—Warren. Dame el sobre que el Duque envió con la chica —le pidió el Señor Nicholas a su primo. Dejando el vaso que sostenía en la mesa, agarró la carta, y leyó mientras sus ojos oscuros repasaban las palabras escritas en el papel:—¿Estás seguro de que es ella de quien el Señor Wastell había hablado? —preguntó dirigiéndose a Reuben.
—Así es, ¿por qué lo preguntas? —respondió el anciano al Señor de Bonelake.
—Solo por curiosidad —respondió el Señor con una suave sonrisa en sus labios.—No querríamos que nos enviaran un impostor para engañarnos, ¿verdad?
—Tiene razón al pensar eso, pero le aseguro que la niña proviene de una buena familia. Verá—dijo Reuben, que llamó la atención de los demás en la habitación.—La niña que llegó aquí es la segunda hija de Sir Simeon Curtis. No tengo más que elogios para la niña de parte de la familia del Duque Scathlok en Woville, en comparación con la primera hija.
Reuben era muy consciente de que era la primera hija la que debía casarse con la familia de Lawson, pero en cambio, la segunda hija había venido en su lugar. Había recibido una carta hace unos días del Señor de Woville en la que se explicaba el cambio repentino de las hermanas, aunque no importaba; después de todo, eran hermanas de la misma casa, «¿cuán diferentes podrían ser las hermanas entre sí?», pensó. Pero después de ver el retrato y la mujer que acaba de salir de la habitación, se dio cuenta de que tenían un marcado contraste en cuanto a su apariencia.
—Con la descripción que diste, ¿no se suponía que la chica era una hermosa damisela? —interrogó la vampiresa con los ojos entrecerrados con sospecha.
—Lo es, milady. Creo que es porque está cansada debido al viaje. Estoy seguro de que estará en un estado mucho mejor mañana —dijo Reuben, ajustándose la capa.
—Espero que lo esté—respondió la mujer, sus ricos labios pintados se colocaron en una línea sombría.—Sólo estamos tratando de ser útiles porque Nicholas es mi sobrino. Y también porque se ha ofrecido a obtener las tierras de Woville que conectan con el Imperio Occidental.
—No lo he olvidado, Lady Lawson. Como prometí, mantén tu parte del trato y yo mantendré el mío. Es un tratado de paz muy importante que dará un futuro mejor nuestras tierras —respondió el Consejero Principal.
—Es bastante tarde. Creo que sería mejor dar la noche por terminada. Discúlpenme —dijo el Señor Nicholas con una sonrisa antes de caminar hacia la puerta doble y salir del salón.
El Señor Nicholas caminó sobre el blanco suelo de mármol, sus pasos produciendo eco en el estrecho pasillo con cada pie que se encontraba en el suelo. Dos sirvientes que estaban en un extremo del pasaje inclinaron la cabeza al verlo entrar. Sin mirarlos, se dirigió directamente a su habitación.
Era casi medianoche, cuando alguien llamó a su puerta.
—Entra, Stanley —dijo el Señor Nicholas y abrió la puerta, parado en el patio de su habitación.
—Buenas noches, milord —entró el mayordomo con una doncella empujando un carrito de dos niveles que llevaba la comida del Señor.
El Señor, al ver a su mayordomo con la comida, dijo:—No estoy de humor para comer —sus ojos se alejaron del carrito de regreso al escenario por unos segundos antes de volver a entrar.—Aunque tengo sed —dijo él; yendo hacia la cama y tomando asiento al borde de la misma.
Levantando la mano, esperó hasta que la criada colocara su mano sobre la suya y la atrajo hacia él rápidamente, haciendo que la criada se tambaleara a su lado. Llevando la mano de la criada a sus labios, abrió la boca y la piel de la joven sirvienta se rompió bajo la presión de los colmillos, mientras se hundía para atraer la sangre caliente a su boca.
Los padres del Señor Nicholas eran vampiros de sangre pura, convirtiéndolo en uno; él nació en la clase social más alta de la sociedad con un fuerte linaje de vampiros de sangre pura. Por lo general, prefería obtener sangre fresca que de un recipiente. Tomando la cantidad necesaria de sangre de la criada, sacó sus colmillos y se alejó para relamer sus labios ensangrentados.
La doncella inclinó la cabeza y volvió a recoger el carrito que tenía en la orden de los mayordomos.
—¿Se han ido todos a dormir? —preguntó el Señor Nicholas a su mayordomo mientras se limpiaba la comisura de los labios con un dedo para asegurarse de que no había ningún indicio de sangre.
