas computadoras encendió y ese mensaje apareció.
Piqué al botón de encender con la intención de averiguar si realmente ya no serbia, y al no ver ningún tipo de iluminación en el lente del panel al picar otro botones, me aparté. Sería un caso perdido intentarlo otra vez.
Fui al escritorio y por tercera vez, rebusqué en sus cajoneros. Lo que fuera que encontrara, con tal de entender algo de este laboratorio, para mi estaría bien. Cerré los cajones y me dispuse a levantar todas aquellas hojas quemadas por la mitad, con una gran frustración acumulándose en mis hombros.
Eran muy pocas y todavía, estaban mojadas, todas destilando un aroma desagradable como a gasolina, ¿sería posible qué iban a quemarlas? pero, de alguna manera no pudieron hacerlo con todas. Debía deberse a los sensores en el techo, esos que se activaban cuando había fuego y rociaban agua. No importaba que tan mojadas estuvieran, aún había palabras de las que podía recaudar información, así que las tomé. Apenas le di una mirada a la primera hoja y busqué la puerta. Aquí arriba no podía revisarlas, no con lo que dejé en el piso de abajo, todavía tenía que cuidarlo hasta que se recuperara, y todavía, estar al tanto de las demás puertas.
Fui bajando la escalera, con cada paso que daba en los peldaños metálicos, emitía un hueco sonido. Estando a esa altura, lejos aún del primer piso, me di unos segundos para pensar. Todavía habían dos experimentos atrapados en las incubadoras que debía liberar, aunque primeramente quería saber todo acerca del Noveno y una vez asegurándome que no era peligroso, podría soltarlos a todos. Juntos escaparíamos del laboratorio, de esa criatura monstruosa... Mordí mi labio. ¿Cómo escaparíamos?
Me dirigí a las computadoras una vez llegado al final de la escalera, principalmente en dirección al lugar donde dejé al Noveno. Tan solo lo hice mirando al escritorio donde se acaparaban seis computadoras, mis piernas dejaron de funcionar.
Había un mensaje.
Al fin.
Pero no de la misma computadora. Y además, era una locura, pero ahí estaba, otra pantalla encendida. Corrí a la que llevaba el botón naranja aún sin poder creer que después de tanto, alguien más estaba contactándonos. Alguien más estaba atrapado en este extraño lugar. Incliné mi cuerpo recargando mis manos a cada lado del teclado, y leí el primer mensaje desde su inicio.
—. ¿Todos están con vida?
—. Fuimos atacados por los negros, perdimos a tres, pero no fuimos la única área atacada. Alguien nos traiciono, nada aquí está funcionando como debería de ser.
—. ¿Hay alguien ahí?
—. Por favor, respondan, respondan, por favor.
Las manos volvieron a temblarme como la primera vez que leí el mensaje del botón negro. Lamí mis labios y comencé a teclear apresuradamente que, una de las palabras salió mal escrita.
—.Aquí estyo. Estoy atrapada.
—.Estoy*
La corrección estaba de más, pero fue inevitable no corregirla al instante. Traté de respirar con calma, tranquilizarme y esperar. Hubo una respuesta casi instantánea.
—. Soy Micaela, una de las científicas al mando del área naranja, ¿eres la única con vida?
Miré al Noveno en el suelo un segundo antes de responder:
—. No, hay alguien más conmigo.
—.Aquí somos más de treinta sobrevivientes, la mayoría vienen de las áreas principales, enviaremos a un grupo para que los saquen de ahí. ¿Ambos están en buenas condiciones?
Una vez más, miré al Noveno y escribí:
—. Él está enfermo, tiene fiebre. Creo que necesita atención.
No sabía si añadir que era un experimento, no sabía si mencionarlo, pero solo escribí eso, teniendo esa mala sensación de que algo estaba a punto de acontecer. Y ella escribió:
—. Se la daremos. Solo tienen que esperar ahí, y no salir, impedir que algo de afuera entre, estarán a salvo siempre y cuanto protejan las puertas, confíen en nosotros.
Me aparté con una exhalación en la que toda mi rigidez escapó. Suspiré con alivio, sintiendo esa emoción que incluso subió mis comisuras en apenas una sonrisa. Vendrían por nosotros, lo haría. Nos sacarían de aquí, al fin de esta pesadilla.
