Un mediodía en el que los rayos de sol se escapaban entre las nubes, Vivian había terminado solamente de alimentar a los animales del establo. Tenía las manos cubiertas de una fina capa de lodo, y se las lavó con agua del pequeño depósito que se había construido dentro del establo.
Limpiaba sus manos en el delantal que tenía anudado en la cintura, cuando vio que un carruaje se entraba por las puertas negras que estaban más allá. Del carruaje bajaron el Señor y la Señora Easton, seguidos de su hija, Charlotte.