Nicholas miró por el rabillo de sus ojos mientras Heidi se ocupaba en mirar la nevada, como si nunca hubiera visto una antes. Sus ojos eran tiernos y curiosos, y sus labios ligeramente abiertos. Se veía hermosa esa noche, como un ángel que había caído del cielo durante la nevada, y que desaparecería una vez que el sol saliera. Stanley había hecho un buen trabajo ayudándola a prepararse para el baile, y no sabía si debía aumentar su salario, o si debía reducirlo por hacerla tan atractiva. No sólo había llamado la atención de él, sino también la de mayoría de los que se habían cruzado con ella.
Cuando él le alcanzó su mano, ella no la retiró, y dejó que él la tomara en la suya.
—Vamos a un lugar seguro —dijo Nicholas, tirando suavemente de su mano, a lo que ella lo siguió sin ninguna pregunta, dejándole que se la llevara a donde él quería.
Después de tomar unas cuantas vueltas más, Nicholas la llevó a una habitación, cerrándola después de entrar.