Al sentir su intensa mirada, Cati se sintió consciente de cada milímetro de su rostro, en especial aquellos bajo los dedos del Señor.
Comenzó a decir: —Fue un…
Pero el Señor la interrumpió con una sonrisa: —Quiero la verdad. Nada de mentiras, sólo ve directo al punto.
En ciertos momentos, como este, Cati deseaba no ver la sonrisa de Alejandro. Era una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, una sonrisa que causaba incomodidad a quien la recibía. Le recordaba al día que volvieron de la casa del Señor Weaver, cuando negó el dolor de su muñeca, aquel debido al corte que el hombre le hizo con un cuchillo. En ese instante, Alejandro presionó con suavidad la herida para obtener la verdad.
—Sucedió en la aldea hoy. Dos hombres salieron de la nada… y me golpearon. Me advirtieron que abandone la mansión —explicó Cati.
Alejandro escuchaba con atención.