Sosteniendo el frente de su vestido, Heidi colocó su pie fuera del carruaje. El hombre del Duque se mantuvo de pie sosteniendo la puerta para ella, su cuerpo alto y voluminoso la hacía sentir pequeña mientras pasaba frente a él.
Había llegado al Imperio Oriental, Bonelake, y el clima apagado y el cielo gris no ayudaban con la ansiedad que se acumulaba en su pecho. El hombre del Duque metió la mano en el bolsillo de su chaqueta para sacar un pedazo de papel. Leyendo lo que estaba escrito en él, le pidió que lo siguiera y comenzaron a caminar sobre el suelo mojado y húmedo.
Heidi notó que no había manchas de agua, pero el lodo debajo de su zapato se sentía húmedo. «Tal vez había llovido hace poco», pensó para sí misma. No podía negar que había algo melancólico en este lugar; como si la melancolía hubiera sido escondida detrás de este hermoso paisaje.
Howard le había advertido que tuviera cuidado, lo que estaba en conflicto con lo que había oído sobre el Imperio Bonelake. Aunque vivía como una rana en un pozo, eso no significaba que no había intentado saber qué había más allá de la vida que llevaba con los Curtis.
Ella había escuchado cosas buenas sobre todos los Señores hasta ahora, ya sea al oeste, al norte, al sur o al este. El Señor del Sur era un señor de mediana edad, por lo tanto, no escuchó mucho sobre él de las mujeres de las que obtuvo la información. Su Señor era un hombre de unos cuarenta años que mantenía su trabajo cerca de sí mismo y que era tranquilo por naturaleza.
Al ver que el guardia se detuvo repentinamente, ella se detuvo; al verlo mirar a su alrededor, mientras un cuervo se posaba en un árbol y graznaba. No parecía que estuvieran en una ciudad, sino que se habían detenido en las afueras de la ciudad principal de Bonelake. Casi no había nadie a la vista y cuando ella vio a un hombre, él desapareció en la espesura de los árboles.
Distraída por el graznido del cuervo, se volvió para mirarlo. Por su tamaño, era pequeño y parecía que los estuviera observando tal como ella lo estaba observando. Al escuchar el sonido de un carruaje distante, giró la cabeza para ver un carruaje marrón viniendo hacia ellos, pero cuando se acercó a ellos, no se detuvo; y en cambio, pasó por delante de ellos. Después de unos minutos llegó otro, esta vez el carruaje era de color negro junto con cuatro caballos negros que se dirigían hacia ellos.
Su familia adoptiva la había dejado irse sola, sola hacia una tierra donde no conocía a nadie. Solo Dios sabía qué tipo de personas se encontraría en esta tierra desconocida. Ella había pensado que podía escapar de esta realidad, liberarse si era posible de las garras de las personas que dominaban su vida, pero solo iba a ser un puente político para mantener una pacífica tregua entre el Norte y el Imperio Oriental.
Un matrimonio en el que ella no estaba interesada, pero esta era la realidad chocante con la que tendría que vivir. La vida podría empeorar si daba un paso en falso, de vuelta a un lugar que temía.
Al ver que el carruaje se detenía, el guardia del Duque preguntó girándose hacia ella:
—Espero que tenga el sobre que el maestro Scathlok le confió, Srta. Curtis.
—Sí—respondió Heidi agarrando el sobre en su mano junto con su vestido.
Quería huir, pero estaba segura de que no podría ir demasiado lejos con el guardia del Duque cerca de ella. Un cochero de aspecto joven se bajó de su asiento y llegó a donde estaban tanto Heidi como el guardia. Tenía el pelo largo y rubio atado en una cola de caballo con una cinta negra.
—¿Srta. Curtis? —preguntó el cochero y ella asintió con la cabeza, sintiendo que su corazón latía con fuerza debido al nerviosismo. Luego, el cochero miró a su alrededor, para ver si había equipaje antes de hablar:—Si pudiera seguirme hasta el carruaje, milady —dijo, y le hizo una reverencia.
Sus manos se apretaron en señal de protesta, pero caminó hacia la puerta que el cochero le había dejado abierta. Inspiró y entró en el elegante carruaje y escuchó al cochero hablar cortésmente al hombre del Duque.
