Heidi tenía hambre. Ella se había acostumbrado a las comidas oportunas, que ahora le dolía la cabeza debido a la falta de comida. Con audacia, se inclinó hacia delante para acercar el plato de la mujer quien, infantilmente, había empujado su plato en el suelo. Esta vez, antes de que la mujer volviera a empujar el plato, lo deslizó hacia un lado, haciendo que la mujer falle.
—Es justo que tenga tu comida por haber empujado la mía —dijo Heidi, dando un mordisco a la comida rancia.
Entonces un hombre habló por detrás:—¿Cuánto apostamos a que la consiga? —Sugirió.