*Unas semanas atrás*
En el momento de la hora impía de la medianoche, cuando hombres, mujeres y niños dormían en sus casas pacíficamente, la luna brillaba en el cielo, el tinte dorado de la luz que se derramaba sobre la tierra del Sur mientras una joven encapuchada caminaba por el estrecho sendero de los pasadizos.
Pisadas silenciosas como un gato, la joven se movía como un fantasma, pasando por un par de casas y dejándolas atrás para caminar hasta el borde del bosque donde unos hombres estaban parados hablando entre sí en un tono bajo. En el grupo había cuatro hombres: un anciano, dos hombres de mediana edad y un joven.
—Llegas tarde, Ester —dijo el viejo que fumaba unas hojas enrolladas de tabaco y lo tiró al suelo, pisándolo para apagarlo. Aunque era viejo, con la cabeza llena de canas, sus ojos no perdieron el fuego que se había encendido desde muy joven.