—Todos, excepto Lady Lawson. La vi entrar a su habitación cuando estaba viniendo hacia aquí. ¿Quiere que la observe? —preguntó Stanley, esperando su orden para poder comenzar el trabajo en este instante.
—Eso no será necesario. A menos que ella esté robando tus manzanas del huerto, debería estar bien por ahora —se rió el Señor Nicholas entre dientes, al ver los ojos de su mayordomo abiertos ante la mención de las queridas manzanas que el mayordomo había cultivado en el palacio.
Todos los que trabajaban en la mansión eran conscientes del hecho de que el mayordomo trataba al huerto como a su hijo. Stanley o Stan, al pasar por allí, fue el que puso semillas y cultivó los árboles bajo cuidado. No le importaba que las manzanas se pudrieran, pero no dejaba que nadie las tocara o comiera, salvo el Señor y él mismo.
No hace ni unos meses, cuando Lady Venetia Lawson había recogido la fruta, el mayordomo casi tuvo un ataque cardíaco al verla arrancar la fruta. No pasó mucho tiempo antes de que él comenzara a asesinarla con la mirada cada vez que ella estaba cerca, al final el Señor Nicholas tuvo que intervenir pidiéndole a su pariente que evitara recolectar las manzanas, ya que eran venenosas, sabiendo del amor que su mayordomo tenía hacia la huerta para evitar más explicaciones sobre el asunto.
—Hablando de manzanas, ¿se instaló la chica? —preguntó el Señor Nicholas con indiferencia, recogiendo un vaso de agua en la mesita de noche.
—¿La joven señorita? Lo hizo. Le envié a una doncella para que la ayudara si necesitaba algo junto con su cena.
—Ya veo —susurró el Señor Nicholas, colocando su dedo sobre el vidrio y rasgando la piel de su dedo índice con la uña del pulgar para ver caer una gota de sangre en el líquido transparente antes de que se mezclara con el agua.
—¿Se casarán el señor Warren y la dama?
—Sí. ¿Por qué? —preguntó el Señor Nicholas. Stan, al ver a su Señor mirarlo de reojo antes de continuar hablando:—Warren aún es joven y que se case con esta mujer es un resultado benificioso para nosotros.
—¿Se refiere a los asientos del Consejo? —preguntó el mayordomo con curiosidad.
—Eso es correcto. No solo se acreditará a la familia Lawson, el Consejero Principal ya ha decidido su matrimonio y, en la negociación, Warren y la tía Venetia obtendrán tierras mientras que yo obtendré dos asientos en el Consejo; lo cual hará que me sea mucho más fácil manejar los asuntos en el futuro. Será una situación en la que todos ganarán —explicó, al ver a su mayordomo con una expresión de conflicto en su rostro, dijo:—Parece que tienes algo que decir. Sácalo ya.
—Milord, perdóneme por decir esto, pero creo que la dama no parece estar contenta con el matrimonio —dijo el mayordomo con cuidado.
—¿Y qué te hace pensar eso? —preguntó el Señor Nicholas, levantando una de sus cejas perfectas en cuestión.
Si se tratara de alguien más, Nicholas no lo pensaría dos veces antes de romper el brazo de la persona, pero Stanley era su leal mayordomo, que tenía su propia opinión con buena intención dirigida hacia él, después de todo, trabajaba para él.
El medio vampiro había trabajado para él durante unas pocas décadas y lo había contratado sabiendo bien cuán útil era el hombre cuando se trataba de su ingenio rápido para trabajar con las personas en la mansión, junto con su espionaje de las personas y la obtención de información para él.
El mayordomo frunció los labios y luego dijo:—Para una dama de familia alta, ella se movía mucho más de lo necesario, milord. Le pido disculpas —él inclinó la cabeza.—Debo haber pensado demasiado en su reacción.
—Hmm. No tenemos que preocuparnos por ella, Stanley. No es nuestro trabajo, pero es el de Warren ahora, ganarse a la dama antes de que se lleve a cabo el matrimonio. Es por la misma razón que la chica ha sido traída aquí para familiarizarse con la gente —dijo el Señor en un tono suave, pero sus palabras fueron claras y firmes, no reprendió más pensamientos.—Y con respecto a tu preocupación por su posible infelicidad, estoy seguro de que puede aconsejarla en la dirección correcta para asegurarse de que cumpla su parte del acuerdo sobre la tregua.
—Sí, milord —respondió el mayordomo obedientemente antes de despedirse.