Se podían oír sonidos confusos de truenos en el cielo. Una niña pequeña dormía en una celda cerrada en la habitación vacía, donde había estado encerrada sin que se le proporcionara una cama o una manta para la fría noche. Gotas de lluvia entraron por la ventanita que tenía alambres de púas, que se habían vuelto rojos y anaranjados debido a la oxidación. Se oyeron gritos al otro lado de las habitaciones que perturbaron el sueño de Vivian, sus ojos abriéndose a la tenue luz de la habitación.
Sin recordar cuándo llegó allí, empujó la manta lejos de su cuerpo mientras se arrastraba hacia arriba para poder sentarse en el borde de la cama.
El reloj de murciélago que estaba clavado en la pared gritaba cuando salía de su casa de madera antes de volver a entrar para decir la hora. Eran más de las seis y, por cierto, el color del cielo cambió; Vivian pudo darse cuenta de que la noche se acercaba rápidamente cuando la oscuridad comenzó a caer sobre las tierras.