Nos rescataría.
Una última vez miré la pantalla creyendo en que tal vez ellos escribirían algo más, pero no sucedió. Me aparté, retomando el camino por el que iba, quería verificar que su estado no empeoró.
Solo esperaba que no fuera así.
Así que dejé el cumulo de hojas ordenadas sobre el suelo mientras me inclinaba junto a su cuerpo. Limpié mis manos grasosas y deposité mi palma sobre su frente una vez quitado el pañuelo húmedo, y suspiré. Su fiebre había bajado, esa era una buena noticia, sin embargo, sus mejillas estaban sonrojadas todavía. Acomodé el pedazo de tela en su lugar y contemplé su aspecto, sobre todo sus labios que mantenían un color rojo oscurecido a causa de la sangre. Sus labios tenían una forma tan... escandalosa, sus comisuras largas, sobretodo, se marcaban mucho. Tenía un poco acorazonados los labios superiores, carnosos y un poco trompudos al igual que los inferiores. Contemplé sus mejillas, esas en donde la mascará había sido clavada, ni siquiera tenía una cicatriz o una marca en esa piel, era piel blanca, suave.
Dejé de acariciarlo. Me intrigaba su aspecto, pero no era el momento para ponerme a contemplar más de lo indebido.
Me obligué a quitarle el resto de lagañas, esta vez fue fácil ya que el agua había hecho su efecto en ellas, y cuando limpié sus enrojecidos parpados, contemplé todas esas pestañas de tamaño promedio coloreadas de un negro tan profundo como si hubieran sido pintadas cada una por temperas negras.
Tuve una inquietud que me incitó a tomar sus labios y estirarlos hacia cada lado, quería ver sus colmillos. Acerqué mi rostro y fijé más la mirada en esos dientes delgados y juntos con una terminación realmente picuda. Eran más dientes picudos que los de una persona normal, extraños, pero todos ellos, colmillos.
—Son tan similares a los de un tiburón— susurré. No se equivoquen, no estaba para nada tranquila o emocionada, no era como haber descubierto un tesoro enterrado, era aterrador, escalofriante. Estaba escamada, ¿por qué tenía tantos colmillos? Y la pregunta del millón, ¿para qué? Me tomé una respiración para procesarlo pero una parte de mí estaba prefiriendo no encontrar respuestas demasiado pronto sobre él.
Abrí más sus labios, empecé a contarlos cuando...
Jadeó de tal forma que su aliento humedeció la parte inferior de mi rostro. Pestañeé, quedando en trance un momento y solo cuando vi que su labio superior se estiró sobre mí agarré como una mueca, lo supe. Él había despertado.
Mis dedos se retiraron como resortera, rebotando y quedando crispados a centímetros de su mentón. Subí la mirada por el rastro de su rostro, por ese puente recto hasta esos esféricos orbes color carmín.
Quedé congelada, como si recibiera una cubeta de agua fría por todo mi cuerpo.
Se me escapó el alma por los labios en una entrecortada exhalación. Y si no era el alma, no sabía entonces que otra cosa había salido de mí cuando quedé clavada en esas escleróticas negras. Hipnotizada, hundida en la oscuridad que ellos desataron.
Mi cuerpo se estremeció, pero esta vez, tan diferente a todas las demás, un fuerte escalofrió que comprimió hasta el más pequeño de mis órganos, profanando en mis entrañas un gemir fuerte que apenas pudo escapar de mis labios secos y endurecidos.
Todavía tenía la piel erizada cuando él levantó su rostro, acercándome más a esa siniestra forma de ojos nunca antes vistos. Todavía estaba en shock, cuando ni siquiera pude mover un musculo al tenerlo a centímetros de mí, porque claro, nadie podría moverse teniendo esa mirada sobre ti, devorándote centímetro a centímetro.
Una mirada depredador.
Comencé a temblar, fue una vibración leve hasta volverse penetrante, flaqueando mis huesos y haciéndolos doblar. Esa mirada turbia, sombría, endemoniada—no había palabras para expresar la clase de mirada que era— que inyectó más miedo que al ver a esa monstruosidad ahí a fuera, se desvió de mis ojos. Casi tenía a sus labios rozando mi nariz cuando se levantó más para terminar sentado en el suelo, y entonces reaccioné.
