El rostro de Lin Che estaba lleno de vergüenza. Cuando entró estaba vestida de rojo y torciéndose como un camarón cocido.
Gu Jingze la llamó por su nombre:
—¡Lin Che, ven aquí!
Ella dudó. De verdad se estaba arrepintiendo ahora. ¿Por qué tuvo que decir algo sin pensarlo? Que ridícula.
Sin embargo, este era el camino que había tomado. Tenía que seguir incluso si estuviera de rodillas. Ya que ella lo había dicho, tenía que continuar aunque fuera a llorar…
Lin Che se mantuvo firme y caminó hacia la cama. Observó el pecho de Gu Jingze, el cual estaba a medio revelar y bajó la cabeza. No se atrevió a mirarlo a la cara.
Con su cabeza inclinada y el rostro sonrojado, sintió que Gu Jingze la abrazaba. Ella gimió lastimosamente:
—En serio… yo…¡ya me estoy arrepintiendo!
El rostro de Gu Jingze se oscureció.
—¿Arrepintiéndote? ¡Muy tarde para eso!
¡Si ella no iba a ayudar hoy, de seguro él tendría que devorarla!