Lo que más llamó la atención de Shen Yi fueron sus grandes y redondos ojos marrones que lo miraban como si pudieran ver a través de su alma. Sus ojos hablaban de un alma hermosa llena de la inocencia del mundo que la rodeaba.
Su cabello era como si fueran ondas de tierra pura, reflejando suavemente la luz sobre ellos; cada hebra se movía libremente mientras inclinaba la cabeza; un cumplido a su quietud. Con ojos tan claros como las aguas del río en serenidad brillante, su aura se filtró como el aire de verano entre ellos.
En ese momento, en esa fracción de tiempo, su sonrisa era atractiva; y el joven Shen Yi sintió que había encontrado su hogar.
—¿Quién eres tú? —preguntó la niña, parpadeando mientras esperaba que el niño mayor hablara; pero no lo hizo.
— ¿Por qué me estas mirando? —fue su siguiente pregunta cuando el niño no respondió.