Me aparté de un golpe. Él se llevó una mano a su frente, quitando la tela que le había puesto para bajar la temperatura y llevando a sus dedos al resto de escamas endurecidas que cubrían toda la parte superior de su cabeza hasta la nuca. Miró alrededor, sin darse cuenta siquiera de cómo me tenía, hipnotizada, observándole bajo todos mis huesos gelatinosos.
Ni siquiera podía pensar. No podía apartarle la mirada de encima.
Volvió a quitarse la bata y se levantó, aún se tambaleaba así que se sostuvo del escritorio, cabizbajo y con los ojos cerrados. Respiró hondo, tan hondo que hasta su estómago marcado se infló, y exhaló en grande, logrando que un sonido ronco apenas escapara de su boca.
Ignoró mi presencia y la forma inquietante y aterradora en que lo observaba en cada movimiento que hacía alrededor de las computadoras, caminando con dificultad. Cuando lo tuve tan lejos que ni siquiera pude encontrar más la claridad de su rostro, mis pulmones se abrieron y funcionaron nuevamente.
No me relaje, sin embargo. ¿Cómo hacerlo con esos ojos mirando todo el laboratorio? Nunca había visto esa clase de mirada, ¿escleróticas negras? ¿Orbes carmín? ¿Pupilas rasgadas? ¿Colmillos tan filosos y delgados? ¿Escamas? ¿Qué cosa era él, alguna clase de mutación de tiburón? Que locura...
La cabeza se volvió un desastre con toda clase de pensamientos en tanto mis piernas recuperaban movilidad y se levantaban aún estremecidas. Lo seguí a todas partes, mientras rodeaba el laboratorio, mirando a través de cada ventanilla hacia los pasillos, sentí esa sensación que su mirada entenebrecida desataba en toda la gran habitación. Antes, su presencia se sentía diferente aunque igual de inquietante, pero ahora, era amenazante y peligrosa.
Ahora, su forma de mirar tampoco era normal, con el fruncir de sus cejas, esa mirada era rotunda, te quitaba el aliento. Tuve un debate interno de correr por el extinguidor y tomar las tijeras del bolsillo para protegerme, o quedarme tan quieta como podía cuando se paró frente a la pared metálica que cubría la puerta número 13 y lanzó una mirada hacía mi presencia.
Oh Dios. No me mires, no me mires, no me mires. ¡Que no me mires!
No estaba soportando la magnitud de la fuerza que su mirada tenía para aplastarme como a un bicho pequeño. Si su cuerpo era imponente y esa mirada aterradora, no había nada más que me hiciera sentir segura.
—L-la bloqueé—carraspeé cuando expliqué. Ni siquiera supe por qué tenía que darle una explicación si ni siquiera me la había pedido, pero las palabras simplemente brotaron de mi garganta como las inhalaciones.
Era a causa de su mirada.
Devolvió la mirada a la puerta, y fue ese segundo donde tomé las tijeras y las apreté en mi puño. Era el momento, por mucho que me costara recuperarme, tenía que hablar, protegerme, asegurarme de él.
Caminé hasta estar cerca del aparato donde pudiera sostener mi cuerpo, respiré con complicación y tragué fuertemente.
— ¿Qué eres tú? —pregunté, aliviada de no tartamudear. Un pequeño escalofrió se abrazó a mi espalda cuando se volvió hasta a mí, así, desnudo y con esos orbes carmín que desgarraban la fuerza de cualquiera que mirara —. Quiero saberlo— levanté la voz.
Quise retroceder aunque había un ancho escritorio de separación uno del otro, supuse que él no se lo saltaría o lo rodearía, pero terminó haciéndolo. Y siguió caminando, paso a paso, lentamente, cada centímetro menos era una punta de iceberg resbalándose en mi cuerpo.
—Eres físicamente hombre, eres un experimento, ¿pero qué tipo de experimento? — mi voz disminuyó conformé nos dejó un espacio tan diminuto en que nuestros alientos eran capaces de rozarse.
Rozarse demasiado.