—Lo siento, señor, pero esto será todo por su parte. Seré yo quien lleve a la dama a ver al Señor.
—Tengo órdenes de mi maestro de quedarme con la dama hasta que vea que esté completamente segura —dijo el guardia mirando al cochero frente a él con los ojos entrecerrados.
—Y yo tengo mis órdenes a obedecer —respondió el cochero con prontitud.
—Pero la señorita...
—Por favor, señor. Insisto en que deje a la señorita a mi cuidado.
Heidi vio que los labios del cochero se pusieron en una línea firme, manteniendo su tono cortés como antes.
—Las órdenes son muy claras y solo debo llevarme a la dama de aquí. Le aseguro que la dama llegará a la mansión del Señor de manera segura y sin ningún rasguño —dijo el cochero.
Para terminar sus palabras, el hombre inclinó la cabeza, cerrando la puerta del carruaje y fue a sentarse en el lugar para preparar a los caballos mientras dejaba al hombre del Duque parado a un lado, con una expresión sombría.
Heidi no se atrevió a mirar al hombre que estaba fuera del carruaje, sabiendo que ya tenía sus ojos fijos en ella y estaba agradecida cuando el carruaje finalmente había comenzado a avanzar. En el camino, se sintió hundirse y ahora que el guardia no estaba a su alrededor, se preguntó si era posible escapar.
«Quién sabía si esta sería la única oportunidad», pensó para sí misma, «pero la pregunta era si tendría éxito». Por suerte para ella, antes de que pudieran llegar a la mansión del Señor, el cochero hizo una pequeña parada en una ciudad que estaba en el camino, para recoger un pequeño paquete de un hombre local.
—Um, ¿disculpe? Yo... en realidad necesito ir al excusado —dijo Heidi mirando incómodamente al cochero.
—Si pudiera aguantar hasta que lleguemos a la mansión...
—Por favor —suplicó ella, con los ojos tensos en él. El hombre se quedó quieto hasta que un suspiro dejó sus labios.
—Hay una posada local a donde puede ir, que está justo ahí—señaló con el dedo hacia un edificio desgastado.—Déjeme acompañarla —dijo mientras comenzó a dirigirse hacia allí.
—¡Está bien! Puedo manejarlo yo misma —dijo ella caminando rápidamente detrás de él y lo vio sonreír.
—Esta ciudad en particular puede que no sea de su agrado, milady. No se preocupe. Por precaución, la esperaré aquí afuera hasta que regrese —respondió cuando llegaron a la posada.—Encontrará la habitación si camina recto y luego gira a la derecha.
—Gracias —murmuró ella y cuando entró en la posada, entendió lo que realmente quería decir el cochero.
¡No se parecía en nada a una posada! Era más como una casa pública donde se servían bebidas a los hombres. El hedor fuerte del alcohol invadió su nariz. Con la cabeza gacha y sin hacer contacto visual con ningún cliente, caminó en línea recta como el cochero le había indicado.
Se sentía rara caminando en medio de los hombres harapientos con su vestido caro. El lugar se había calmado mientras la gente en la estancia observaba cómo se abría paso. Cuando llegó al final, se dio cuenta de que este lugar no tenía puerta trasera y la única entrada y salida era el lugar por el que había venido.
Encerrándose en el baño, se tapó la nariz por el olor. Cerró los ojos con desesperación, incapaz de pensar qué más hacer. Parecía que se había quedado allí demasiado tiempo pensando en su escape porque de pronto escuchó un golpe en el otro lado de la puerta.
—Srta. Curtis, ¿está bien?
—Ah, sí—respondió ella, cerrando los ojos antes de abrir la puerta para ver una expresión de preocupación en el rostro del cochero.—Lamento haberlo hecho esperar —se disculpó.
—No necesita disculparse, señorita. Han pasado veinte minutos desde que entró a este lugar y me preocupaba que algo pudiera haberle sucedido. ¿Nos vamos entonces? —preguntó, mostrando con su mano el camino a la salida y ella asintió caminando hacia el carruaje.
—¿Cuánto tiempo hasta que lleguemos a la mansión? —preguntó ella.
—Debería tomar menos de media hora —respondióél, de pie, al lado del carruaje mirando detrás de ella, y ella se dio la vuelta para ver una mansión lejos de donde estaban, que parecía pequeña.