El Señor Alejandro caminaba por el corredor, y sus zapatos negros sonaban a cada paso en el suelo de mármol mientras seguía al mayordomo. Las paredes sin ventanas hicieron que el corredor se oscureciera en el trayecto hacia la habitación de arte, en la que se daría el encuentro con el otro Señor.
El mayordomo se detuvo frente a las puertas de roble y las abrió para revelar al Señor del Este, de pie frente a la chimenea. Su cabello era más corto que en el último encuentro, y lo había teñido de negro.
—Señor Alejandro, bienvenido a Lagohueso. ¿Cómo estuvo el viaje? —expresó el Señor Nicolás en tono amable mientras una mucama llegaba con una bandeja de bebidas.
—No es la primera vez que vengo, Nicolás —señaló el Señor Valeriano.
Se sentaron uno frente al otro cerca de la chimenea.
—Por supuesto, pero es muy inusual que venga a verme sin anunciarlo. A menos que haya venido por una inspección —dijo.