No podía contra esos ojos, ni siquiera podía soportar mirarlo, pero me era imposible quitarle la mirada de encima, estaba hipnotizada. El miedo estaba disparado por todo mi cuerpo, mezclado en la adrenalina y el hielo en mis huesos, era imposible no deducir lo que él haría a continuación, cuando abrió sus labios y mostró esos amenazadores colmillos.
Me costó respirar esta vez, lograr que mi garganta dejara de apretarse para liberar mi voz:
—Vas a matarme—solté con el aliento entrecortado. Él ya me habría matado si lo quisiera, desde hace bastante tiempo atrás y con una sola mordida. De eso estaba segura pero, eso no quería decir que no quería matarme.
—No quiero matarte—respondió, su voz marcando mucho la erre, su aliento quemando mis ojos—. Soy humano—aclaró y agregó—, como tú.
Me pregunté si realmente era así, ¿qué tanto nos parecíamos? Pero esa pregunta no salió de mis labios, se quedó cautiva, atrapada entre el miedo y la razón. Quise girar la cabeza cuando un pequeño tintineo se escuchó por detrás, pero ni siquiera eso pude hacer teniéndolo así.
Di un paso atrás, él dio otro, hacía mí.
— ¿Quién eres? —La pregunta salió como una exclamación—. Dímelo— Volví a apartarme, y él imitó los pasos, cortando la distancia por tercera vez. Quería tener espacio, sentirme segura estando lejos de él, pero no me lo estaba permitiendo, y si yo seguía retrocediendo quedaría acorralada...
Por él.
—Soy Rojo nueve —Mi cuerpo se estremeció con su voz—. Dijiste que no recuerdas nada—mencionó, en un tono ronco y bajo—. ¿Es eso cierto?
—S-sí, creo que perdí la memoria—Mi mano se fue instantáneamente a mi nuca, hundiéndose en todo mi cabello para sentir prontamente ese dolor punzando al momento de tocar la extraña herida.
— ¿No recuerdas nada de nada? —hubo algo en su voz esta vez que me desconcertó.
—Nada, ahora dime, ¿sabes qué es este lugar?
Noté esa incomodidad en mi cuerpo por la forma tan mordaz en que reparaba cada centímetro de mi rostro, como si tratara de encontrar algo en mí. El miedo siguió quemado cada trozo de mi piel, insistí en separarnos, en agrandar el espacio entre su cuerpo y el mío, entre nuestras miradas. Sus piernas se movieron, esta vez, el centímetro de separación arrasó con la subida de mi corazón a la garganta cuando una de sus rodillas rozo mi muslo.
¿No iba a matarme? Pues eso parecía que haría.
—Ya no te acerques—Mi voz tembló como todo mi cuerpo. Quería empujarlo pero no lo hice, no quería tentarlo a lastimarme, sin embargo, insistí otra vez. Sus ojos se movieron con una rápida agilidad que apenas pude captar, miraron a una de las esquinas del techo del laboratorio y regresaron fugazmente a mí.
—Ya no te apartes—Su voz no sonó a petición, sino a orden.
No se movió pero levantó uno de sus brazos, sus dedos endurecidos y su palma estirada hicieron que abriera mucho los ojos. Me petrifiqué, no por el hecho de ver como las uñas se alagaban y oscurecían frente a su mirada llena de confusión, sino porque algo con la forma de tres alargados gusanos negros subieron por debajo de la piel de todo su pecho y que recorrieron todo su brazo izquierdo, estirando la piel.
Y lo que nunca esperé cuando esas cosas en su piel llegaron a la punta de sus dedos, fue ver sus yemas explotar.
La sangre me salpicó el rostro, endureció mis extremidades. De la superficie de sus dedos abiertos, salieron disparadas cinco delgados tentáculos negros que, conforme subían en el aire, se engrosaban. Iban en dirección a lo más alto del techo, y solo cuando las seguí, estupefacta, y me enfoqué en una forma animal arrastrándose en el techo, todo se perturbó más de lo que ya estaba.
Imposible.
No, no podía ser.
Clavé la mirada a las incubadoras, la ocho seguía ocupada, pero el resto de ellas estaban vacías...
Incluida la diez.