—Ha... Ha...
Grendy corría salvajemente mientras los gritos que sonaban detrás de él se hacían cada vez más claros. Se volteó solo para ver a la joven, tan pálida como la nieve, respirando con dificultad. Su costosa túnica estaba desgarrada, revelando cortes sangrantes en su piel suave y delicada. Mientras corrían por el bosque negro, podían ver vagamente las brillantes llamas que venían detrás de ellos y los ecos de los perros ladrando se acercaban cada vez más.
—Rápido, Natasha.
—N-No puedo hacerlo, Grendy.
La señorita llamada Natasha lo seguía de cerca con torpeza. A pesar de que estaba a punto de colapsar, agarraba firmemente la caja de madera que llevaba en brazos y no mostraba intención de dejarla ir. Grendy sabía que casi llegaba a su límite. Sin más opción, le agarró la mano derecha.
—Sígueme, Natasha. ¡Tendremos la oportunidad de sobrevivir cuando atravesemos este bosque y nademos al otro lado del Río Blanco!