Las llamas parpadeantes sobre las antorchas iluminaron el oscuro pasillo. La joven de pelo blanco vagaba en silencio, con los ojos entrecerrados como si estuviera en un viaje mental. Sus pasos resonaron, y en la oscuridad donde el resplandor no podía llegar, pares de ojos rojos miraban a su presa con codicia e intención asesina. Esos cazadores envueltos en negro se arrastraron por la pared en silencio, acercándose lentamente a su presa; la joven dama que no parecía darse cuenta de que estaba en una situación precaria. Murmuró en voz baja, continuó paseando por el pasillo, escudriñando las esculturas de piedra rotas y activando mecanismos de vez en cuando. En ese momento, los silenciosos cazadores estaban listos. Abrieron sus feroces bocas, mostrando sus afilados colmillos como si fuesen las espadas de unos asesinos que esperaban dar un golpe crítico en el momento oportuno.
—Aquí también están destruidos...