A Nicholas no le gustaba el hecho de que hubiera algo más, aparte de su unión de almas, que hubiera sido marcado en la piel de su mujer. Ahora entendía por qué se había enfadado cuando los esclavos eran maltratados. Haber sido una esclava fue lo último que se le hubiera ocurrido, aunque no es que le importara. Al ver a Heidi cubrir la parte superior de su cuerpo con ambas manos, demasiado tímida para soltarlas, la giró cuidadosamente. No había necesidad de apresurarse, ya que la noche era joven, pero al mismo tiempo, su paciencia se había perdido hacía mucho tiempo. A pesar de todo, la dejó adaptarse a su tiempo.
—Perdiste más peso del que pensaba —lo escuchó murmurar mientras le daba un beso en el hombro—. Necesito pedirle a Stanley de que se asegure que estés bien alimentada.
—No quiero estar gorda…
La última palabra desapareció en un suspiro cuando Nicholas la besó en un costado del cuello. Rodeándola con sus brazos, la empujó de vuelta contra su pecho.